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Los Tupper: “Broken Dishes”


Por: Kepa Arbizu. 

Sea consecuencia de una intención premeditada o de la más arbitraria casualidad, lo único cierto es que los últimos discos publicados por la banda cántabra Los Tupper han servido como fastos celebrativos de su particular santoral. Si su pasado trabajo, “Silver Wedding”, resultaba especialmente clarificador en cuanto a su carácter onomástico, su continuador, “Broken Dishes”, se presenta, de forma involuntaria o no, como antesala del cumplimiento de las tres décadas de activad, incluyendo su iniciático paso bajo la poca higiénica firma de Tupperguarros. Seis lustros que son absolutamente dignos de elogio, más allá de la calidad esparcida, cuando se trata de mantenerse en pie en ese poco estable suelo que siempre ha sido el rock and roll, un género condenado, pese a algunos brotes de luz mediática a veces recibidos, a ser aullado desde los callejones. Una naturaleza agazapada en la que siempre se ha movido con ejemplar soltura esta formación, ajena a flirteos con las modas o contubernios en busca de mayores audiencias. 

El hecho de haber construido una identidad absolutamente representativa entorno a este proyecto, no debe ser traducido como la permanencia varados en un sitio fijo ajeno a cualquier estímulo renovador. De hecho, aunque ese desarrollo nunca se haya manifestado por medio de arriesgadas zancadas, sino con el sigilo pero la seguridad que trasladan los pequeños pasos, una mirada en retrospectivo revela con claridad que la banda ha reconducido su espacio clásico hacia un entorno más sugerente, afianzando una sutil presentación  que les comunica con el oyente en la actualidad, más que en forma de estampida, a través de un clima envolvente. Una formulación igualmente efectiva y que incluso encuentra una mayor diversidad en los tentáculos dispuestos para seducir a todo aquel que salga a su encuentro. Versatilidad que ha desembocado en la integración como miembro de pleno derecho a quien hasta entonces había figurado como colaborador ocasional, José Sierra, trasladando su guitarra y armónica a parte consustancial del paisaje de la banda. Un papel estable que también parece haber sido encomendado a Alex Pis, convertido en su productor afín y fiel acompañante en esta travesía que acumula otro episodio de extraordinaria valía. 

Puede que ese plato roto que decora la portada del nuevo álbum sea un guiño al ruidoso modo de celebración instaurado en otras latitudes culturales, un ejercicio que liga muy bien con la naturaleza vandálica primigenia de este tipo de sonoridades, pero más factible sin embargo parece pensar en una simbología encargada de recrear todos esos pedazos sobre los que inevitablemente se van edificando nuestras vidas, algunos mínimos y otros, pese a su pequeño tamaño, capaces de sajar en lo más profundo. Metáforas y disquisiciones personales al margen, la cada vez más equitativa interpretación de los temas por parte de sus dos compositores principales, Raúl Real y Manu Gastado, revierte en la flexibilidad de su repertorio, ya que a pesar de ser dos voces complementarias y perfectamente diestras para este tipo de canciones, cada una contiene su propio tono, intercalando de manera nada forzada la entonación más desvergonzada y una con mayor carácter etéreo, acentos con los que trazar con mayor envergadura una definición de su música. 

Que la inaugural “The World Goes Round” imponga su ruta hacia pantanos sonoros, los mismos en los que se han zambullido desde Jesse Winchester a Delbert McClinton pasando por Bobby Charles o J.J. Cale, significa que dicho escenario alcanza prevalencia en el resultado global del álbum. Una inmersión, también con destino a la falta de cordura con que se manifiesta el mundo, realizada en este caso bajo el aspecto de un funk-blues de naturaleza espacial que sin embargo se arroga un tono especialmente terrenal cuando la armónica sopla sus notas de manera desgarrada. Condición orgánica destapada por la Creedence Clearwater Revival en "Someone To Lean On" y que el piano honky tonk conduce a "12 Steps Walking Back" hasta un rhythm and blues patibulario, fraguado entre viejas paredes de un garito oscuro, trayendo a la mente la atmósfera por la que Dylan fue seducido en su trayecto artístico por la Highway 61. Referencias sobradas de lustre que se extienden a través de unos riffs, con el membrete de los Stones, que suponen el empuje necesario para la dinámica pegada de "Runaway Girl", un envite que despliega la complicada pirueta de servirse de ritmos en apariencia canónicos y estandarizados para generar una absoluta genialidad repleta de nervio y melodía que lleva por nombre "Unbroken". 

La espesura -nada tupida y fácilmente navegable- habitual que contiene el ideario musical de la banda cántabra se traslada igualmente cuando su sonido abarca tonalidades menos ásperas que salen al encuentro de un concepto “popero”. Un territorio al que son capaces de llegar por medio de los luminosos arpegios característicos de The Byrds, quienes configuran la embriagadora "Sometimes", o tendiendo puentes con la escena beat, decantándose por su prole más psicodélica para diseñar "Crystal Heart" o directamente estableciendo relación directa con su alma máter, los Beatles, para la hipnosis colectiva celebrada entorno a "Queen Of The Night". Una estancia en los años sesenta sobre la que se acomodará también "Be My Bone", que conjuga su capacidad melódica con la rotundidad y casi oscuridad de una energía eléctrica, en connivencia con nombres como The Animals o Them, que plantean una sugerente dicotomía que por otra parte es parte sustancial en la idiosincrasia de sus autores

Los Tupper, valiéndonos de su propia denominación, tienen la poca habitual virtud de extraer sonidos identificativos de la historia del rock and roll para trasladarlos hasta su particular entorno donde ser cocinados bajo un absolutamente original pulso. Se diría que la formación ha conseguido danzar con excelencia en un ejercicio de funambulismo constante que les lleva a asumir su bagaje clásico pero sin aceptar otra tutela que no sea la suya propia. Ser diferente, por sí mismo, no es algo necesariamente bueno, pero lograr, sin necesidad de discordantes cabriolas, instaurar un ADN de extremada particularidad, es algo sumamente encomiable. La banda, y por supuesto este disco, puede aparentar cernirse con sigilo, pero tras su paso, las evidencias demuestran que son los honrosos culpables de causar esos estragos que toda vajilla impoluta necesita.