Por: JJ. Caballero
La oscuridad también se puede bailar. Claros ejemplos hay a lo largo de la historia del pop y la música de corte introspectivo en general. La penúltima –y la enésima- prueba la encontramos en nuestro país, concretamente en el litoral levantino, tan proclive a la efervescencia musical y al desprejuicio en cuanto a sonidos e influencias; tanto que últimamente son varias las bandas que hacen de la melancolía y la desesperanza material orientado a la emoción desde diversos puntos de vista. Son los actuales herederos de monarcas de la categoría y la intrascendencia de Antiguo Régimen o Ceremonia, a los que podríamos citar como instigadores de una escena que nunca llegó a catalogarse como tal, ni siquiera a reconocerse. Hoy, son nombres como Margarita Quebrada, Mausoleo o el propio proyecto paralelo de dos de los miembros de La Plata, que bajo el apocalíptico pseudónimo de Luz Verdadera, los que resitúan una forma de entender la vida y la música en el nuevo mapa de sonidos en el que lo fácil es perderse a las primeras de cambio.
Nada perdidos, en cambio, andan Diego Escriche y Patricia Ferragud, que abordan ya su tercer disco largo después de la aventura electrónica que supuso el EP "Sueños" (2023) bajo el paraguas del aprendizaje y la inquietud recogida por el camino. En "Interzona" dibujan un perfil alto en el que el tecno de temas como “Aero”, los rotundos sintetizadores de “Brillando siempre” o la hilazón brillante de guitarras y máquinas de “Música infinita” podrían servir como banda sonora atemporal para un documental sobre la ya lejana, y tan cercana en efectos sin embargo, ruta del bakalao a la que generacionalmente se sienten tan ajenos como afectivamente cercanos.
Las señas de identidad que definen a la banda se preservan en “Niebla”, una abrumadora conjugación de sonidos y contrastes, y en “Cerca de ti”, donde combinan el cristal sin pulir de la voz de su bajista María Gea con otros apuntes dispersos en varios otros tramos: jungle, post punk, dream pop (“Agua clara” bien podrían haberla firmado luminarias como Beach House) y ambientes cercanos al ambient o el drum & bass. Ahí está “Ruido blanco”, con sus guitarras efusivas aderezando la atmósfera, o “Mirar atrás”, con la congoja melódica de la nostalgia bien entendida. Pero también podría fijarse un antes y un después en la trayectoria de La Plata después de escuchar esa joya titulada “La vida real”, una de esas canciones que llegan a tu cerebro para quedarse a vivir en él por tiempo indeterminado, o la aproximación al folk, siempre desde su óptica indeleble, de “Bien conmigo”, prima bastarda de “Fin”, el otro apéndice del disco, este de caligrafía difusa y ensimismada, para encajar las piezas que a oídos no demasiado cómplices nunca encajarían.
En un álbum escrito y compuesto desde un plano profundamente personal, lo vivo y lo real parecen entablar una continua pugna con lo etéreo y lo postizo. "Interzona" es pura introspección, inteligente y diáfana, que sitúa a sus autores en un plano interdimensional en el que pueden empezar a moverse como pez en el agua. Si The XX, por poner sólo un ejemplo identificable, escucharan estas canciones, podrían pensar que alguien les ha robado el alma y se la ha tirado a la cara. Sería sólo un gesto de autoridad, no nos confundamos.