José Ignacio Lapido: El poeta eléctrico visita de nuevo Madrid


Teatro Lara, Madrid. Jueves, 13 de febrero del 2025.

Por: Ricardo Virtanen.

El pasado jueves 13 de febrero, José Ignacio Lapido visitaba de nuevo Madrid y nos ofrecía un austero concierto acústico en el antiguo Teatro Lara, conocido lugar por albergar recitales musicales de muy distintos géneros (pop, jazz, flamenco, cantautor…), bajo un aura teatral excelentísima. Ya habíamos ofrecido una crítica musical a su recital en Granada los días 13 y 14 de diciembre pasados, celebrando sus 25 años como solista, aquella vez, con su banda de siempre. Muy parecido a cuando nos presentó en la Joy Eslava, en mayo de 2018, "El alma dormida", sucediendo dos de sus plazas favoritas: Granada y Madrid. En cierto momento de este acústico, Lapido se refirió a su visita a “la capital del Reino”. Sin duda el Maestro tiene predilección por Madrid. Recuerdo algunos de sus últimos conciertos, como en la Sala Morocco en 2022, en Sala Changó, en mayo de 2023, presentando su último elepé, "A primera sangre", rodeado de su banda de siempre, o en febrero de 2024, en la Sala Galileo Galilei, en solitario (Bernal estaba de bolo con Quique González). 

En esta versión acústica, ha optado el granadino por el acompañamiento de piano eléctrico de su mano derecha Raúl Bernal (prescindiendo de su banda matriz: Víctor Sánchez, Popi y Jacinto Ríos), frente quizá a una dupla de guitarras. En cierta manera, el piano eléctrico “a secas” ofrece un abanico armónico (y percusivo) más completo, aunque en canciones como “El más allá”, se echó en falta una segunda guitarra. El formato acústico ha sido muy recurrido por el cantante de Granada, ex miembro de 091, durante su trayectoria como solista. La ventaja de actuar en solitario, o en dúo, como en este caso, es que las canciones se descarnan, se interiorizan, se “melancolizan” en exceso (usando un neologismo). 

Inició el recital, al igual que en Granada en diciembre pasado, con el ritmo pausado y tangible de “Está escrito en ley”, que funciona en su repertorio como una poética descarnada, e impone de una manera clara su “Ley Lapido”, su preferencia por unas letras que ahondan en una simbología particular, ensanchando un mundo de perdedores, de ciudades abandonadas, de humo de máquinas de trenes o de trenes abandonados en vías. Siguieron tres canciones algo más desconocidas de su repertorio (que se alejó casi por completo del set list granadino). “El más allá” (de "Sombras y sueños"), “Escala de grises” (de "Cartografía") y “Humo” (de Música celestial) detonaban un universo plagado de sinsabores, canciones ya antiguas en el tiempo que advertían que el Maestro no iba a hacer demasiadas concesiones. Para presentar la quinta canción, Lapido inició el primer parlamento de la noche, hablando de aquel 1999 cuando nacía como solista con la publicación del doble disco que el año pasado conmemoraba su aniversario. Ese disco fue "Ladridos del perro mágico", cuyo tema homónimo abría el disco y que ahora fue interpretado magistralmente por el cantante. Una canción que exhala melancolía por los cuatro costados, para conformar un perfecto panegírico con los ecos del pasado y los ladridos de un perro mágico.

Contaba Lapido que yendo del hotel al Teatro, cruzó por la conocida calle del Desengaño, allende a ese barrio lleno de prostíbulos del centro de Madrid. “No hay vuelta atrás” era el tema que de nuevo mostraba a un letrista henchido de poesía, que se iniciaba así: “Creímos que alguien nos mostraría el camino, y el camino siempre estuvo ahí”, donde aparecen perros atropellados, atajos y precipicios, de los que están llenas las letras de este trovador eléctrico. Canción que conducía a otra de las obras maestras del granadino: “Cuando el ángel decida volver”, corte que abría Cartografía, uno de sus mejores álbumes. Sin duda, en estas canciones más descarnadas (“No tendremos nada que perder,/ ni se hará real la fantasía, / preparad los epitafios / y poned la otra mejilla,/ cuando el ángel decida volver”) acusamos al Lapido más expresivo y lacónico, sumado al minimalista, pero fértil acompañamiento del piano, ejecutado con maestría por Bernal. 

