Por: El Giradiscos.
Hace cinco largos años, durante la calamitosa pandemia, Rafael Berrio García se fue elegantemente, sin llamar la atención (“trata de ser invisible”, él mismo sentenció), por culpa de una grave enfermedad, su pequeña figura (solo en apariencia) se alejó por las estrechas calles mojadas de San Sebastián y ya no le volvimos a ver. El 31 de marzo se cumple este aniversario, y coincidiendo con él, Warner ha auspiciado el empeño de Joserra Senperena por abrir la caja de música escondida de Berrio que custodiaba su pareja, Gema Amiama. Gracias a ellos van a ver la luz casi una cincuentena de canciones inéditas del músico del Gros (grabadas entre 1984 y 2018): “No es para menos” reza el recopilatorio.
Por nuestra parte, El Giradiscos, que siempre ha sentido una más que justificada predilección por este singular artista, quiere recordarle de la mano de otros compañeros que le conocieron y le siguen echando en falta. Hemos considerado que el primero que debe descorchar la botella de vino en cuya etiqueta puede leerse Berrio, no puede ser otro que su amigo Diego Vasallo, quien tuvo la gentileza de brindarnos su tiempo para honrar, evocar a su colega, y asimismo ofrecernos pistas muy valiosas a la hora de abordar la figura musical y humana de Rafael Berrio. Por cierto, como el músico donostiarra es uno de nuestros músicos de cabecera, aprovechamos para preguntarle acerca de lo que anda tramando musicalmente en la actualidad, y nos anuncia en primicia que una banda está a punto de nacer. En otoño como muy tarde tendremos noticias y novedades suyas.
Los caminos de ambos músicos vascos se cruzaron en la década de 1990 por medio de Cheli Lanzagorta mientras Berrio estaba concernido en el proyecto colectivo “Amor a traición”, una banda “velvetiana”, como nos dijo certeramente Vasallo. Grabaron dos discos en aquel período tan excitante en Donosti; en el segundo de sus discos colaboró Diego. Aunque éste no quiera darse importancia, los créditos no mienten: “Este álbum fue publicado gracias a la generosa participación ejecutiva de Diego Vasallo”. De aquel estudio salió por aquella feliz época la inconmensurable, “No pienso bajar más al centro”, que el músico aprecia especialmente, tanto que la recreó en vivo, un año después de la desaparición de su amigo, en el homenaje “Rafa Berrio in Memoriam”, grabado y emitido por la EITB.
La relación “musical” fue “transformándose en una amistad”, que se estrechó en las calles del barrio de Amara y posteriormente en Gros, donde residía Berrio. Así es como Vasallo pasó a formar parte de ese grupo de “borrachos distinguidos” a los que alude la canción “Mis amigos”... “mis queridos , amados, carnales, cabrones, amigos”. En aquellas “rondas nocturnas”, que iba añadiendo miembros a medida Berrio se topaba con las innumerables personas a las que conocía, ya que era alguien “muy sociable”, destaca Vasallo, hablan de “lo divino y humano”, puesto que Rafael “era un grandísimo conversador, inagotable”, que poseía una enorme cultura artística, filosófica, musical y libresca. Era cuestión de tiempo que aquellas “rondas” cultas y alcohólicas se convirtieran en la “Tertulia Errante” que Berrio fundó, y de la que era miembro el propio Vasallo, y también personajes donostiarras como los poetas Karmelo C. Iribarren y Pablo Casares, o los músicos José Puerto y Joserra Senperena.
Cuando le interrogamos por la idiosincrasia musical de Berrio, el músico donostiarra nos recuerda que Berrio realizó una evolución “muy importante y potente”, porque de un disco a otro, podía “cambiar de rumbo radicalmente”. Después de UHF y el mencionado conjunto Amor a Traición, emprendió una senda solitaria, primero en una banda que Vasallo denomina “fantasma”, porque, en realidad, Berrio era el único miembro de ella, se llamaba Deriva. Además de Diego otros tantos músicos que pasaban por el estudio de Iñaki de Lucas colaboraron en los dos discos que bajo ese nombre fueron editados. En aquel lugar se grabó “No solo de amor”, que Vasallo versionó.
Más adelante se convirtió en un “cantautor afrancesado”, una especie prácticamente inédita en nuestro país, deudor de “Brel o Gainsbourg”. A aquel período tan particular pertenecen algunas de las mejores canciones de Rafa por las que Vasallo siente auténtica debilidad: “Mi reputación”, “Cómo iba yo a saber” o “Simulacro“. Aunque su compañero, podría citar muchas otras, porque Rafa disponía de un “repertorio inmenso”, reunido póstumamente en el cancionero “Absolución” (editado por la editorial de Granada, Comares). Su regreso al rock dio a lugar a nuevos discos hasta llegar a “Niño futuro” (2019), el cual demuestra que Berrio estaba en un momento compositivo extraordinario solamente un año antes de fallecer. Nuestro entrevistado quiere destacar la “preciosa y enorme” “Dadme la vida que amo”, que abre el disco que sería a la postre el último, si exceptuamos los tres delicados valses en los que su pareja de baile ya era la indeseable muerte.
