Sala Ambigú Axerquía, Córdoba. Viernes, 7 de marzo de 2025.
Por: J.J. Caballero.
La alegría, dadas las circunstancias, es sólo un estado temporal. El gozo de volver a buena parte de la escena cordobesa (o cordoboide, como gustamos por aquí de llamar al cotarro pop local) en plena acción de apoyo y retroalimentación tiene siempre recompensas que van más allá de números y estadísticas. Son ya múltiples las apariciones conjuntas, e incluso a veces presentadas como un totum revolutum efectivo y multidireccional, de bandas y artistas amparados bajo el manto protector de El Colectivo que, aclaración implícita para los no iniciados, no es sólo un módulo operativo diseñado para fomentar la agenda de conciertos, colaboraciones, programación de salas y fiestas donde el rock and roll brille por su presencia, sino que además es un sello discográfico con personalidad propia, aún en ciernes geográficamente hablando, y unos siempre dubitativos medios de subsistencia que lo sostienen milagrosamente en pie y a plenas facultades organizativas.
Es otra vez síntoma de salud de hierro comprobar que a su llamada sigue respondiendo un núcleo de público comprometido hasta el tuétano con su oferta artística, habitualmente oculta tras carteles mucho más obvios y cercanos al cuestionable gusto popular. Tratándose de esta ciudad, el derecho a hacerse oír de una minoría cada vez más mayoritaria merece cualquier esfuerzo, sobre todo por la ya citada recompensa. Sin entrar en otras consideraciones, la unión y la fuerza han de ir de la mano, y ya van, para que exista esta realidad paralela habitualmente lejos del foco mediático y sin embargo mucho más brillante que la mayoría del falso oro que reluce ante el fervor de la multitud.
Al calor de la hermandad representada por el cobijo sempiterno de la sala Ambigú –algún día se reconocerá a sus responsables, y en especial a su programador, la labor a menudo ingrata que se autoencomendaron para nuestro solaz y salvación- se arrimaron de nuevo las canciones bonitas y radiantes de melancolía de Volpina, la banda que Migue Pérez, ideólogo mayor de este divino invento, montó tras la disolución de Los Esclavos allá en su Granada añorada y nunca abandonada del todo. Para levantar el nuevo busto de pop concentrado y de tendencia melódica se trajo a su mano derecha a la guitarra, Ismael Delgado, y después de conocer a David Paz, otro veterano en letra pequeña de la noche y el rocanroleo local, le propuso poner el contrapunto rítmico a su bajo y a la batería ubicua de Mario Cano, implicado también en aventuras paralelas mucho más ruidosas.
Se les notan ensayos y devoción por las nuevas canciones que están a punto de publicar después de “Lecciones de vuelo”, el EP que los vio nacer discográficamente, y cierto es que después de escuchar piezas de delicioso romanticismo costumbrista como “La reina del Ambigú” o verdaderos himnos de devoción militante como “Qué será de la ciudad sin nosotros”, se adivina la llegada de uno de los grandes discos de pop hechos aquí en los últimos años. Si a las recientes incorporaciones le añadimos perlas del destello de “Fuera llueve”, metáfora de lo que estaba ocurriendo fuera y no nos importaba en absoluto, o el tino de versionar “Espejos que no devuelven las miradas” de sus admirados Hermanos Dalton (con letra de otro dios olímpico llamado José Ignacio Lapido), la jugada estuvo cerca de resultar maestra. Reunido todo con “Tampoco es para tanto lo nuestro”, “San Miguel Alto”, “Harrison vino a verme” o “Resort”, pequeños himnos del repertorio, desgranados ahora con más velocidad y resolución, acentuando las agallas instrumentales que poseen, el balance no es sólo positivo sino profundamente alentador. La gran esperanza blanca podrían ser ellos, aunque sólo sea por bagaje y coyuntura, pero suenan tan frescos que nunca deberíamos dejar de verlos como lo que son: El penúltimo bastión de autenticidad en una escena aún a salvo del deterioro provocado por el cansancio.
El papel de telonero, por otra parte, le queda pequeño al encargado por esta vez de descorrer el telón y exhibir el músculo atemporal de sus grandísimas canciones. Uno de esos casos en los que la persona se come la ambición del músico, si es que esta existió alguna vez. Alguien que viene de la escena pub rock británica, que bebe de la herencia del punk que en los noventa elevó a los infiernos de la gloria al mismísimo Johnny Thunders y que tuvo una banda recordada con devoción por los fieles del movimiento, The Aspidistras, sólo podría derivar en proyectos donde la búsqueda está por encima del asentamiento. Con The Varlets, el pseudónimo con el que ha bautizado a su última etapa de pop atemporal y polifacético, el insigne Paul Barham grabó cuatro temas excelentes que ahora intercala en directo con otros igual de aparentes: “Do the do”, “Pink stucco house”, “Down in the valley” e “Into the light” conformarían la alineación titular capitaneada por su recién adquirida joya: un “How d’you like that?” de evidentes raíces sixty y potencial calado en su inminente producción.
Sería un pecado olvidarnos de que tras su impecable planta late un corazón marcado por el blues que escuchaba ya de adolescente, y a ello dedica el tramo final, con “The thing about Charles” o “Lately” bien rellenas de punteos y devaneos con un género en el que se refugia casi en contra de su voluntad de abrir una propuesta en constante vaivén. No tiene nada que ver con la inconcreción, sino más bien con la competencia, pues el bueno de P.A., como suele firmar sus grabaciones, delata habilidades más que suficientes para meterse en esta y varias aventuras paralelas sin perder ni un centímetro de personalidad. Y eso que su mobiliario sonoro se vio mermado por la ausencia del teclista, otro habitual de los escenarios de la ciudad llamado Javier Ramos, pero reforzado en otras direcciones por la sección rítmica de José Luis Cabezas y Albert Sunday en asociación esta vez por el recién adoptado Joaquín Portillo a la segunda guitarra. Nada puede salir mal si te rodeas de discípulos tan aventajados como el propio maestro. Para eso, como para tantas cosas, hay que conocer el material y el terreno que pisas, y él lo tiene más que hollado.
Las conclusiones son las mismas apuntadas en la introducción. Las necesidades, idénticas a las que teníamos antes de saciarlas en directo. El futuro, igual de incierto y tentador. Mientras la salud y los oídos nos y los acompañen, el bloque de resistencia seguirá germinando en piña madura y explosión de hermandad. Pasarán los años y pesará la memoria, pero a estos nombres les acompañará siempre un guiño de complicidad y un latido fuerte cuando sean citados en el contexto y lugar adecuados. Lo importante, además, es que aún nos quedan muchos encuentros por citar, y quedarán escritos con tinta invisible para muchos. Pero esos no nos importan, mientras nos queden arrestos para combatirlos.