En otro de los largos parlamentos de la noche, Lapido aludió a Cándido Lara, senador vitalicio, empresario y fundador del teatro que alojaba el concierto de esta noche. Hubo un cambio en la dinámica para interpretar una canción mucho más rítmica, fronteriza: “Está que arde”, con un magnífico solo de Bernal, con el que se cerraba el tema. Seguidamente el concierto volvía a la intimidad para presentar “Algo me aleja de ti” (de nuevo de "Cartografía"), otro de los temas intimistas del poeta eléctrico, que desgranó con conciencia poética y fuerza expresiva grandes. Como píldoras explosivas diminutas, Lapido iba espaciando sus grandes éxitos, sus temas inmortales. Ahora sonaba “Curados de espanto” (de su último trabajo, "A primera sangre"), con una de sus letras más sorpresivas, en estilo salmódico, a lo Whitman, que llenó de magia la acústica del Teatro.

Parecía que Lapido daba una tregua, y desgranaba del repertorio dos temas menos conocidos, como “El carrusel abandonado” (el carrusel abandonado, otra de sus metáforas malditas recurrentes) y “Antes de que acabe el día”. Se sumaba el blues “Malos pensamientos”, que coloreaba de blue el repertorio de esta noche, equilibrado hacia las baladas y los medios tiempos en su mayor parte, para después presentar la que quizá sea su canción más redonda y acaso la más celebrada: “Lo que llega y se nos va”. Letra que nos adentra en aquello necesario en nuestras vidas, que llega y se esfuma como nada, donde “el tiempo, lo soñado y lo real” conforma una suerte de tempus fugit, que, como Dylan, Cohen o Waits, juega a cazador de instantes eternos que nos vuelven inmortales.

El concierto enfilaba hacia su fin, y entonces la dupla de artistas tocó “Espejismo nº 8”, el único tema de su antigua banda, los 091, que hallamos en su repertorio, perteneciente a su último trabajo, "Todo lo que vendrá después" (2001). Evidentemente, este fue el momento que más echamos de menos a su banda al completo (todos recordamos el pasado concierto de Granada, con un Popi espídico). No obstante, imprimieron ambos músicos un marcado ritmo —guitarra acústica firme y piano de bajos profundos—, donde además escuchamos el mejor solo de Bernal de toda la noche. “Al azar” (que cerraba "Formas de matar el tiempo"), una de sus más bellas composiciones, fue iniciada solo con acordes de piano, y un solo muy expresivo de Lapido; mientras, “La versión oficial” cerraba la noche. Aquí se escuchó a un lacónico poeta, con sus versos premonitorios: “Ni en los salones ni en los antros, no hay quien se crea la versión oficial”. Se retiraban los artistas, sabiendo que el público requeriría de nuevos sus presencias. 

Y así fue. Quedaban cuatro canciones aún por sonar. Entre ellas, “Con la lluvia del atardecer”, con magníficos solos de piano y guitarra, y la icónica “El ángulo muerto” (para Miguel Ríos, una pequeña obra maestra). Esta canción muestra la perfecta metáfora del que espera “volver a nacer”, aguardando su oportunidad, mientras “nadie me ve por el retrovisor”, que es, por otro lado, “el sitio perfecto” que encierra la verdad de una vida. Sin embargo, el poeta eléctrico nos tenía preparado una gran sorpresa, que no fue otra que la interpretación de “El principio del fin”, hallada en su segundo disco: "Luz de ciudades en llamas", un EP de 2001, que en efecto nos anunciaba el principio del fin del concierto. Y ese final perfecto fue “La antesala del dolor” (uno de los temas preferidos de Jesús Ordovás), de su más que preciado álbum "En otro tiempo, en otro lugar", que, vemos, abría y cerraba este soberbio concierto. Canción que nos habla de derrotas, pero que muestra los hilos de una sutil esperanza: “Dile adiós a la tristeza, / hay un bar que nunca cierra, /es la Antesala del Dolor”.

Cuando salíamos, quien vino al concierto conmigo me comentó que prefería al Lapido eléctrico acompañado por su impertérrita banda —tocó todo el concierto con su preciada acústica. No le quito razón. Pero en acústico, el gran Lapido nos ofrece unas canciones más descarnadas, con sus matices vocales y armónicos, y el acompañamiento desnudo de un teclado, que con su banda eléctrica sería imposible de percibir. Además, con este formato (solo o en dúo) se acerca el compositor a la forma originaria en que compuso las canciones en su día. Esperamos que un nuevo disco, aunque sea en otro tiempo, o en otro lugar, nos dé a los "lapidianos" la opción de escuchar otra vez a uno de nuestros grandes letristas. No digas que no te avisé.