El legado de Berrio, a juicio de Diego, son sus canciones, “llenas de emoción viva y pura como la energía de las tormentas”, como él mismo escribió el día siguiente del fallecimiento de Berrio, en una de las despedidas más bellas que un músico ha dedicado a otro en nuestro país. Vasallo le animó a que escribiera al margen de sus canciones, y según parece, existen incluso unos “diarios de gira” que Berrio consignó, y son dignos de ser leídos, sin embargo, ya no le quedó tiempo para llevarlo a cabo. En cualquier caso, el veredicto de Vasallo no deja lugar a dudas: “su obra es incontestable, rotunda, líricamente de las mejores en castellano”.
A continuación os proponemos los magníficos textos que los músicos que tuvieron la suerte de conocerlo han querido escribir y ceder generosamente a El Giradiscos a propósito de las canciones que han definido su relación con el artista fallecido hace cinco años. Son los “hilos” intangibles que todavía les mantienen unidos al “mundo” indeclinable de Berrio.
He de reconocer con cierta culpa que entré tarde en el universo Berrio. Reconozco también que, antes de caer vencido, algunas veces – siempre en petit comité y en pos de la comedia de sobremesa- puse un poco de vuelta y media su forma de construir letras. Lo que a mí me alejaba de disfrutar sus maneras era justo esa habilidad que le hacía único, esa maravillosa capacidad para meter diez palabras donde solo parecen caber cuatro. A pesar de los intentos, de que muchos amigos en cuyo criterio confío me hablaban de sus virtudes, y de mi cada vez más grande deseo de disfrutarlo, no encontraba la puerta.
Pero ocurrió que editó “Niño futuro”, el disco. La primera canción que escuché de ese álbum fue la que le da título... Y me dejó anonadado, tuve que reproducirla unas cuantas veces para darme cuenta de que ya me había hechizado.
No sé si fue causa o efecto, pero no deja de ser paradójico que, siendo la menos Berrio de Berrio, una especie de anomalía en su repertorio, fuera esta canción la llave que yo necesitaba para tirarme de cabeza en su poesía y en su música. La instrumentación, krautiana y constante, era distinta a lo que yo creía que tenía que ser una canción suya, la letra no describía, no contaba, solo enumeraba, pero –luego lo pensé- esta canción no podía ser de otro sino de él. Lo que ahora entiendo es que “Niño futuro” me llevó a algún sitio en común, un lugar para mí reconocible, a partir del que agarrar el hilo del que podría ir tirando.
Y eso es lo que hice, devoré el disco, y después otros de sus discos. Y en eso estaba cuando, un día de confinamiento y lluvia en Barcelona, me pilló por sorpresa su muerte, mientras escuchaba los aplausos a los sanitarios que yo imaginaba, espero no sonar muy naif, que ese día eran para él.
"Yo me moriré un día borracho frente a una tapia" es el primer verso cantado que escuché de Rafael Berrio. Mi amigo, el poeta Roger Wolfe, me mandó un enlace para que escuchara y viese el videoclip de "Las mujeres de este mundo". Roger aparecía en las primeras escenas cuidando de Rafa; dando vueltas a la cucharilla de un café, mientras la cara de Berrio era de cogorza de Noé ebrio entre todas las fieras. Otro amigo poeta y realizador, Juan Carlos Espadas Aragón, también me avisó de la existencia de este excelso donostiarra, todo sería a finales de 2011.
"Sólo lamentaré perder a las mujeres que amamos". Quedé ya embrujado con el primer renglón, fascinado y a merced de su obra toda mi vida, uno de los mayores flechazos artísticos que conservo intacto -como reza la propia canción- en el virgo de su misterio. Logra esa verosimilitud del discurso, voluptuoso y de una belleza palaciega y decadente; guarda la pieza una estética del sonido con el desparpajo de su dicción, con esas letras donde lo patético y lo bello alcanzan un equilibrio único de marca afrancesada, de cantos elegíacos y crepusculares, canallas, bohemios, con vetas de una sicología muy punk. Todo eso son los temas de Rafa: himnos costumbristas de historia e intrahistoria y verdades inapelables, como catedrales en la niebla. Una paleta sonora única en el panorama ibérico. En "Las mujeres de este mundo" coexiste una esencia de Cohen con instrumentaciones entre Tiersen y Jarre y se columbra y erige como una catedral sonora con la fuerza de la literatura verdadera de los grandes temas. Vals y Carrusel que hacen girar el amor, el paso del tiempo, la muerte, la amistad. Ese estribillo de Las mujeres de este mundo condensa -a mi juicio- el gran poema de Antoine Pol “Les Passantes” al cual puso música otro genio: George Brassens.
