Texto y fotografías: Àlex Guimerà.
Menuda visita nos regaló Paul McCartney con el doblete en el WiZink Center de Madrid los pasados días 9 y 10 de diciembre. Creo que nadie se podía imaginar esa demostración de vitalidad y energía del músico considerando que su pasaporte señala inequívocamente que tiene 82 añazos. Muchos pensábamos que era nuestra última oportunidad de ver al genio de Liverpool, aunque después de la exhibición vista no tenemos nada claro de que realmente sea así.
Habiendo elegido la primera de las dos fechas señaladas, la del 9 de diciembre de 2024, el WiZink presentaba un mosaico diverso de edades y estilos: desde niños hasta abuelos todos puestos de acuerdo en gozar de una experiencia que solo el ex-Beatle es capaz de ofrecer. Para los más jóvenes, quizás era una oportunidad histórica en sus vidas para presenciar a tal leyenda; para los más veteranos la ocasión les permitía volver a su pasado más lozano a través de unas canciones que les han acompañado todos sus días. Y es que la música une, transmite emociones, se vive de forma diferente en cada persona, y no se me ocurre mejor ejemplo de todo este poder que las canciones de los Beatles. Ellos lanzaron el pop a otra galaxia, nunca su gesta ha sido superada, y su legado se transmite de generación a generación como un tesoro impagable.
Así lo vivimos las más de 15.000 almas que aguardábamos con ansias el regreso de Paul a la capital española, casi cuatro años después de su última visita. Con una puntualidad británica, escuchamos los primeros acordes de “Can't Buy Me Love”, ese clásico del “Hard Day’ s Night” que fue publicado hace exactamente 60 años y que con el paso del tiempo se mantiene intacta. Era el comienzo de un viaje del que ya no teníamos retorno.
El concierto fue transitando por distintas épocas de Macca, con canciones de los Fab Four junto a otras de los Wings y otras extraídas del cancionero reciente en solitario. Piezas elegidas de entre tantas y tantas que tiene que se pasearon en detrimento de otras que bien podrían haber formado otro setlist igual de letal. De los Beatles sonaron “Drive My Car”, tras un formidable video con unos coches de protagonistas, o esa “Getting Better” del "Sgt. Peppers" que vino acompañado por otro video, en este caso mostrando unas ciudades (Londres, París) post-apocalípticas en las que nacían unas flores. El optimismo de McCartney siempre presente, él era el de la serotonina y Lennon el dramático y el de la desazón existencial.
Me encantó la marchosa “Come On To Me” (“Egypt Station”, 2018), moderna y actual, con los vientos pegando el ritmo, pero también cuando al final de “Let’ Em In” el octogenario la lió con un solo descomunal interpretado por su guitarra hippie intercalando los acordes de “Foxy Lady”, de un Jimi Hendrix al que dedicó un recuerdo. La balada standard “My Valentine” la dedicó a su esposa, Nancy, presente en el recinto mientras las pantallas mostraban unos actores haciendo signos para sordomudos. El homenaje velado a su amada Linda lo puso con “Maybe I’ m Amazed”, no hizo falta ninguna dedicatoria.
Aunque la cosa se puso realmente seria cuando se sacó de la chistera “I’ ve Just Seen A Face”, que es una de las grandes maravillas de los Beatles aunque no siempre reivindicada, esos punteos con la acústica y esa melodía tan preciosa entró bien dentro de nosotros. La siguió, también a la acústica la, canción más antigua de todas, la skiffle “In Spite Of All In Danger”, que compuso en la era de los Quarrymen. Este set medio acústico se rubricó con el que presentó como el primer éxito de los Beatles, “Love Me Do”, no falto de la harmónica a cargo de Rusty. Le tomó el relevo Abe cuando bailó los pasos de la “Macarena” al son de “Dance Tonight” mientras Paul tocaba la mandolina.
Otro momento mágico lo vivimos al son de la que es la última canción de la legendaria banda “Now And Then”, creada gracias al desarrollo tecnológico, y presentada para la ocasión con su videoclip en el que coexisten los Beatles más jóvenes con los actuales. Su habitual pianola psicodélica y colorida apareció ante nosotros para abordar “Lady Madonna”, antes de la circense “Being For The Benefit Of Mr. Kite!” y de una “Something” arrancada con el ukelele y terminada con toda la banda a pleno pulmón. Sobra decir que se la dedicó a su hermano George. Paul a lo largo de la noche hizo esfuerzos en hablar castellano, se notaba que lo leía, pero no se le daba nada mal, por algo lo estudió en la escuela como segunda lengua.
La recta final había llegado y con ella “Obla-Di-Obla-Da”, con el público haciendo los coros, y la canción más reconocida de sus Wings, “Band On The Run”, con la portada del álbum en cuestión luciendo en la pantalla con sus personajes moviéndose al son de la música. Para “Get Back” Paul volvió a agarrar su Hofner y volvió a darle caña, que es algo que no dejó de hacer en toda la velada; pero para “Let It Be” se puso tras el piano de cola para deleitarnos con uno de los mayores himnos que jamás hayan existido. Sin abandonar su puesto, “Live And Let Die”, que vino acompañada con la espectacular pirotecnia, fogonazos y aquellas bromas que muchos esperábamos en las que el músico hace ver que ha quedado ensordecido o afectado por los estruendos. Pero por si no habíamos tenido himnos ni trucos suficientes, “Hey Jude”, con esa otra artimaña habitual suya en la que hace corear los “nanananás” al público, mujeres y hombres por separado y a todos juntos en éxtasis. Era el broche perfecto al concierto antes de los bises.
Una pausa en la que no faltaron los cánticos “oe oe oe oé” a los que Paul se apuntó para musicalizar, y en la que las banderas española, británica y LGTB fueron ondeadas al unísono por la banda. La vuelta arrancó con uno de los grandes momentos (hubo tantos) de la noche: “I’ve Got A Feeling”, en donde Paul alternó con John en la pantalla como si estuviera presente en aquel momento, de hecho lo estaba, claro. La tecnología permite instantes asombrosos, como éste en el que a uno se le pusieron los pelos de punta.
Más cañeras fueron el “Sgt. Peppers (Reprise)” y la satánica (?) “Helter Skelter”, que dejaron paso al final habitual con “Golden Slumbers-Carry That Weight- The End”, que fue el que en 1970 cerró el disco “Abbey Road” y la carrera de la banda más grande jamás conocida.Fue el final de un directo deslumbrante, por la perfección del sonido, por los medios puestos al son del espectáculo, por la destreza instrumental de los músicos, por la conexión de McCartney con su público, por las distintas atmósferas (festivas, introspectivas, emotivas, salvajes, modernas…) por las que viajamos a lo largo de las tres horas, pero sobre todo por ver a ese hombre que tanto y tanto nos ha regalado y comprobar que sigue más lozano, elegante y generoso que nunca, haciendo lo que más le gusta, vaciarse ante su público. Durante esa noche no hubo espacios para la nostalgia vacía, sino para la gratitud y para el homenaje sincero a los momentos compartidos con esas canciones que se han convertido en banda sonora de nuestras vidas.
El maestro se fue, y todo el Wizink siguió vibrando con ese sentimiento colectivo de admiración hacia un hombre que sigue desafiando el paso del tiempo con la misma energía que nos encandiló a finales de los sesenta.