No los busques en el bosque, están en la ciudad… Juárez en Funhouse (Madrid)


Sala Funhouse, Madrid. Domingo, 9 de febrero del 2025. 

Texto y fotografías: Guillermo García Domingo. 

 Cuando acudimos con antelación a Funhouse, el magnífico garito de Chamberí estaba cerrado, aunque alguna tímida luz se atisbaba en su interior. Me pregunté si además de la entrada también nos pedirían la contraseña convenida para dejarnos pasar a ese aquelarre secreto que iba a celebrarse allí. Aquelarre o Akelarre es el nombre de un prado aledaño a la cueva de Zugarramurdi, que ha prestado su nombre a cualquier conciliábulo clandestino de brujos y brujas. Los apostados en la discreta puerta de Funhouse estábamos haciendo tiempo para asistir a un aquelarre eléctrico muy excitante.

La misteriosa cueva está en Navarra, donde está afincada esta banda. En el bosque de Arantza dieron a luz “El ciclo del sol y el final de los días” con la ayuda inestimable de Guille Mutiloa. Los temas de este disco podrían haberse sentido fuera de lugar en el corazón de neón de la ciudad, arrancados del entorno mágico del que brotaron, sin embargo, se ganaron el favor del público nada más llegar. Los cinco integrantes de Juárez venían con los deberes hechos. De un brinco se auparon a la tarima y en un suspiro ya estábamos inmersos en el viaje que proponen en el “El ciclo del sol y el final de los días”, que en la versión digital dura 16 minutos, más de lo que duró aquí. En general, todas las creaciones de su trabajo más reciente fueron defendidas con una seguridad impropia, habida cuenta de que han sido lanzadas hace solamente tres meses. 

El concierto desmintió lo que señalaba la primera canción, cada vez fue más enérgico, sostenido por los poderosos antebrazos de Iñigo Maya. Es un baterista impetuoso, sin ser tan anárquico como el gran Eric Jiménez. Mantiene un pulso óptimo para la propuesta de Juárez junto al bajista Alberto Rodríguez mientras Izaskun Munariz puntualizó muy bien los pasajes de las canciones mediante el sinte y la caja de ritmos de las que se encargaba. El desempeño de todos los miembros del grupo fue extraordinario. Cristina Aranguren asumió casi todas las voces, todavía más oscuras debido a la distorsión instalada en el micrófono, aunque compartió protagonismo con Jose Palanca en la siguiente canción: “La cumbres más altas”, en la que demostraron una gran complicidad, sosteniéndose la mirada mientras recitaban la hermosa letanía de la canción. En su repertorio incluyeron de su novedad discográfica “Luces negras”, “En la noche oscura” y “La deriva”, y la impresionante oda crepuscular “Bajo la tormenta”, que aprovecharon para bajar las revoluciones. El feedback del público les ayudó a soltar los nervios, tenían dudas de lo que pasaba en la cuarta pared y les sacamos de dudas, sonaba de cine, del género del western, para ser más preciso. Estábamos en el sitio correcto. 

El grupo es capaz de envolver majestuosamente el núcleo textual y poético, a menudo breve, de las canciones. El nervio de la guitarra de Cristina introdujo novedades en los intensos torbellinos que levanta Palanca, concentradísimo a lo largo de todo el recital. Cristina estuvo en su sitio, sin querer llamar la atención, siempre al servicio de la canción, salvo en los dos últimos temas, “ Al mar” y “Entre palmeras”, en los sacó brillo a los trastes de su guitarra. Ambas pertenecen a “Entre palmeras” (2020) con melodías más reconocibles, del que recrearon muchas canciones, con toda razón, porque es formidable, “El sol en movimiento”, “Champagne francés”, uno de los hitos del concierto, cerca del ecuador del mismo, “El día que todo empezó a temblar”, “Estrella negra” y la apocalíptica y adictiva “La guerra de los mundos”. “Duerme entre tú y yo”, teñida de electrónica, y “La historia interminable”, uno de los mejores canciones del elenco de Pamplona, “cómo iba a desaparecer, quedan tantas cosa por hacer”, para que luego les tilden de pesimistas. Espero que sigan haciendo canciones. Ambas están incluidas en “Luna Menguante”. 

Al final del concierto llegó la hora del trance como en cualquier aquelarre que se precie, propiciado por los brujos y brujas de Juárez. Todo acabó tal y como había empezado, de un salto, con toda naturalidad se bajaron del escenario para recibir nuestras felicitaciones. Antes de hacerlo, el bajista proclamó en alto: “Mañana hay que currar”. Este comentario revela que este grupazo tal vez no se gana la vida gracias a la música, pero propician que nuestra vida sea mejor. Seguid la pìsta de Juárez en el bosque o en la ciudad.