Empecé a pinchar todos los temas de 1971 en mi casa y en el restaurante, una ola te llevaba a otra, surfeando todas las canciones de gran estatura. Personalmente, atravesaba momentos durísimos por la crisis financiera y todas esas canciones me ayudaron a seguir, me aferré a ellas como troncos en el océano y dispuesto a seguir en el desierto como un San Simón. En los años más duros y salvajes de mi plena reconversión, mi hambre espiritual quedó saciada con la ayuda de la magna obra de Rafael Berrio.
Juan Carlos me avisó de que había bolo de Rafa en Madrid. Viajé al día siguiente y quedamos con Rafa, paseamos el Madrid de tascas y tabernas probando diferentes cosecheros y contentos por ello, entre animada conversación nos invadió un espíritu galdosiano. Llenos de misericordia fuimos a la sombrerería de la Plaza Mayor a probarnos sombreros y a hacernos fotos. Rafa se puso un gorro de lluvia como buen donostiarra, estaba muy gracioso. Yo me puse un enorme sombrero de copa para contribuir a la hipertrofia del yo y Juan Carlos, se probó un Stetson a lo Sinatra. Fuimos a cenar algo y después tuvimos una inesperada sobremesa con David y Jonás Trueba y Javier Rebollo. Rafa era el artista venerado por el mundo artístico consagrado y a la vez desconocido por el gran público, en Francia en los años 60 llenaría teatros: Berrio a l’Olympia. Un alma versada y libre, un erudito barojiano y galdosiano que bebió de la teta del dadaísmo y empezó y mantuvo siempre su nota punk.
Programé un ciclo para justificar y hacer que Rafa viniera a Zaragoza a tocar a mi restaurante El Festín de Babel. Quise que no fuera un bolo más, busqué algo más transversal y juguetón. Propuse una cena-concierto a modo de tributo a quien tanto sonaba en la sala. Los platos constituían y serían canciones suyas representadas con alimentos. Nos gustaba mucho la idea de que el artista se sentara antes del concierto a comerse sus propias canciones, también era muy punk y literario y además sólo sucedería una vez, irrepetible. Cena teatral donde yo salía de la cocina para explicar el plato, todo el mundo cenaba a la vez y cuando se servía a las mesas empezando por la novia, que era Rafa, sonaba la canción del plato y el autor se comía su canción. Y desfilaron como entrantes María Inmaculada, como primer plato Las mujeres de este mundo como segundo plato, Saturno como tercero y de postre Una torrija de Tempranillo Pío Baroja con merengue que representó a los temas Mis amigos y mi reputación. Acababa de salir el disco "Diarios" y aprovechamos para presentarlo. Cantamos juntos "La alegría de vivir" y cómo no, "Las mujeres de este mundo". Cocinar y cantar con él desde las herrumbres del sueño europeo hizo que todavía hoy mantenga llama en mi espíritu y la tentación de existir.
Tiempos pandémicos –y no demasiado celestes– corrían cuando conocí la obra de Rafa Berrio, aupada por su defunción al igual que la de tantos genios. "Niente mi piace" laureó mi repertorio durante la gira de mi último disco y, para mi sorpresa, no fueron pocas personas las que se acercaron a mí después de los conciertos. Más para compartir su alegría –como el que se sabe conocedor de un secreto tesoro– que para celebrar una interpretación plagada de lapsus en la letra por mi parte. Y es que cantar a Berrio supone entablar una lucha en cada verso que se sabe perdida de antemano.
Este bastardo de la chanson y del rock supuso un antes y un después en mi concepción de la canción en español, como nunca nadie antes lo había hecho. Por ello, he perdido la cuenta de las veces que lo he recomendado –y seguiré haciéndolo– a profesores y estudiosos alumnos de conservatorio, a músicos reconocidos internacionalmente en el mundo del bolero, a amigos de dentro y fuera del rock e incluso al director de la banda municipal de mi pueblo. A alguna gente cuyos gustos y los míos –porque así debe ser– sólo coinciden en contados puntos. Pero da igual, como todo artista genuino, Berrio rompe esquemas y, a mi modo de ver, sobrepasa la escala de los géneros tal y como la conocemos en este país, donde se etiqueta todo. Pues no, ninguno de ellos le conocía.
