Medio siglo del "Blood on the Tracks", de Bob Dylan


Por: Álex Fraile. 

El universo de Bob Dylan (Duluth, 1941) nunca dejará de ser insondable. Parece más sensato hacer caso al propio Dylan. “A veces no es suficiente saber qué significan las cosas, a veces hay que saber qué no significan las cosas”. Hace demasiado que él mismo lo vaticinó. "Cuando muera la gente va a interpretar todo de mis canciones. Van a interpretar hasta la última puñetera coma". Bajo estas premisas, para no enfadar al amigo Bob, tiene más sentido limitarse a rendir tributo a uno de los discos más representativos de su excelsa carrera: "Blood on the Tracks" (Columbia, 1975). Un álbum atemporal, anclado en el imaginario colectivo, que vio la luz hace medio siglo.  

Dylan siempre ha vivido a contracorriente, dispuesto a desafiar cualquier convencionalismo, reinventándose continuamente, haciendo lo que le da la realísima gana. Una parte de su grandeza radica en esa búsqueda incansable de nuevos horizontes, nuevos desafíos. De lo contrario resulta complicado explicar por qué a su edad sigue inmerso en su particular Never Ending Tour. Una gira inabarcable por todo el mundo, que no hace sino dar si cabe, mayor sentido a su inagotable cancionero y acrecentar su vocación itinerante, a imagen y semejanza de maestros suyos como Hank Williams o Woody Guthrie

A los treinta y cuatro años, Bob Dylan ya había publicado ni más ni menos que catorce discos, algunos tan referenciales como "The Freewheelin" Bob Dylan; "Highway 61 Revisited"; "Blonde on Blonde", por citar solo tres. Asentado en el estrellato, convertido en símbolo de la contracultura, en chamán para toda una generación con ideales, habiendo incluso abrazado la guitarra eléctrica, decidió dar un nuevo cambio de rumbo a su obra y creó esta obra maestra que indudablemente representa "Blood on the Tracks".  

Diez canciones que conforman una epopeya melancólica cuyo poder no radica solo en las letras – seña de identidad de Dylan – sino también en las melodías y la música, y en una forma de cantar más adulta y rabiosa que nunca. Un disco que demuestra que nadie canta y escribe como Dylan. Mucho se ha escrito sobre esta obra y, si bien existe consenso sobre el hecho de que se trata de su disco más personal, él mismo ha negado la mayor, insistiendo en que no era autobiográfico, aunque sí que es cierto que cuando empezó a escribir estas canciones el matrimonio con su mujer Sara se resquebrajaba. Nadie interpreta a Dylan como el propio Dylan. Fuese como fuese, estas canciones rezuman poesía, melancolía, dolor, tristeza, cierta rabia e incluso arrepentimiento. El propio Dylan – sin llegar a entrar en detalle sobre su vida privada – se sorprendió en su momento de la popularidad del álbum. "Es difícil para mí identificarme con eso … La gente disfruta de ese tipo de dolor". Misterioso. Aún así resulta innegable el magnetismo de estas canciones que, personales o no, sirven de refugio ante el dolor, proporcionando luz y belleza ante los tiempos oscuros. Da la sensación de que Dylan abre su corazón e invita al oyente a sentir con él, a compartir sus emociones. Puede que en eso radique la magia de este disco, en esa invitación a viajar con él en su propia melancolía. 

Para elaborar esta obra, el gran trovador se refugió en su Minneapolis natal, donde – rodeado de los suyos, alejado de su mujer – dio forma a unas canciones que inicialmente fueron ideadas para un formato eléctrico y se grabaron en tan solo tres días en los estudios A & R de Nueva York con varios músicos de acompañamiento. No usó ningún patrón establecido: cambiaba las letras, enganchaba canciones, improvisaba. Tras oír las primeras grabaciones, al ver que el resultado no era el esperado, paró las máquinas y volvió a Minnesota donde iluminó el sonido de algunas canciones.  

"Blood on the Tracks" vio la luz el 20 de enero de 1975. Cincuenta años después sigue cautivando como el primer día y poco importa que sea o no un disco de ruptura como la gran mayoría se empeña en afirmar. Lo importante es el conjunto, y cómo las palabras, la música y la voz de Dylan nos atrapan irremediablemente. 

"Tangled up in Blue" atraviesa el corazón con su viva luminosidad mientras reflexiona y divaga sobre la tristeza y el paso del tiempo. ¡Pura confusión! ¡Pura tristeza! Esta canción, con los años, se ha convertido en un mantra para el propio Dylan, empeñado en reversionarla continuamente y en jugar con ella en directo. Nadie mejor que Dylan para versionarse a sí mismo. "Idiot Wind" da buena muestra de su maestría compositiva. La letra crece hasta el infinito mientras Bob transita de la rabia a la reflexión para reconocer que la culpa es de los dos. “Viento idiota que sopla entre los botones de los abrigos / Que sopla entra las cartas que escribimos / Viento idiota que sopla sobre el polvo en los estantes / Somos idiotas, niña mía / Me maravilla que nos podamos alimentar”. Sin tiempo para asimilar tanta melancolía, "You’re Gonna Make Me Lonesome When You Go" se acelera recordando al maestro de los versos impecables, los acordes certeros, con la armónica dando la puntilla. Dylan no renuncia a experimentar con el blues en "Meet Me in the Morning" o a teatralizar la fantástica "Lilly, Rosemary and the Jack of Hearts" donde personajes puramente dylanianos aparecen y desaparecen como fugitivos.

“Salúdala si la ves, por Tánger debe andar / Es la ciudad al otro lado del agua, no muy lejos de aquí / Le dices que estoy bien, aunque la cosa va lenta / Quizá piensa que la olvidé. No le digas que no es así”. Así empieza "If You See Her, Say Hello" una epístola sobre un amor todavía no olvidado. Sin duda una de las canciones más bellas y emotivas. El disco se escapa en un suspiro con los dos últimos temas: "Shelter from the Storm" y "Buckets from Rain". Suaves duetos nocturnos de guitarra y bajos. 

“La vida es triste / La vida es ruina / Solo puedes hacer lo que debes / Hazlo y hazlo bien / Yo lo haré por ti, niña mía / ¿No lo ves?”. Da igual lo que Dylan sintiese. Da igual lo que signifiquen sus canciones. Lo maravilloso es que cincuenta años después este monumental disco conmueve como en su primera escucha, sirviendo de bálsamo y de cura para la nostalgia. Al final Bob va a tener razón. En el fondo siempre la tiene. Por entonces se acercó a la pintura con una nueva mirada: “Tienes el ayer, el hoy y el mañana, todos en la misma habitación”. Pues eso precisamente podría ser "Blood on the Track". El ayer, el hoy, el mañana. Un disco eterno. Siempre presto al rescate de las almas rotas.