Por: Antonio Gomariz.
Hubo, hace no demasiado, un periodo de tiempo de infausto recuerdo en el que las gentes del rock tuvieron que resignarse a habitar en un mundo sin The Hellacopters. Entre 2008 y 2016 todo a nuestro alrededor parecía moverse más despacio, lucir de un color más gris y estar desprovisto de energía. Un hiato durante el que la inagotable fuente de rock and roll que mana de Nicke Andersson fluyó en otras direcciones hacia proyectos paralelos como Imperial State Electric o Lucifer, colaboraciones y demás laborales de composición y producción. Nada de esto, sin embargo, era suficiente como para llenar el vacío dejado por la separación de The Hellacopters en tantos corazones y altavoces. Y cuando todo en las decisiones y declaraciones de Andersson parecía apuntar hacia otra dirección, la banda anunció el regreso de su formación original para celebrar el 20 aniversario de su álbum de debut.
Parece que fue ayer y, como si viniera a confirmar la teoría de que el mundo gira más deprisa al ritmo de la música de The Hellacopters, los suecos afrontan 2025 con el segundo disco desde su regreso y con la fiesta del 30 aniversario en escenarios tan emblemáticos como el del Azkena Rock en el horizonte.
Como anticipa el diseño de su portada, "Overdriver" (Nuclear Blast, 2025) se erige monolítico e imponente ante una legión de fans que rinden un culto reverencial. Ese embriagador efecto del rock and roll se siente desde los primeros segundos en los que la guitarra de Andersson irrumpe en “Token Apologies” y los teclados acuden rápidamente al compás. Todo ha cambiado respecto a aquel 1996 de recuerdo cada vez más difuso. En el seno de la banda, mermada por la ausencia del lesionado Dregen, por la triste pérdida del guitarrista Robert Dahlqvist y por el inexorable paso del tiempo, y en el mundo que les rodea. Sin embargo, la música de The Hellacopters se mantiene como un vestigio, vivo y en continuo movimiento, de una época dorada que Nicke Andersson y los suyos nunca vivieron realmente.
Sin necesidad alguna de reinventarse ni de reformular sus doctrinas más básicas, "Overdriver" parece coleccionar hits casi por inercia. Tampoco con la majestuosidad de aquella época en la que parecían bendecidos por la gracia de Dios para hacer el rock más grande imaginable. Pero sí con la solvencia de unos auténticos veteranos continuar alojando sus temas directamente en ese lugar de la memoria reservado para las buenas canciones. El disco está profundamente impregnado por un sentimiento de nostalgia en el que el futuro es un elemento incierto. Nada mejor para recrear ese espíritu que las melodías retro tan propias del power pop que colorean canciones como “(I Don’t Wanna Be) Just A Memory” y “Do You Feel Normal”, plagadas de mensajes que aluden a la autoconsciencia de la imperfección, del fracaso, a sentirse atrapado en el pasado o a la búsqueda de un lugar que no tiene nombre. Encima o debajo del escenario, todos hemos estado ahí.
A lo largo de estos treinta años, The Hellacopters han pasado de aquella irreverencia juvenil, punk y garage del “Supershitty to the Max!” hasta depurar al máximo su sonido y enarbolar como nadie la bandera de un high energy rock and roll que convirtieron en movimiento. Como representante del más clásico rock and roll, “Wrong Face On” tiene todos los ingredientes: el descaro, el afiladísimo guitarreo y las sirenas de policía al fondo. No hay rock sin peligro. “Faraway Looks”, por su parte, es ese imprescindible corte adrenalínico, fugaz y endiabladamente rápido. Tampoco The Hellacopters sin energía.
"Overdriver" no es un trabajo lineal, sino que está plagado de altibajos emocionales, cambios de ritmo y requiebros musicales donde la adrenalina, la luminosidad y la vocación de himno de los sencillos conviven con la melancolía de cortes como “Doomsday Daydreams” o con las guitarras pesadas y la atmósfera densa y sombría de “The Stench”. Si el paso del tiempo es una constante a lo largo del álbum (“El tiempo es una rueda, tú das vueltas / A veces hacia arriba, casi siempre hacia abajo”), el cierre de este con la colosal “Leave A Mark” no podía ser cuestión de azar. Porque si de algo no cabe duda es de que la llama que iniciaron ya hace 30 años Nicke Andersson y los suyos sigue brillando en la oscuridad, han sido evangelio, han cambiado mundos y, por supuesto, han dejado huella.