Sinceramente, creo que Berrio le venía grande al mundo. Yo lo imagino como un anónimo Cellini de la canción que paseara, puro en boca, junto a la Playa de la Concha. Buscando la canción perfecta, pero también consciente de la máxima hipocrática: el arte es largo, la vida corta. Gracias, maestro, por abrir camino a los obsesivos y románticos orfebres de la música. Somos huérfanos de ti. Hijos de tu obra
Comencé este año con la mala noticia de que un amigo había fallecido. Así, sin previo aviso. Revisé la última conversación que tuve con él en la que hicimos un amago de quedar y no fue posible. Dejando las cosas para una mejor ocasión que no llega. A raíz de esto, comenzaron a emerger todas las preguntas existenciales que ya andaban rondando por ahí. Ahora es tarde.
"Simulacro" llegó a mi vida gracias a un amigo y compañero de batallas en nuestro anterior grupo de música. Compartíamos conversaciones y música de camino a los ensayos y recuerdo que me dejó marcada este descubrimiento de Rafa Berrio.
Temo haberme pasado la vida reuniendo el valor que me falta. Y, al final del día, lo que me reafirma es pensar que, pese a todas las dudas, miedos y preguntas, lo estamos haciendo lo mejor que podemos. Eskerrik asko Rafa eta Pello. Bon viatge, Pol.
“Abolir el alma, no hay otra salida”. El autor que escribiera algo así, sin aspavientos ni paseos alrededor de la nada, merecería todo el respeto. Y aún más, si acompañase esos versos con una música emanada, como por arte de magia, de ese combate cuerpo a cuerpo entre acordes mayores y menores tan grato al oído de los que hicimos la primera comunión a finales de los 60.
La vida, objeto de todas nuestras atenciones y desvelos hasta el punto de querer buscarle sentido; para ello la observamos detrás de copas de vino en un intento baldío de ocultar nuestro asombro. Algunos aprendieron a destriparla con canciones de cortante filo. Porque, para ser honestos, no había otra forma de llegar al tuétano de nuestra desolación: “a lo más profundo de nuestro ser.”
La muerte. Todo el mundo te quiere cuando estás muerto, pero no es lo peor que te puede pasar. Si las multitudes nos quisieran cuando vivimos y necesitamos con desesperación ese amor, quién escribiría sobre “los sentimientos y las aberraciones.” quién nos mostraría ese “manantial nefasto”. ¡Honor a los muertos!, gritan las “turbas evangelizantes”, a decir de otro de los grandes. ¿Pero a qué muertos?, pregunto yo. Honor y respeto a don Rafael Berrio, vecino San Sebastián, criado en garitos donde las guitarras eléctricas sonaban orgullosas. Epígono del Siglo de Oro. Sólo era un año más joven que yo.
Hubo un tiempo en mi vida donde mi culo no se posaba más de dos meses en el mismo sitio… Viajaba a caballo desbocado entre Madrid (el Zoo), Donosti (¿dulce o salado?), y Córdoba (La reconquista de Sánchez). Fue en este triángulo de las Bermudas donde, de vez en cuando y por primeras veces en mi vida, aparecía resonando su nombre…
1 .”En algún tugurio de “el Zoo”, 5 de la madrugada.
-Sánchez, ¿has escuchado a Rafael Berrio?
- Creo que no… (Balbuceo)
- ¡No me lo puedo creer!!!, ¡te encantaría!!!
-No lo he escuchado (balbuceo)
-Estoy seguro de que no lo has escuchado, porque si lo hubieras hecho lo recordarías…
-¿Qué rollo hace? (Balbuceo más)
- El tipo es vasco, creo que de Donosti, ¡y no te sabría decir…! Lo tienes que escuchar… ¡No tenéis nada que ver; sin embargo, hay algo en ti y en tus canciones que me recuerdan mucho a él, y ni siquiera sé por qué… ¡Escúchalo, por favor!
- Lo haré (balbuceo)
2. (Dos meses después…) Sala Bukowski en Egia: ¿Dulce o Salado? A puerta cerrada
- Honky, ¿Conoces a Berrio?
- Noooo, me han hablado muy bien de él, pero no he podido escucharlo todavía, porque olvidé su nombre y al tipo que me lo sugirió lo había conocido esa misma noche y tampoco recuerdo cómo se llamaba él, era un tío de puta madre la verdad, pero los personajes de “el Zoo” igual aparecen una noche que desaparecen para siempre (No balbuceo… Voy a dolor)
- Es de por aquí, recuerdo que me dijo el tipo: "¿Sabes si va a tocar? ¡Cómo puedo escuchar algo suyo! Espera, me lo apunto... ¡¡¡Boli y papel!!! (Voy desdoblau)
-Te va a volar la cabeza, Honky, Rafa es de los nuestros.
