Por: Kepa Arbizu.
Tan importante para la carrera musical de este joven compositor, nacido en 1993, resultó el regalo durante unas navidades de su primera guitarra eléctrica, iniciática manifestación de su pasión creativa, como ser descubierto, en una de sus actuaciones en Birmingham (Alabama), por el encomiable olfato de Dan Auerbach a la hora de rastrear talentos. Relación que, hasta el día de hoy, ha unido el destino discográfico de ambos. Entre sendos episodios históricos, Early James, nombre artístico de Fredrick James Mullis Jr., se encargó de desplegar unas afinidades que, mientras sus coetáneos olfateaban entre novedosas listas de Spotify, él descubría en vetustos vinilos firmados por quienes engendraron el sonido tradicional americano, depositando en luminarias como Hank Williams, Johnny Cash o Howlin' Wolf el papel de máximas inspiraciones. Nombres propios que señalan, además de a un exquisito imaginario sonoro, una vocación por enhebrar historias que tejan un profundo relato humano.
Lo que debía ser un nuevo capítulo, el tercero, cocinado en el estudio del líder de The Black Keys, sin embargo alteró sus coordenadas para señalar hacia el centenario caserón bautizado como Honky Chateau, propiedad del fotógrafo y artista Buddy Jackson. Hasta allí trasladaron toda la infraestructura necesaria -debidamente añeja- para amparar una grabación que adoptó el espíritu de aquellos álbumes clásicos, prácticamente recogidos en directo. Un intención por capturar el ánima de las canciones sin aditivos y en su estado más puro, o “medio crudas”, tal y como hace mención el título de este nuevo trabajo, “Medium Raw”. Solo acompañado por Jeff Clemens y Adrian Marmolejo, bajista y batería respectivamente, aunque abierto a una escritura compartida con su propio mentor, Pat McLaughlin, Jeff Trott, Langhorne Slim, Mick Flannery o Ryan Sobb, el clima propiciado por ese ilustre enclave permea de tal manera en estos temas que su naturaleza es capaz de reflejar la morfología de dicho lugar, retumbando su sobria exposición en los altos techos y recalando esa arenosa voz tan distintiva entre las arrugas de unas añejas paredes. Un entorno desde el que se enuncia un íntimo y honesto diálogo con el oyente, sintiéndose cada uno de ellos como invitado exclusivo a este descomunal escenario.
En lo que parece un itinerario discográfico en busca de la esencia y la cara más áspera de los ritmos tradicionales, este álbum significa su, hasta el momento, encuentro más genuino con aquellos ancestros musicales, cita que ha logrado, sin limar en absoluto una expresividad propia que alude a un tipo de interpretación brusca pero emocionante, acercándose hasta ellos por un camino oscuro, desprovisto de artificios y atravesando esas húmedas callejuelas por las que todavía se pueden sentir todas las lastimadas almas que por ellas han vagado alguna vez. Elementos que sumados y relacionados con ese formato desnudo y analógico empleado fomentan una serie de secuencias especialmente impactantes y estremecedoras. Un patrón que, en cuanto a su representación austera, se relaciona directamente con un inaugural EP, pero mientras que aquel fue heredero directo de una apremiante necesidad por ver la luz, en esta ocasión el resultado es consecuencia de un plan pergeñado por Dan Auerbach, sabedor de que en muchas ocasiones el uso de los silencios puede convertirse en el lenguaje más imponente.
Aunque las más llamativas particularidades no necesariamente tienen que ser las más relevantes artísticamente hablando, en este caso las embarradas cuerdas vocales de Early James, que parece duplicar la edad de su dueño cuando se pone frente al micrófono, son lo suficientemente elocuentes como para no tomar un papel protagonista, eso sí, acompañado a la perfección por su vestimenta instrumental elegida. Una indumentaria que transforma a “Dig to China”, pieza recuperado del mencionado inaugural trabajo de corta duración, aplicando un ritmo más denso a ese original latido primitivo y tribal hasta dirigirlo a un encolerizado espacio en el que residiría de manera gustosa Hound Dog Taylor. Referencias ortodoxas al blues, siempre arropadas bajo el abrazo circunspecto y sombrío, que probablemente tengan su expresión más estandarizada en su acercamiento a la escena de Chicago, con una la ultima canción, "I Got This Problem", que se podría denominar como su particular "Hoochie Coochie Man".
El arpegiado ritmo dibujado en la guitarra de "Steely Knives" demuestra que la música country, y sus derivados, son también entornos en los que el músico se siente especialmente cómodo y a los que aplica igualmente su desafiante mirada. Porque el serpenteante perfil de las seis cuerdas adoptado en esta apertura no es tanto el vivaz acento típico del bluegrass, sino un agitado lamento que tendrá continuidad en "Nothing Surprises Me Anymore", con hechuras trovadorescas folk, al modo de Ramblin' Jack Elliott, donde su catastrofista locución será amplificada bajo el tenso aullido del intérprete. Trágica condición que los versos esperanzadores desperdigados en el elegante honky Tonk "Gravy Train", más que una certidumbre optimista, parecen establecerse a modo de refugio poético. Sin embargo, será entorno a esta música de acento campestre donde se den cita los pasajes más reposados, haciendo que la voz apacigüe su ferocidad para recrear momentos sutiles entorno a "Beauty Queen" o "I Could Just Die Right Now", instantes que posibilitan acariciar al animal herido que mora en la mayoría de los cortes del álbum.
Pero del mismo modo que hasta el líquido más puro y cristalino al ser vertido en una jarra hecha de un material oxidado enturbia su sabor, el jazz-swing de cadencia mediterránea que estructura "Go Down Swinging", al ser acogido por la visión musical de Early James, termina por tupir de un plomizo crepúsculo aquellas soleadas latitudes, un eclipse encarnado por la figura de un Tom Waits que si hasta ese momento era un rumor latente, en esta ocasión se materializa en todo su esplendor patibulario. Una condición que es especialmente propicia para ser desplegada por medio del rockabilly a bajas revoluciones con tintes casi funerarios de "Tinfoil Hat"; el fraseo onírico y evocador de la guitarra en "Unspeakable Thing", un relato de marineros digno de engrosar las páginas de "La narración de Arthur Gordon Pym" firmada por Edgar Allan Poe, o una "Rag Doll" que podría pertenecer al elegante Nick Waterhouse tras pernoctar en algún motel infestado de chinches y de poco recomendables vecinos.
En muy contadas ocasiones, dentro de esa absoluta cataratas de novedades en la que se ha convertido la actualidad musical, un disco logra silenciar ese constante aluvión para requerir una atención tan prioritaria como la demandada por la nueva referencia firmada por Early James. Paradójicamente, "Medium Raw" silencia a sus coetáneos recurriendo a viejos ritmos que interpreta con la trágica serenidad con que lo haría un vagabundo que deambula por las calles declamando atención sobre esos mundos sórdidos de los que ha sido testigo en primera persona. Estamos ante un álbum que es capaz de fascinar y emocionar en el presente pero que igualmente sería objeto de admiración en décadas pretéritas y codiciado tesoro en un futuro. Un don de la atemporalidad de la que solo pueden presumir las grandes obras, las que saben obtener con su particular mirada la esencia de lo que significa el hecho artístico, requisito más que consumado por unas canciones de ánimo truculento que logran trasladar el continuo abismo sobre el que hace equilibrio la realidad.