Por: Àlex Guimerà.
Siempre que hablamos de rock sureño acabamos citando a los legendarios Allman Brothers y a Lynyrd Skynyrd. Ambas formaciones abrieron camino a este subgénero del rock a principios de los años setenta, seguidos por los ZZ Top que lo llevaron al gran público de la MTV en los ochenta y por los Black Crowes que lo revitalizaron en la década de los noventa. Hoy en día el Southern Rock parece un terreno más fértil que nunca, máxime con la consagración de esta genial banda formada por las hermanas Rebecca y Megan Lovell, quienes desde hace mas de diez años han ido cultivándolo, siendo ellas una de las grandes esperanzas junto a otros nombres como los también favoritos de esta casa, The Red Clay Strays.
Larkin Poe tienen ese extra capaz de expandir sus ondas por todo el mundo. Quizás sea la fuerza que les da ser mujeres empoderadas en un ámbito artístico tan masculinizado (eufemismo de machismo), o bien ese parentesco lejano con Edgar Allan Poe (su antepasado Larkin era primo del autor de “El cuervo”) que dio nombre a la formación, o su apodo de “hermanas pequeñas de los Allman”, pero sobre todo ha sido ese innato talento musical que poseen el que les ha impulsado a protagonizar portadas de la prensa especializada, a entrar en territorios Hype, a estar nominadas al Grammy al Mejor Disco de Blues Rock en 2020 y finalmente a ganarlo en 2024 por su anterior trabajo, “Blood Harmony”.
Y para no dejar enfriar el suflé vuelven a la carga con su octavo álbum publicado bajo su propio sello, Tricki-Woo Records, y en el que las Lovell han destensado un poquito las guitarras blues de su predecesor para adentrarse también en otros terrenos y ofrecer una versatilidad que les queda de maravilla . Es lo que vemos ya de buena entrada con "Mockingbird", una pieza pop-rock cargada de armonías vocales y de guitarras pantanosas. Parece que es ese punto de fusión del rock sureño con el pop el que persigue en algunos momentos el álbum, aunque que nadie se equivoque, no es ceguera por haberse codeado con la fama ni ambición de establecerse en ella, sino que ese acercamiento al pop es algo sutil, honesto y sin perder su identidad como banda. Buen ejemplo lo tenemos en la pegadiza "Easy Love Part 1" que nos pierde entre una maraña de guitarras, o también en “Fool Outta Me”, que siendo pop, no se olvida de los riffs “southern”.
Aunque en “Bloom” también encontramos blues fornidos como el single de avance “Bluephoria”, con esos latigazos a las seis cuerdas y la soberbia "If God Is A Woman", en ese tono que las emparenta con los mejores Black Keys. Blues del siglo XXI para demostrar que el sonido que inventó Robert Johnson está más vivo que nunca: producción moderna y la estructura del blues de siempre. La caña la pone “Nowhere Fast” con ese riff ZZ Top, es un rock para perderse a toda pastilla en la carretera.
Otro de los aspectos destacables del nuevo paquete son las baladas arenosas que se sacan de la chistera, hablamos de “Little Bit” que bien podría haber escrito nuestra amada Lucinda Williams, o de la lacrimosa “Easy Love Part 2” que llega repleta de sentimiento soul y de destellos góspel. En “You Are The River” seguimos llorando con la que es una balada country perfecta, mientras que en “Bloom Again” tiran de precioso minimalismo con un slide y una voz preciosa para cerrar el que a buen seguro será uno de los discos de los que más hablaremos este año.
De nuevo, las hermanas Lovell logran superar las altas expectativas creadas entorno a ellas y los constantes prejuicios por ser mujeres, y nos ofrecen un trabajo muy interesante, compacto, maduro y con el que parece que mantienen un rumbo que hace años que tienen bien marcado. En noviembre nos vemos en nuestras salas de conciertos.