- ¡Más! Cojonudo
-Seguro que puedes escuchar algo en Spotify…
- ¡Yo no me meto en esas mierdas... ¡¡pero no veo por qué no...!!
(Mes y medio después) 3. “Limbo, Córdoba, (La reconquista de Sánchez) a puerta cerrada, de doblete…
-¡Hace unos meses estuvo tocando aquí en Limbo Rafael Berrio, ¡¡Humildemente majestuoso!! ¡Qué puta maravilla! ¿Lo conoces, no?
-Nooooo, joder, ¡todavía no! Llevo escuchando ese nombre cinco putos meses y a cada mal paso que doy, siempre olvido su nombre o el rulo de papel donde lo tenía apuntado, soy un puto idiota y necesito escucharlo ya, todas las personas que me lo han recomendado desprenden un aura especial cuando hablan de él… ¡Joder, tengo que escucharlo ya por Dios!
-Pues si deberías, porque es de los nuestros (otra vez) me parece horrible que no lo hayas escuchado… Sánchez.
-¿Tú tienes algo aquí en Limbo…?
-En Spotify están todos sus dos discos hasta ahora, aunque él viene de otras bandas del norte como Amor a traición y Deriva, acojonantes las dos, muy Lou Reed en el plano musical, muy rock, pero con una actitud y unas letras que te revientan la cabeza, qué puta elegancia…
- ¡Pónmelo, por favor, te lo pido!
- Ahora no …. En mi casa, a tó cipote, tengo uno de sus discos firmados.
- Vamos para tu casa ya, por Dios...
(Horas después, madrugada de triplete… Agonizando en un sofá en la casa de mi amado amigo)
-¿Me puedes poner a Rafael Berrio, por favor, y pónmelo a fuerte por Dios (balbuceando y a punto de morir… Otra vez).
- ¡Aquí lo tengo! Este es su primer disco en solitario, “1971”. Una puta obra maestra… Te dejo a solas con él, yo me voy a la piltra, no te cortes con el volumen, duermo como un cadáver (risas) Mañana me cuentas… Estoy roto….
- Gracias por todo de corazón, nieto de puta (risas) que descanses, Pablo, ¡te amo!
4. “El descenso a las alturas”
¿Cómo iba yo a saber…?
Cuando quizás en ese tiempo, donde más triste, derrotado y solo me sentía, aparecería por fin él …
¿Cómo iba yo a saber…?
Que pondría voz a mis enmarañados pensamientos y los recolocaría de manera magistral…
¿Cómo iba yo a saber…?
Que esa música calaba hasta lo más hondo de mi alma, y quebrantaba mi llanto, elevándome hacia las alturas de la Gloria…
¿Cómo iba yo a saber, cuando nada se espera…?
¿Cómo iba yo a imaginar, desde el ángulo opuesto, que el amor era esto, y que iba a ser alcanzado por él …
5. “Pídele como tú quieras, pero si le pides, te dará"
Pues sí.
Pasado algún tiempo… Un buen día me armé de valor y le pedí amistad por el mensaje privado a su face … Contándole un poco de dónde yo venía y cómo todos los caminos me llevaban hacia él, por íntimos amigos comunes, y borrachos conocidos, que al igual que uno mismo poníamos su nombre en un altar… Recuerdo acabar mi mensaje, pidiéndole a Dios que algún día nuestros caminos se cruzaran y nos pudiéramos dar un fuerte abrazo…
Eso nunca llegó a pasar mientras estabas en esta tierra… Pero desde que te fuiste, nunca sentí que nos dejaras, y sé que jamás lo harás mientras podamos disfrutar de tu inmensa obra. Y ahora puedo ver, una vez más, que nuestros caminos vuelven a juntarse. Sé, a ciencia cierta, que buscabas la canción perfecta y no te conformabas con cualquier palabra, párrafo o música. Ibas a dolor, con todo ello… La perfección son los padres (risas)... Solo sé que para mí “¿Cómo iba yo a saber?” no es una canción perfecta... Es simplemente gloria divina. Gracias, Rafa Berrio, por tanto, por todo, por siempre…
Estamos, Muxu enorme, Dios te tenga en su gloria.
Cruzamos inquietos aquella vieja barra conocida. Luego, el pequeño pasillo que lleva hasta al escenario. Teníamos que buscar allí un sitio bien cerca. Era el 21 de marzo de 2018. Estábamos en el Libertad 8, en Madrid, y faltaban pocos minutos para las 21:00h de aquel frío miércoles. Sería la tercera vez que veríamos a Rafael Berrio. A Rafa.
