Tristísima noticia la del fallecimiento de David Lynch. Para mí siempre fue mucho más que un director de cine, era un mago. Y con su magia me llevó de viaje a través de mundos que solo una imaginación portentosa podía crear. A mis cuarenta y cinco años puedo decir que nunca he vivido en un mundo sin Lynch y también que me ha acompañado toda mi vida, desde muy pequeño. Probablemente mi primer recuerdo suyo sea ver fragmentos de Dune en una cinta beta alquilada en el videoclub por alguno de mis mayores, pero mi primer choque frontal con él se produjo con el estreno en España de Twin Peaks. Fue increíble la expectación que levantó la serie y desde luego que estuvo a la altura de las circunstancias. Era finales de 1990, tenía yo once años y mis padres me dejaron verla con aviso previo: Puedes hacerlo pero tú sabrás. Era mi oportunidad de formar parte de un fenómeno de adultos y por supuesto que quise verla, pero el terror se apoderó de mí cuando Bob hizo acto de presencia. Así que así vi los primeros capítulos de Twin Peaks, salteados cuando me atrevía y cubriéndome la cabeza con la manta a ratos tratando de quedarme dormido porque cualquiera se iba a dormir solo. Mis padres comentaban el capítulo al día siguiente y yo no era capaz de seguirles, claro, porque o bien había visto malamente la mitad del capítulo o porque me había quedado dormido. Si no habéis visto Twin Peaks todo esto os estará sonando a lengua extraterrestre, pero en realidad sois unos afortunados porque eso solo significa que tenéis la oportunidad de verla por primera vez.
El caso es que el nombre de David Lynch ya se asoció a mi vida para siempre y la era Blockbuster fue de gran ayuda. Seguramente soy súper fan de Lost highway, porque su estreno coincidió con lo que para mí fue el descubrimiento de todo lo que Lynch había hecho antes. No siempre podías seguir una cronología, así que era cuestión de que tirar de lo que estaba disponible en las estanterías. Aquellos años fueron un maravilloso desorden en el que Blue velvet, Eraserhead, Dune, Wild at heart, The elephant man y la mencionada Lost highway a la vez para mí. Y en plena adolescencia, para qué queremos más. Todas esas historias y todos esos personajes de una tacada. Y siempre con algo en común: La rareza. Por eso digo que Lynch era un mago. Esas películas no son películas, son hechizos, un abracadabra que te transportaba con un chasquido a un mundo parecido al tuyo pero diferente. Raro. Emocionante. Más que una invitación, un empujón a explorarlos. ¿Has asomado la cabecita? Empujón y ya estás dentro. Siempre con la sensación de conocer pero a la vez no reconocer las paredes o calles en las que se desenvuelven personajes cuya exageración de deja de ser clave para acercarlos de la pantalla a la realidad. ¡Tú habías sido el hombre elefante de una u otra forma! ¡Sabías que en algún serías un loco enamorado como “Sailor” Ripley! ¡También que gente como Frank Booth existe! ¿Y tú qué harías? ¿Te enfrentarías a él? ¿No sería mejor vivir una vida tranquila con Sandy? Los fans sabéis de lo que hablo.
Hunter S. Thompson dijo aquello de la vida no debería ser un viaje hacia la tumba con la intención de llegar a salvo con un cuerpo bonito y bien conservado, sino más bien llegar derrapando de lado, entre una nube de polvo, completamente desgastado y destrozado, y proclamar en voz alta: ¡Uf! ¡Vaya viajecito. Esa era exactamente la sensación que me provocaban y provocan las películas de Lynch. Terminaban y… Uf, vaya viajecito. Algo te había sacudido las entrañas y posiblemente no sabías el qué ni el cómo.
También hice por aquel entonces -año arriba, año abajo- un revisionado como dios mandaba de Twin Peaks empalmada, por supuesto, con Twin peaks: Fire walk with me. No soy la persona más indicada para hablar de esa serie, porque soy fan a ultranza, consciente de que algunos capítulos de la segunda temporada flojean a causa de la dispersión ocasionada por el rodaje de Blue velvet pero aún así un defensor absoluto de toda su trama. ¿Por qué? Porque para llegar al culmen de los últimos diez capítulos hay que pasar por los previos. Solo puedo decir que todo me parece fascinante en ese serie, incluso su tercera temporada estrenada tantísimo tiempo después, ¡menuda sorpresa fue!
¿Y qué añadir a todo lo que siguió después de mi atracón adolescente? Esa cosa tan bonita llamada The straight story, -ternura nunca explorada quizá por no estar escrita por él aunque su marca es clara-, Mulholland drive -que no me gustó en su día- y la dura Inland empire -quizá una no trilogía junto a Lost highway y Mulholland drive-. ¿Qué decir de todo lo demás? La música, los cortos, los libros. La verdad es que nos dejó bien suplidos. No vamos a ahogar el llanto por todas las películas que ya no serán ni por la pérdida del genio, pero es tal la profundidad de su obra que reconforta saber que en el fondo nunca nos dejará. Tal era su magia que siempre que pongamos Blue velvet, en vez de ver una película, lo que estaremos haciendo será sumergirnos en ese mundo creado por un hombre valiente que, seguramente, no tenía más remedio que serlo. Porque haber hecho cine convencional habría significado una traición a su ser. Lynch solo podía hacer esto, de la misma manera que muchos solo pueden hacer lo que pueden hacer, pero tuvo la bravura de no faltar nunca a su corazón. La gente no entendería la mitad de Eraserhead cuando se proyectó pero ahí siguió él y estoy seguro de que, estando ya consagrado, tampoco lo tendría fácil para sacar adelante sus siempre rompedores proyectos. Pero ahí siguió. Y ahí es dónde va a seguir. Porque la realidad es que no ha muerto. No lo hará.