Por: Kepa Arbizu.
En demasiadas ocasiones, los halagos y reconocimientos hacia una propuesta musical, solo llegan para ejercer de cortejo fúnebre. Entre la nostalgia y la hipocresía por blanquear el olvido, hay quienes no dudan en rubricar con palabras de oro la desaparición de aquellas expresiones creativas a las que en vida han obsequiado con el don de la invisibilidad. Paradojas del comportamiento humano que, merecidamente, la banda valenciana Doctor Divago está sabiendo sortear, ya que si su 25 aniversario ya fue recompensado, además de con el tradicional recopilatorio, por medio de un documental y el libro “En Tierra de Nadie”, firmado por Mariano López, diez años después, la onomástica no ha pasado tampoco desapercibida, en este caso obsequiada con un disco, “Una vida es demasiado poco… Homenaje a Doctor Divago 35 años”, que como anuncia su título es una dedicatoria que pretende honrar el legado de la formación. Una trayectoria que, si bien nunca ha sido inundada por una legión de seguidores ni ha sido trasladada al “prime time” mediático, un envenenado agasajo en su casi siempre efímera condición , ha conseguido una recompensa mucho más apreciada, la admiración por una buena parte de sus compañeros, que ni mucho menos son todos los que están en este trabajo.
Coordinado y llevado a cabo bajo el entusiasmo del periodista Javier Pérez, conductor del programa “El Club de Amigos del Crimen”, en Radio Klara, muchas son las virtudes, y por supuesto la sonora es la más trascendental, de un álbum que si de algo puede presumir es de no tratarse de un regalo diseñado con el único propósito de agasajar a sus destinatarios, sino de contener una importante valía artística en sí mismo. No cabe duda de que el material del que parte, es decir, las composiciones de Manolo Bertrán y compañía, son un tesoro al que encomendarse, pero la original y muy personal forma de ser adaptadas por cada intérprete, no sólo habla bien de los intervinientes y su esmerada inmersión en el proyecto, también por supuesto de la exquisita naturaleza de unas canciones, recogidas desde las diferentes épocas que jalonan su trayectoria, capaces de ser admiradas desde un poliédrico escenario rítmico.
Que no estamos ante un disco de, sino sobre, Doctor Divago queda en evidencia desde el primer contacto con él, al descubrir las bases electrónicas, y el atmosférico contexto, con que queda definida “Gracia Imperio” por intermediación de Gilbertástico. Un territorio evocador y de raigambre contemporánea que es el escogido también por Raquel G. Cabañas para convertir “Pondré los ojos en blanco” en prácticamente una nana de naturaleza etérea y que en el caso de “Madre de todas las demencias" adquiere una configuración desértica y minimalista diseñada por Lanuca. Desnudez formal que si en “Sonaba Julio Galcerá”, interpretado por Samuel Reina, solo es aplicable a un primer y último tramo, delineado sobre trazas de cantautor, que derivará en una mayor frondosidad ornamental, “África habla con los peces” se regocija en el elegante y naif espíritu de Serpentina. Una encomiable transfiguración del legado “divagiano”, tan aferrado a la fórmula clásica del rock, que lejos de desfigurarlo le otorga inesperadas nuevas reencarnaciones.
Podríamos pensar que despojar a las canciones originales de sus identificativos riffs sería conducirlas hasta un entorno resbaladizo, pero su reemplazo por el piano que acompaña a Santi Campos en una de las piezas icónicas de la banda, “Clínica del alma en Navidad”, recoge a la perfección su innata tensión pasa sumirla en una atractiva nostalgia que conduce la pieza hasta un tensionado enclave gospel. Teclas pulsadas igualmente por los dedos maestros de Luis Prado, que duplicará intervención bajo una faceta más crooner en “Sobrevolábamos”, convertidos en dinámica guía hasta Nueva Orleans aplicada a “Jugando a pillar en el limbo” ; un espacio geográfico, y temporal, del que también se vale Una Sonrisa Terrible para teñir de cosmopolita blues-jazz “Un billete de 2.000 (en otra canción)”. Entre tanta asimilación propia y particulares visiones, Los Radiadores, con su habitual punk-rock, está vez sazonado de arranques reggae al estilo Rosendo, ubican más cercana a sus postulados originales “A la vez”, lo mismo que sucede con “Eva”, a la que FaNáticos incorpora una semilla más espacial. Aunque enunciadas bajo un lenguaje eléctrico, la naturaleza de ese voltaje se va a manifestar en el caso de “Ni una pizca de tu amor” como un expeditivo post-punk industrial rubricado por Óscar Ogalla mientras que Ambros Chapel conduce “Ligero como una pluma” a una oscura y tormentosa nueva ubicación.
Entre otras virtudes, el cancionero de Manolo Bertrán destaca, más allá del formato particular de cada tema, por una fuerte aspiración melódica, característica que predispone a genios iconoclastas en estas lides como Caballero Reynaldo a fagocitar “Ojos de serrín” . Despliegue de armonías que mutan en incontables direcciones, llevando su extenso mapa desde el ánimo trovadoresco influido por los Beatles que destila la aproximación de Òscar Briz a “El día después” , hasta el desgarbado pero atractivo acento analógico en el que Santiago Penagos sumerge “No tan bueno” , sin obviar la furia heterodoxa de Cándida, que pasea a “El viaje largo” por igual entre postulados synth pop, tribalistas e incluso el desgarro noventero, un controlado cajón de sastre que perfectamente puede ejercer de simbólico multiverso al que han sido enviadas estas composiciones.
Posiblemente no haya mejor consideración, al menos en lo que respecta a compañeros de gremio, para una banda que constatar que su obra significa un objeto de deseo para muchos coetáneos. Si en cualquier celebración el perfil de sus invitados suele dirimir el interés, o la falta de él, de dicha reunión, en este caso los nombre reunidos en este disco son lo suficientemente destacables como para llamar la atención por sí mismos, una cualidad demostrada en el ejercicio nada cómodo, y sí muy creativamente estimulante, de mostrar aprecio hacia un repertorio ajeno de la mejor y más honrosa forma posible: haciéndolo suyo. Y es que evidentemente, y por dar continuidad al título del álbum, una única vida resulta demasiado escasa para unas composiciones que, si bien han nacido bajo un cuerpo determinado, su fuerza lírica y la no menos encomiable condición musical las convierte también en propiedad de todo aquel que se haya posado alguna vez en ellas.