Pocos meses antes, habíamos asistido a su concierto en la antigua Costello, a medias con el gran Juanba Löbison, quien compartía con Rafa mutuo amor y reconocimiento, y a quien tuve la suerte de conocer de manera cercana tiempo después. La primera ocasión, lejana ya en el tiempo, había sido en Galileo, en 2011, en otro concierto compartido con otro ilustre amigo suyo, Diego Vasallo. Allí asistí aún convaleciente como estaba de aquel "Simulacro" que nos atravesó a tantos por completo, que nos revolucionó el alma para siempre y con la que nos hizo adeptos a su particular catecismo. El primer zarpazo provocado por aquella canción, la aparición repentina en la pantalla de mi ordenador de aquel compositor a medio camino entre Lou Reed y Cohen a la española, con ese aire francés, con una muy particular manera de cantar y un dominio absoluto del lenguaje, me dejó totalmente impactado, a la altura de cuando descubrí a los citados Reed, Cohen o el propio Dylan en mi adolescencia. Yo, que ya rozaba la treintena, creía haber completado para siempre mi olimpo de dioses musicales y no veía al siglo XXI capaz de conmoverme ni mostrarme algo que pudiera hacer tambalear aquellos altares para mí ya inamovibles. Entonces, como había hecho con muchos otros héroes musicales en el pasado, empecé, enfermizamente, a investigar acerca de su figura, a empaparme de sus letras y a hacerme con su discografía. Cuanto más buceaba en ella, más me atrapaba. Hasta que llegó el día en que, en la mítica Discos Satélite de La Latina, hurgando entre los vinilos, surgió como de la nada el venerado primer álbum de Amor a traición, de título homónimo, que me esperaba, traspapelado, como un billete a algún lugar desconocido, para llevarme en un viaje de ida del que aún sigo siendo afortunado pasajero.
Aquel álbum de 1994, encabezado por "No pienso bajar más al centro", se convirtió entonces en la joya de la corona de “la colección Berrio”. Fue un disco que machaqué hasta la saciedad y, concretamente, la canción que nos ocupa se abrió paso en mi espectro sonoro hasta posicionarse, desde entonces, en un privilegiado lugar dentro de las absolutamente imprescindibles.
El disco estaba lleno de joyas, pero algo me llevaba siempre a no bajar al centro de la ciudad. Una sencilla estructura de acordes, de aires "velvetianos" y aquella voz con tintes "reedianos", pero a su vez con un personalísimo fraseo, supuso para mí una revolución absoluta a lo escuchado hasta entonces en nuestro idioma. Había alguien por ahí, al fin, con el que estaba en completa sintonía, que hablaba de lo que a mí me gustaba y como a mí me gustaba, alguien que estaba muchos pasos más allá de las arquetípicas letras de rock en español de la época. Era una larga y estupenda letanía llena de grandes versos, una confesión de un tipo completamente abatido, golpeado por la vida. Y estaba interpretada con todo el estilo, con ese cierto desapego a la hora de cantar del que siempre Rafa haría gala. Grabé y regrabé obsesivamente la canción una y mil veces en aquellos años, de mil maneras, en maquetas que no llegaron a nada (varios años después, ya una vez Rafa se hubo tristemente marchado, al fin construimos la versión definitiva, que en absoluto se parecía a las quizá demasiado solemnes intentonas primerizas, para su álbum de homenaje "La vida que amo", de 2020, que también incluiríamos en nuestro más reciente álbum, "Bailar los domingos", 2024).
En palabras de Iñaki Berrio, hermano de Rafa, letrista de esta y de muchas otras magníficas canciones, sobre todo de la primera época, al que agradezco enormemente su colaboración en este artículo, “en ‘No pienso bajar más al centro’ traté de plasmar la impronta habitual en el tango.
El malevo arrepentido que hace promesas a su novia de regresar a 'la pureza' del barrio, tras el fracaso o cansancio ante las perversiones que se atribuyen al centro de la ciudad, su vértigo y su vacío en los locales de moda. El centro como metáfora del vicio frente al barrio como metáfora de pureza”. No se puede explicar mejor. El tango, estaba claro. Así mismo recibí yo ese balazo poéticamente bello en el centro del corazón, canalla, urbano y tanguero, cantado con toda la chulería y la actitud. Como para no volverse loco. Un dato quizá que refuerce tal predilección es que mi sustento principal en aquella época era el que me ofrecía el ser pianista de tangos (y otras muchas cosas) en La Recoba del Tano en la calle Magdalena. Allí “me doctoré” en ese maravilloso universo sonoro argentino y estoy seguro de que por esa razón No pienso bajar más al centro habita en mí de la manera en que lo hace desde entonces. Porque hablan el mismo idioma, el del submundo barrial sobre el que tantos grandes letristas han escrito a lo largo de la intensa historia del tango.
