Sala Rock and Blues, Zaragoza
Domingo, 27 de abril del 2025.
Texto y fotografías: Javier Capapé.
Cada vez que escucho en directo a Luis Fercán recorren mi cuerpo sentimientos muy parecidos. Fragilidad, intensidad y cruda dulzura. Puede que éste sea el reflejo más claro de un concierto del gallego a estas alturas. Fercán llegó a Zaragoza con una gira que comenzó el año pasado tras la publicación de su excelente "Postales Perdidas" y que continúa recorriendo nuestra geografía mientras va sumando adeptos a su forma de encarar la música. Esa que precisa de tiempo y serenidad para degustarse plenamente. Si hace un año disfrutamos de un concierto del santiagués en esta misma sala zaragozana en el que se presentó únicamente con la compañía de su guitarra, para esta ocasión le acompañaba Nacho Mur dando unas magníficas pinceladas de color a sus canciones. El músico burgalés de La M.O.D.A. le apoyó con sutiles toques de eléctrica (con el objetivo de crear atmósferas), acústica o mandolina (instrumento que sienta especialmente bien a las canciones campestres del gallego), en lo que bien podría ser la presentación del disco en directo mano a mano grabado en el Teatro Lara dentro de esta misma gira, que será publicado en los próximos días.
La sala Rock and Blues, que ha acogido hasta en tres ocasiones un concierto de Luis Fercán, se ha ido quedando cada vez más pequeña para él. Si contamos la primera vez que pisó la capital aragonesa allá por el año 2020, son ya cuatro las ocasiones en que hemos podido disfrutarlo, y a cada nueva oportunidad se atisba un discurso más valioso, además de una mayor aceptación (a juzgar por su público). Sus canciones son cada vez más intensas y su actitud no deja de ser honesta a pesar de su crecimiento.
Como en la última ocasión, volvió a contar solo con un micro ambiente en la sala para captar el sonido, tanto de las guitarras como de la voz. Una apuesta titánica si no se tiene el respeto necesario por las canciones. Pero el público del Rock and Blues no sólo preservó la intimidad que requieren las mismas, sino que se mostró totalmente respetuoso con ellas y sus intérpretes. El ruido en la sala era inexistente, tanto es así que en alguna canción nos vimos sorprendidos por el leve sonido del pitido de los terminales tpv para el cobro de las consumiciones. Si el concierto se hubiera producido al día siguiente, en pleno apagón eléctrico, muy probablemente hubiéramos tenido que soportar mayor ruido ambiente. Tal fue el respeto hacia esas discretas, pero grandes canciones. Justo el que requieren las mismas para encontrar su verdadero sentido. Por ese motivo, los dos músicos sobre el escenario mostraron su agradecimiento a todos los presentes, resaltando que solo pueden enfrentarse a una tarea tan compleja como la de sonorizar un concierto así gracias a la comprensión y el inestimable trato que reciben por parte de su público.00
Tras una intro de Nacho Mur con la guitarra eléctrica, creando ambiente, Luis se colgó su ajada acústica para comenzar de menos a más con "una señal" y seguidamente atacar uno de sus temas más queridos últimamente, ese "temple bar" que nos lleva directos a las calles de Dublín. A continuación presentó la canción que dijo llevar más tiempo acompañándole en su repertorio, la siempre emocionante "Dime qué hago", que hizo que los coros del público subieran en intensidad, ya que las anteriores habían sido coreadas con mayor timidez.
Con "Mesa para dos" y "Airecillo" recreó el sonido que consiguieron dar entre Nacho y él a su disco "Canciones completas desde una casa vacía", en el que la casa semi en ruinas de su abuelo también fue protagonista. Esas canciones, que en aquel disco ya eran minimalistas, se sostuvieron aquí con dos acústicas al aire y una pureza inusual, antes de atreverse a presentar un nuevo tema que acaban de grabar ambos y que anunciaron que sería publicado en formato single en junio. Estoy hablando de "Cristales", que en una primera escucha pudimos apreciar con una fuerza diferente, más espontánea y con hechuras pop.
La mandolina cobró protagonismo en la dulce "Color miel", llenó de ligereza "Frío al verte", y consiguió estremecernos con el canto ahogado de "Venecia". A pesar de estar fuera del setlist, Luis tuvo que arremeter con "Ella" debido a que, una vez más en Zaragoza, se la pidió la pareja que ya en su día nos contaron que fue la canción que decidieron bailar juntos en su boda. Cosas del directo que se van convirtiendo en anécdotas clásicas del músico en esta ciudad. Y como siempre, nos advirtió de que el concierto no tendría bises, aunque sí un buen rato para compartir con sus seguidores entre firmas y comentarios al final del mismo. Esto nos hacía vaticinar el final del concierto, al que le quedaba su buena ración de lo que pueden considerarse sus imprescindibles o su más valiosa colección de hits, que no por ello perdieron un ápice de la intimidad que se mantuvo durante toda la velada. Antes de ese final más enérgico dentro de la contención, hubo un momento más introspectivo con "tu recuerdo (verde otoño)" o "ahí atrás (miedo en el mar)", dos temas pensados para cantar hacia adentro, para terminar seguidamente, con todo el público ya más desinhibido, coreando la canción de carretera "busco", la atrevida y cercana a un himno "El Palmar", y la ya clásica "110".
Luis Fercán es nuestro cantautor más "de piel". Uno de los más creíbles. Quizá por su capacidad de interpelarnos con sus historias al interpretarlas con ese desgarro. Quizá por su manera de "bailar" o moverse de forma inquieta con las más "lentas". Quizá por ser capaz de conseguir el silencio más rotundo buscando la proximidad que requieren sus historias. O quizá simplemente por ser único, con esa familiaridad tan característica que transmite a cada palabra que nos regala, sea en forma de canción o cuando se encarga simplemente de presentarlas. Luis Fercán nunca nos deja fríos. Con él y sus canciones nos inunda un torrente de pasión compartida y abierta en canal. En cada concierto, como el que volví a disfrutar el pasado domingo como si fuera la primera vez, nos busca y nos sienta a su mesa para recorrer juntos nuestro cuerpo entre cristales.