Los Hermanos Cubero: “Cubero bueno, Cubero malo“


Por: J.J. Caballero. 

La experimentación no debe estar reñida con la esencia. Ni la tradición con el progreso. Tras abrirse a colaboraciones insospechadas y no siempre efectivas y añadir esencias de nuevo cuño a sus composiciones de corte folclórico, Enrique y Roberto Cubero, los hermanos que se empeñan en arrimar el pop español a la verdadera raíz de la música castellana y latina en general, cierran de nuevo su espectro creativo y graban un disco desde la pura dualidad del título, “Cubero bueno, Cubero malo”, hasta la reivindicación de la pureza como base de toda creación artística. La honestidad se les supone, lo mismo que la clarividencia de ideas y conceptos, normalmente encaminados al refugio en lo autóctono contra la gentrificación y lugares comunes que devastan el panorama actual. 

Con arreglos ajustadísimos casi en exclusiva a mandolina, guitarra y voz, el dúo se confiesa devoto de la música antigua –que no anticuada- y los relatos teñidos de un humor a veces negro, pero siempre lleno de luces y sombras, con sentimientos profundos resumidos en la tríada “Olvido, alegría y autoestima” o en la ironía pura de “Muy tonto para Madrid, muy tonto para Barcelona”, un viaje de ida y vuelta más allá de geografías y territorios conocidos. Tampoco renuncian a la solemnidad, necesaria para dotar de empaque revisiones de cánticos y tonadas tradicionales, que en el segoviano “Corrido de Fuenterrebollo” o la pucelana “Habas verdes de Valladolid” recuperan grabaciones originales de folcloristas como Agapito Marazuela casi perdidas en la noche de los tiempos. El tono historicista pero festivo no decae en “Duelos ajenos”, donde hacen sudar la raigambre y el aplomo de la pieza en un hedonismo que también le viene de perlas a las “Seguidillas de Mondéjar” para resituar el mapa de sonidos de la Alcarria post medieval. No es la única parada en el género, ya que ahí están las otras “Seguirillas de Zarzahuriel” y la oscura pero emocionante “En el baile”.

Podría pensarse al escuchar cortes tendentes al minimalismo como el escueto “Numerología”, una perfecta radiografía instrumental del dúo, que lo suyo es artesanía pura y que el artificio no debe ser más que una mera herramienta, pero si oscilamos entre la voz de Abril, hija de Enrique, perfeccionando y aumentando el escalofrío de “Efímera” (aquí con mucho más alcance que la versión anteriormente grabada con la omnipresente Amaia), y “Balas y fuego”, prestada de sus paisanos Vallarna, descubrimos que las convicciones de Hermanos Cubero son mucho más profundas y están mucho más justificadas que las de otras muchas bandas con argumentos similares pero menos evidentes. A un disco de largo recorrido como el que nos ocupa, producido por el experto en la materia Suso Ramallo, deberían acercarse luminarias de la música americana de raíz como Bill Monroe o Sam Bush para darse cuenta de que la inspiración viaja en múltiples direcciones. Puede que en la fraternidad radique el secreto de la tradición.