El arrabal descrito, con una especie de beatus ille del siglo XX doblando las esquinas, con sus billares, con sus muchachos, al que nuestro protagonista vuelve derrotado y sin corazón, escapando del centro, es, de nuevo en palabras de Iñaki Berrio, “nuestro humilde barrio de Egia”, situado en lo alto de Donosti. Allí, la gran promesa: Dile a tus padres que me quedo / en estas calles que llevo dentro / y te juro que esta vez es cierto / No pienso bajar más al centro. Una maravilla.
Pues bien, ese mismo corte de No pienso bajar más al centro que tanto escuché, el que capitaneaba aquel disco lleno de grandes canciones, ese viejo vinilo que encontré una tarde afortunada era el mismo que sostenía nerviosamente entre mis manos aquella noche de 2018 en el Libertad. Allí, tras el monumental concierto, me acerqué a Rafa a pedirle que me lo firmara y él lo recibió sorprendidísimo, riendo, mostrándolo a sus amigos. - ¿De dónde has sacado esta reliquia? - me preguntaba.
Y aquí quizá halle el lector el porqué esta canción, aparte de todo lo ya descrito, guarda un lugar especial en mi alma, pues logró abrirme aún más las puertas del inmenso mundo que él habitaba. Aquella noche yo había ido en compañía de una talentosa amiga cantautora con la quien compartía fanatismos, entre ellos, el de Rafa. No sé de qué manera logramos convencerlo, pero lo cierto es que se vino con nosotros a dos de nuestros cuarteles generales en aquellos años en el Barrio de las letras, La fídula y, una vez echado el cierre, Donde Chelo, último reducto viviente de la noche de Antón Martín en aquella época. Allí bajé dos guitarras españolas y dimos rienda suelta a todo el repertorio suyo que teníamos entre los dedos y en la garganta, mientras él nos miraba sorprendido y encantado. Tocamos con fiereza, por supuesto, No pienso bajar más al centro, y la noche terminó ya de mañana, tarareando tangos de Gardel, de quien Rafa era un gran conocedor. Al despedirnos, y confieso que sin esperanza alguna, le escribí mi teléfono en una servilleta junto a un texto que decía algo así como “Yo, en realidad, soy pianista. Si un día necesitas uno en Madrid, no tienes más que llamar”.
Y lo hizo, llamó. Sin haberme siquiera escuchado al piano, a las pocas semanas me invitó a tocar con él, no sé qué diablos vio en mí aquella noche… -Me fío de ti- me dijo a través del teléfono. Aún me divierte toda esta historia a un tiempo que siento haber cumplido un sueño inimaginable. Luego vendrían conciertos, pocos, desgraciadamente, ya todos conocemos el temprano final, pero las veces en que le acompañé, solos él y yo en el escenario, nunca logré dejar de ser un rendido fan que se sentía el más afortunado del mundo, sin dar crédito a lo que ocurría. Viajes a Donosti, Tenerife, Madrid, conversaciones, confidencias, y la apertura a ese maravilloso mundo suyo... Pero todo ello ya forma parte de otra historia, la que nunca podría haber vivido sin aquella canción de por medio.
PD: El 13 de octubre de 2019, Rafael Berrio daba el que sería su último concierto en un abarrotado Teatro Principal de Donostia, presentando “Niño futuro”. Asistíamos, sin saberlo, al definitivo destello de su magia bajo los focos, al eco final de su voz en los escenarios. Para finalizar la actuación, dijo: “Vamos con la última canción, que ha salido escogida por petición popular”. Era "No pienso bajar más al centro".
Gracias, Gema, Iñaki. Por Rafa.
Conocí la música de Rafa una madrugada granadina de entre semana, a esas horas en que la noche y el día se unen en una contienda de humillación, delirio y victoria. Acabamos la farra en casa de algún melómano, como tantas otras veces, hace ya cerca de veinte años.
Comenzó a sonar “La alegría de vivir”, del precioso "Diarios" y enmudeció el apartamento así como los hielos en el vidrio, el trasiego de conversaciones inútiles y quedaron las palabras de Berrio y el chispeante sonido de los mecheros encendiéndoos un cigarrillo tras de otro mientras afuera, el sol salía para todos menos para nosotros, todavía empeñados en aguantar unos minutos más la oscuridad desplegándoles cortinas y clausurando persianas.
La primera frase de “La alegría de vivir” nos partió en dos y supimos, o eso creo, que este tipo iba muy en serio con sus canciones, más allá de la maestría dialéctica y el fraseo impoluto de los mejores, iba muy en serio para con sus canciones, aquello de “A estas alturas cuando todo queda atrás, ¿cómo puede sorprenderte a ti que vayas perdiendo cuesta abajo como vas la alegría de vivir?.”
