Teatro de las Esquinas, Zaragoza . Sábado 25 de enero de 2025
Por: Javier Capapé.
Rock and roll, boogie, doo wap, honky tonk, disco... Si se trata de los Zigarros digo "a todo que sí". Estos tipos son unos fuera de serie. Hombres de acción. Carne de carretera y buen rock. Y noche tras noche lo vuelven a demostrar. El pasado sábado fue el turno de hacerlo en Zaragoza, en un abarrotado teatro de las Esquinas, donde repetían en menos de un año. Entonces "Acantilados" era la base de sus presentaciones, pero en la gira que les mantiene ocupados actualmente parece que la balanza se equilibra mucho más y las canciones de toda su carrera se suceden sin descanso y sin favoritismos.
Una hora y media de desenfreno, sin parar. Sin sorpresas ni artificios, pero totalmente efectiva. "Suena rock and roll" para empezar y ya estamos enganchados. Una declaración de intenciones cristalina, como también lo son "Mis amigos" o "Con solo un movimiento", las bombas con las que comienzan a descargar sus kilotones de potencia sin compasión. Escuchar a los Zigarros en concierto es darte un homenaje, un chute de energía contra la rutina y la apatía. Los Zigarros se sienten de carne y hueso, sin imposturas, porque desde el primer momento van a las claras, primando la esencia rockera por encima de cualquier otra cosa. Dominan el "Rock rapido" y, aunque tengamos que esperar unas cuantas canciones más directas para que afloren los solos incisivos, llega "Cayendo por el agujero" y Álvaro Tormo se luce cual Angus Young desatado.
Un viaje de altos vuelos. Con manos arriba y cuernos alzados para invocar al Dios de la "Resaca" y volver a "Bailar encima de ti". Quizá llegue algo más de finura con las canciones que les produjo Leiva, como ocurre con "No pain no gain" (que no por eso suena con menos garra) o "Aullando en el desierto", con cierto toque glam que le sienta a las mil maravillas. Cuando asoma "100.000 Bolas de cristal", el público aúlla con ese giro disco que parecen llevar haciendo siempre y donde conduce con gran tino el wah wah de Álvaro y, sobre todo, el bajo de Natxo Tamarit. Y es que se habla mucho de que ésta es la banda de los hermanos Tormo, pero cuidado con su base rítmica. Natxo Tamarit y Adrián Ribes son una apisonadora. Precisos e intensos. Sin ellos esta banda no sería lo mismo. El carisma está en los Tormo, pero el gusto les pertenece a ellos. Estuvieron toda la noche acertadísimos, algo que también podemos decir de Ovidi, que con las palabras justas (apenas le dio tiempo a decir "buenas noches", ya que no hubo casi ninguna presentación entre canciones más allá de adelantar algún título) y reconociendo todo el valor de su equipo, supo ganarse palmo a palmo el escenario (aunque ese ya lo tenía ganado con creces antes de salir a escena) y cada centímetro cuadrado de la sala. Soberbio, tanto a la guitarra (también se marcó algún solo muy digno con la telecaster) como al teclado, que le sirvió de escudero en la parte central del bolo, mientras encaró la honky tonk "Cómo quisiera" o la más bohemia "No sé lo que me pasa", en la que Álvaro se desmarcó con un solo muy blues.
La única canción con la que bajan algo las revoluciones de todo el repertorio es con "Desde que ya no eres mía", y a partir de ahí la noche se vuelve una fiesta de hits en la que todo suena conocido. Algo familiar. Esa es parte de su magia. Sus canciones se corean desde el minuto uno. Te las sabes todas aún sin haberlos visto antes. De esa forma, con más fuerza, se suceden sin remisión "A todo que sí", "Malas decisiones" y, tirando hacia Barricada, "Dispárame" para cerrar.
En Zaragoza tuvimos una sorpresa de lo más celebrada. El gran Cuti Vericad saltó al escenario junto al cuarteto para encarar todos los bises a los teclados. Como uno más de la banda. Se marcó varias estrofas con su particular carisma vocal y acertó con sus toques de órgano en la muy coreada versión de los Beach Boys "Surfin' USA" o con un piano más boogie en "Dentro de la Ley". Clásicos ya por derecho como "Apaga la Radio" o "Hablar, hablar, hablar" también contaron con el músico aragonés junto a unos Zigarros enchufados y sin freno, para terminar al ritmo de "¿Qué demonios hago yo aquí?" en pleno arrebato colectivo. Watios, sudor y rock and roll. No hace falta nada más para reconducir una noche de sábado en plena cuesta de enero. Esto es vida, con o sin humo del zigarro. Y esta vida la encarnan mejor que nadie en este momento nuestros camaradas valencianos. La viva imagen del descaro y la provocación. La magia eterna y generosa del rock and roll.