Por: Guillermo García Domingo.
Fátima Fuster, la joven compositora e intérprete que se expresa a través de Bendita Calamidad, tenía una libreta que contenía historias que “querían ser canciones”. Afortunadamente la artista afincada en Madrid por fin ha concedido ese deseo a las incipientes canciones que había reunido durante la reclusión forzosa a la que nos obligó la pandemia mundial y que, desde el mes de noviembre, podemos escuchar y disfrutar en su estimulante debut en forma de EP, que incluye 6 magníficas creaciones (le ha faltado muy poco para convertirse en un disco de larga duración).
Hace 14 años Fátima, procedente de Alicante, impulsada por su vocación humanista, se trasladó a Madrid con el fin de estudiar Ciencias y Lenguas de la Antigüedad en la Universidad Autónoma, donde también realizó el Máster de Arqueología y Gestión del Patrimonio, especializándose en la música de la Antigüedad Clásica. El EP tiene, en efecto, acento madrileño debido a las evocaciones que hace de las aventuras humanas e iniciáticas que ha experimentado en sus calles y esquinas, sobre todo, en Chamberí, o en el popular barrio del Pilar donde también ha residido, que cualquiera puede reconocer en sus hermosos temas escoradas francamente y sin complejos hacia el pop roquero, hacia el que Fátima tiene una predisposición excelente por motivos familiares también. Parece que lleva toda la vida ejecutando el fraseo que el rock requiere y que es tan difícil de impostar. Quién lo diría, atendiendo a su sólida formación en interpretación clásica e histórica, puesto que ella continúa siendo violinista barroca, y forma parte de un grupo de música de cámara, La Stampa, con el que recrea el asombroso repertorio de los siglos XVII y XVIII. A su juicio, la música barroca y el rock no son tan distintos como cabría pensar. De modo que “El país de al lado” y “No hace falta” son ejercicios brillantes de rock (barroco) auspiciados por una voz femenina. Vaticino que será todavía mejor escucharlos en vivo, en la sala Siroco, el 19 de marzo, interpretados junto a la banda reclutada para la ocasión.
El influjo benéfico de Asturias, y en concreto Gijón, ha tenido mucho que ver en la generación de este proyecto. Fue allí donde Fátima Fuster se alió con Jano Díaz (guitarrista y vocalista de Drugos, un conjunto muy recomendable, por cierto, y con un directo potentísimo) y Sergio Firu para erigir las canciones de Bendita Calamidad y arroparlas de una instrumentación más que correcta. Además de poseer una voz cálida y equilibrada, a Fátima no hay instrumento que se le resista. La financiación del estudio fue posible gracias a la ayuda para Iniciativas Culturales concedida por la ONCE. La cantante y multinstrumentista padece una dolencia degenerativa que afecta a su visión, de la que fue consciente poco antes de que el mundo se encerrara en casa, así que no le quedó otra opción que aceptar el doble derrumbe de su mundo “mientras fuera crecía el musgo”. Se trata del “choque lento” al que alude la “La colisión”, que es una canción sobrecogedora capaz de concitar ese oxímoron imposible, la “bendita calamidad” que le ocurrió a ella. De ese choque brutal entre montañas (leía por entonces un libro de Irene Solá) surgió de forma imprevista una esplendorosa cordillera. Los dibujos que en aquel período creó le han servido para “ilustrar” las canciones del EP. Las demás canciones no aluden explícitamente a la pérdida de su visión, por deseo expreso de Fátima, quien nos confesó que no es eso lo que la define, “sino que es una entre otras características” que su personalidad tiene.
Nadie que escuche este primer trabajo de Bendita Calamidad podrá llevarle la contraria. Hay muchas razones, seis nos parecen muy pocas, para considerar a Fátima Fuster Antón como una auténtica “bendición” para los que amamos la música en todas sus expresiones.