Aquel disco lo exprimí y me pareció asombrosa su maestría en las letras, todavía me lo sigue pareciendo, no ha habido nadie que lo haya superado, Rafa estaba a otro nivel. Se lo hice saber a amigos y compañeros cancionistas - “¿has escuchado a este tipo?”
Años más tarde y tras escuchar todo lo que pude de su discografía, casualidades de la vida, entramos en contacto. Le regale el último disco que había hecho en aquel año, se lo envié a casa y muy amablemente me mandó de vuelta un mensaje de abrazo y enhorabuena. Poco a poco fuimos charlándomelo más hasta que comenzamos a “trabajar” en bocetos de muchas de sus canciones, lo que luego sería “Paradoja”. Yo quería montarle una banda en Granada y grabar el disco por aquí, pero logísticamente fue imposible. Seguimos teniendo contacto y llegue a abrir para él uno de sus conciertos en un improvisado mano a mano.
Aquella canción fue el principio de algo muy bonito en mi vida, conocer a un compositor espectacular y el poco tiempo en el que yo lo conocí, sólo me dejo buenas palabras.
Un día, por Madrid, recibo una llamada suya, hablamos de cosas triviales por teléfono y cuando nos íbamos a despedir, resulta que estábamos separados por un par de manzanas de distancia. Aquella fue la última vez que lo vi.
Un tiempo después, por amigos comunes, recibí la noticia de su enfermedad y hospitalización. Hablé con él por mensajes, ya no podía hablar. Justo por esas fechas yo andaba de gira con 091 y tocaríamos en Bilbao en pocas semanas con la suerte de un día off entre un concierto anterior y Bilbao. Miré horarios de trenes, buses… todo lo posible para poder ir al hospital a darle mi adiós a mi amigo. Pero estalló la pandemia y todo desapareció. Recibí la noticia de su fallecimiento y lloré pegado al cristal que separa mi salón del exterior, un llanto silencioso y rabioso.
Guardo todavía los últimos mensajes que nos escribimos por wassap, en uno de ellos, en un intento absurdo por no creer la verdad le escribí: “Espero que estés bien”. Él me contestó: “Necuácuam” Y nos dijimos adiós. Al instante, tarareé en silencio: “Te veo ya cantando en lo profundo el “ubi sunt” pues ya vas despertando del hechizo. De tu alegría de vivir, qué se hizo... de tu alegría de vivir.”
Fino Oyonarte: “Simulacro”
Conocí en persona a Rafael Berrio en el homenaje a Pedro San Martín, bajista de La buena vida, en la sala Apolo de Barcelona el 29 de octubre de 2011. Me impresionó su interpretación de “Tormenta en la mañana de la vida” solo con su guitarra eléctrica. Clovis tocamos “Matinée” en dicho homenaje. Conocía sus canciones a través de Javier Sánchez - componente de La buena vida y AMA - que me lo presentó aquel día; me había hablado de él en varias ocasiones pero no conocía su obra en profundidad.
Al llegar a casa estuve varios días escuchando sus discos y leyendo sus letras, tanto de su etapa en solitario como de los grupos Amor a traición y Deriva, de los que formó parte. “Simulacro” fue una canción que me impactó nada más escucharla, me sentía muy identificado con ella y empecé a hacer una versión con guitarra acústica. Una canción que se me ha pegado a la piel y desde hace unos años forma parte de mi repertorio en solitario. Tan poeta como músico, su obra es única. Un héroe completamente desconocido fuera del País Vasco.
Entre 2011 y 2012 estuve con Rafa preparando el espectaculo "Phantasma", donde combinábamos música, poesía y proyecciones. Nos juntábamos todos los viernes en su lo local de Amara, ahi en el subsuelo al lado del estudio de Iñaki de Lucas. Ibámos presentando bocetos de canciones dispares a las que añadíamos textos de Harkaitz Cano, Victor Iriarte o del propio Rafa. Un día Rafa trajo la idea de "Niño futuro". Era un riff velvetiano de los suyos donde iba soltando a bocajarro un montón de adjetivos y referencias a su universo.
En los pocas galas que hicimos, era " el número" con la que acabábamos. Rafa con la loop station ( "ese artefacto del infierno", como le llamaba) grababa una guitarra y yo iba agregando cellos mientras él iba transmutando es su adorado Lou Reed declamando palabras con una cadencia desbocada. Era mágico estar a su lado en ese momento. Era una especie de trance. A todo esto, en ese tiempo de ensayos yo estuve embarazada dos veces, del segundo embarazo salió mi hijo Niko. Desde entonces, para mi, para Rafa , para siempre, él fue ese" Niño Futuro". Niño en agraz. Usted que lo vea.