En 2013, cuando Lou Reed pereció, dimos por muerto definitivamente al glam. Tal vez fue precipitado, pues todavía seguía en pie David Johansen, frontman de los New York Dolls, hasta la pasada noche cuando un cáncer que venía arrastrando desde hace tiempo acabó por ganarle la batalla pocas semanas después de haber cumplido los 75 años.
El vocalista vino al mundo en Staten Island en el ecuador del siglo XX, en 1950, aunque volvió a nacer en aquellos oscuros garitos de la metrópolis neoyorquina a comienzos de los 70, pisando fuerte la calle desde las visión panorámica que le ofrecían sus zapatos de plataforma y envuelto en la brillantina del glam rock que con tan personal efecto destilaban New York Dolls, observados desde una mesa imaginaria situada en la esquina por Lou Reed, admirado ante la sexualidad ambigua que facturaban aquellos muchachos travestidos que capturaron la siempre particular visión del genio de Long Island.
De talento musical andaba sobrada la alineación titular del quinteto que contaba entre sus filas con otros grandes nombres como las figuras del acelerado Johnny Thunders y Sylvain Sylvian a las guitarras, Arthur Kane, al bajo, y Billy Murcia a la batería, quien tras su muerte por asfixia accidental fue sustituido por Jerry Nolan. Aquellos cinco nombres capitaneados por David comenzaron a dar vida a una imaginario que oscilaba entre el proto-punk y el glam gamberro y callejero, capaz de condensar en tres minutos el espíritu de los Stones, MC5, The Stooges, T.Rex y David Bowie, sin olvidar la herencia de las girls groups de las que eran fervientes admiradores, sobre todo de sus favoritas de entre todas ellas, The Shangri-Las. ¿Qué podía salir mal cuando tienes imagen, canciones y actitud?
Fue en los camerinos y en las siempre turbias esquinas del rock setentero donde se frustró todo, la heroína disfrazada de benefactora se encaprichó de los brazos de los citados músicos, dejando un reguero de cadáveres por el camino; sin embargo antes de todo ello lograron dejar para el recuerdo dos álbumes impresionantes, el homónimo “New York Dolls” (1973), donde nuestras muñecas miran desde esta portada icónica entre coquetas y altivas al personal, dejando para el interior un conjunto de temas mayúsculos repletos de músculo y nervio, sembrando un veneno capaz de inocular los barrios del extrarradio de las principales ciudades europeas, algo que ocurrió sin ir más lejos en La Elipa, donde su influjo voló literalmente la cabeza de Enrique Pérez “Lanstrung” y Pepe Risi, dando como resultado la formación años más tarde Burning, quienes jugaban a rasgar las guitarras acercándose a su rock bronca a la par que imitaban su desconcertante estética ante los ojos de la moral biempensante representada por la dictadura franquista, y “Too Much, Too Soon” (1974), con el que volvieron a conseguir el favor de la crítica, pero que supuso la constatación de que el éxito comercial quedaba lejos, evidenciando una realidad que supuso un jarro de agua fría para la banda que ante tal tesitura se fue desintegrando hasta su separación definitiva en el año 1977.
No quedaba otra opción, así que el bueno de David Johansen se lanzó a la aventura de arrancar con su carrera solista, dejando de lado el glam y el proto-punk, retornando en primera instancia a un lugar conocido, buscando refugio bajo los parámetros del R&B para posteriormente probar suerte en otros registros que le llevaron por sorprendentes caminos como los de la fusión del soul y la música tropical, donde conoció algún que otro éxito como el de la canción “Hot Hot Hot”; su reencarnación en Buster Poindexter con la que revitalizó el swing en los años ochenta, antes de volver al redil del blues en la década de los noventa con trabajos como “David Johansen and the Harry Smith”, periodo en el cual siguió girando en círculos minoritarios y en el que nos regaló alguna que otra aparición en películas curiosas como “Los Fantasmas atacan al Jefe”, en una lenta pendiente camino del olvido del que saldría en un acto de justicia poética merced al agradecimiento que profesaba a su banda madre un seguidor de lo más especial.
Y es que un adolescente desconocido llamado Steven Patrick Morrissey fue el mayor fan de New York Dolls en toda Gran Bretaña desde finales de los setenta hasta comienzos de los ochentas, ejerciendo como presidente de su club de fans y firmando una biografía sobre la banda, aquel inadaptado disfrutaba de la música del quinteto en la soledad de una habitación a las afueras de Mánchester mucho antes de aquella tarde en que Johnny Marr llamara a su puerta y comenzaran a escribir una bonita historia conjunta. Él nunca olvidó el influjo urbano de aquellas canciones capaces de susurrar mensajes subversivos a los adolescentes inadaptados, por lo que cuando ejerció de director de contratación en el Meltdown Festival de 2004 logró la reunión de los tres miembros vivos de la banda por aquel entonces, David, Sylvain y Kane, una vuelta a la vida que fue recibida con cierto júbilo y que puso a las muñecas en los oídos de una nueva generación de público a la que sus viejos himnos volvieron a volar la cabeza, acudiendo a comprar sus discos a las estanterías de las grandes superficies y sus camisetas en las tiendas de moda de grandes multinacionales que servían para el caprichito del niño y la niña.
Lamentablemente, la muerte de Arthur Kane en junio de aquel mismo año por leucemia hizo que la sombra siniestra que perseguía a los New York Dolls volviera a aparecer, elemento que no imposibilitó la grabación de tres álbumes de estudio por parte de una nueva formación con la que David siguió paseando el nombre de la banda sin llegar a reverdecer más que de lejos viejos laureles.
Quizás el último intento por dotar a la figura de David Johansen del estatus que de verdad mereció en vida tuviera lugar en “Una noche con David Johansen”, documental dirigido por Martin Scorsese y David Tedeschi que recoge una actuación en vivo en el Café Carlyle de Nueva York, donde a través de declaraciones e imágenes de archivo no resulta complicado rastrear el enorme influjo de David Johansen en el mundo de la música del siglo XX.
Una figura barrial y callejera que a través de su actitud irreverente y de su mirada marcada por el rimmel, dejo en nuestras mejillas un dulce beso de carmín punk-glam que todavía hoy resulta tan dulce como serpenteante y venenoso. Un mito de la “historia no oficial” de New York que ahora habita en los cielos junto a otro rey sin corona de la capital del mundo como es nuestro amado Willy DeVille. Que la tierra te sea leve querido David. Ya no eres inmortal, siempre serás eterno.