Por: Javier Capapé.
No es necesario esperar siempre la novedad. A veces tan solo queremos encontrar paz en los sonidos más familiares. Volver a lo que sentimos como hogar. Y esa es la sensación que nos produce reencontrarnos con David Gray y su último disco "Dear Life". El número trece de su trayectoria, que suma ya más de treinta años, aunque los últimos veinticinco tras la sombra del que fuera su cenit, el sobresaliente "White Ladder". Pero David Gray está mucho más allá de aquel hito. Ha entregado numerosas obras de altura tras aquella lanzada a finales del pasado siglo, pero muchos siguen juzgando su obra en relación a esa sin mirar más allá. Tremendo error, pues la música de David Gray va mucho más lejos de "Babylon" o "This year's love", y precisamente este "Dear Life" es buena muestra de ello.
Será difícil encontrar demasiadas sorpresas, pero sin duda éste puede ser uno de sus discos a destacar con el paso del tiempo, de los que serán capaces de perdurar. Lejos de la programación y el atrevimiento de "Gold in a Brass Age" y más cerca de la emoción contenida de "Skellig", aunque quizá sin llegar al efecto que nos producía aquel, sin duda uno de sus álbumes más logrados. Pero "Dear Life" no se queda lejos de esas cotas. Resiste muy bien las escuchas, mucho más allá de los habituales adelantos que mandan los tiempos. Ben de Vries, viejo conocido del propio Gray, produce estas trece canciones, extensas en duración, algo que se desmarca claramente de modas, y contenidas en las formas. Con una producción minimalista que resalta las guitarras acústicas junto a los sutiles ritmos programados que aportan color sin llegar a desbordar ni conducir las canciones, salvo en contadas ocasiones, como ocurre con "Plus & Minus" (uno de sus acertados singles previos mecido por los beats electrónicos que la llevan directa al pop de vanguardia), "Acceptance (It's Alright)" o "The Only Ones", donde los ritmos mandan saliéndose del tono ponderante del álbum.
"Skellig" se centraba en la meditación para encontrarse con uno mismo, y esa sensación también recorre muchas de las líneas de "Dear Life". Aquí apenas hay coros como los de aquel, que se convirtieron en su marca principal, pero sí hay sutiles arreglos de viento, que hacen las delicias de canciones como "Leave Taking" o "Future Bride" (la primera tomándose su tiempo con la voz susurrante de Gray y la segunda mucho más ligera gracias a la presencia de unas guitarras muy danzarinas). Aunque lo que verdaderamente manda en estos surcos es la delicadeza y vulnerabilidad, perfectamente reconocible entre la emotiva interpretación vocal del inglés. Podemos vislumbrar en el estilo dominante cierto clasicismo, como ocurre en "Eyes made rain" o "I saw love", también recorrida por ritmos minimalistas, pero también hay espacio para experimentos de aires jazzy, como ocurre con "Fighting Talk" (con colaboración de su hija incluida), y otros de tintes mucho más contemporáneos como en la ya nombrada "Acceptance (It's Alright)", aderezada, más allá de su ritmo libre, con una de las mejores líneas melódicas del álbum.
El pop, que en el fondo es lo que siempre ha buscado este trovador para acercarse a las masas, queda muy bien representado por los singles "Singing the Pharaoh" y "Plus & Minus", en una línea estrechamente emparentada con el siempre presente "White Ladder", contando ésta última, además, con la joven Talia Rae para darle la réplica a Gray. Pero sin lugar a dudas, donde nuestro protagonista destaca y consigue conmover de veras es cuando nos deleita con sus formas más desnudas o con los arreglos más sutiles que dejan aflorar por encima de todo el verso y la palabra. En esta línea, y como verdaderas insignias del espíritu del británico, estarían la apertura con "After the harvest", donde las cuerdas mecen ese estribillo conmovedor al que también acompaña un arreglo de trompeta, y el cierre con "The First Stone", con su ritmo arrastrado y sostenido por una eléctrica arpegiada que nos atrapa hasta desvanecerse. Junto a estas dos canciones que sirven de inicio y final de esta "vida querida" encontraremos, justo en la parte central del disco, "Sunlight on water", una balada al piano con las cuerdas reforzando su intensidad, donde predomina la sensación de vulnerabilidad, y "That day must surely come", apoyada en la guitarra acústica y evocando a autores como Bob Dylan o Cat Stevens.
No estamos, por lo tanto, ante un disco menor. El problema es que David Gray ya no es una joven promesa que vaya a sorprendernos con un posible futuro disco que cambie los tiempos. Eso ya lo hizo hace mucho. Y quizá por ello, queden minusvalorados discos como éste, pero no nos olvidemos del poder emocional de sus canciones, del carácter de su autor y de las buenas sensaciones que nos transmite su música cuando se trata de buscar la esencia de la canción de autor más cercana al pop. "Dear Life" necesita su tiempo, su reposo, pero inspira y nos reconcilia con la senda de los grandes trovadores clásicos anglosajones, porque David Gray, pese a quien le pese, siempre será uno de ellos.