Sala Oasis, Zaragoza. Viernes, 29 de noviembre de 2024.
Texto y fotografías: Javier Capapé.
Ya nos lo habían advertido. La gira de "Nueva sinfonía sobre el caos" prometía ser muy, muy bestia. En Zaragoza la esperábamos con ansia, desde que hace algo menos de un mes arrancara en Murcia. Todavía nos vibran las neuronas por la energía que sentimos el viernes en la Oasis. Era la primera vez que los leones tocaban en la mítica sala zaragozana y quizá ese fuera el motivo de la rabiosa entrega con la que se presentó el cuarteto, como una apisonadora desde el primer momento en el que saltaron a escena con "Úsame/Tírame". Su último disco fue el protagonista absoluto de la noche, del que no se dejaron ni un tema en el tintero, esforzándose a la vez por mantener el equilibro con el resto de sus álbumes, salvo con el más incomprendido "Era", del que sólo sonó la atrevida "Mítico".
"A la moda" y "Nada" siguieron asentando el camino entre electrónica y distorsión que define su personalidad electropunk. Los bajos tan característicos del grupo, que marcan el pulso con ahínco, se los repartieron casi a partes iguales entre Edu Baos (vitoreado cual profeta en su tierra) y Luis Rodríguez, mientras la batería de César Verdú mantenía impasible su contundencia y gran precisión. No hubo respiro, no hubo pausa, León Benavente venían a arrollarnos a todos, como ocurrió con "Amo", "Estado provisional" o "Ánimo, valiente", que fue como un trueno que reventó la sala.
El único momento en el que bajaron algo las revoluciones fue para arremeter con "La canción del daño" y "Gerry", esta última con un arreglo más orgánico que en su versión original. "Disparando a los caballos" volvió a sonar desbocada, como siempre que la interpretan en vivo, algo que también ocurre con "Tipo D". Al hablar de esta canción me viene inevitablemente a la cabeza la iluminación que emplea León Benavente en escena, que, una vez más, cobró gran protagonismo. Con una singular propuesta que sitúa las luces de atrás a delante para ensombrecer la silueta y los rostros de los músicos, jugaron en todo momento con la efectividad de los clarooscuros y los deslumbrantes focos.
En el tramo final antes de los bises sonaron "Qué cruel", "La aventura" y "Ser Brigada", en las que no faltó ese derroche de potencia que no cesó durante todo el concierto y que a estas alturas ya mostraba al cuarteto exhausto, derrochando una vitalidad pocas veces vista en escena. Vitalidad que se expandía entre el público y provocaba más de una montonera, algo que los presentes, todos bien entrados en los cuarenta, seguramente no experimentaban hacía mucho tiempo.
La vuelta tras un breve descanso fue un torbellino, con Abraham Boba totalmente desatado invitándonos a su "Festín", hecho una fiera para reivindicar que este momento era la "Gloria" o recorriendo el público provocándonos con el inimitable grito generacional que es "Ayer salí". Poco más de hora y media desatada, sin freno, imparable. Una experiencia vital que queda marcada a fuego.
No sé si estas canciones conformaron exactamente una nueva sinfonía sobre el caos en las tablas de la Oasis, o si el espectáculo en sí fue un caos perfectamente medido y orquestado. Puede que León Benavente esté funcionando como una auténtica bomba de relojería y que con esta explosión desbocada estén reordenando el caos sonoro mundial. Puede que sean plenamente conscientes de esta hazaña o que simplemente se dejen llevar, pero de lo que estamos seguros es de que presenciar en estos momentos uno de sus conciertos es una experiencia única y explosiva que tardará en dejar de resonar en nuestras cabezas. Un experimento extra sensorial, un derroche de energía que nos eleva "como la piedra que flota". Os aseguro que nuestros cuerpos no dejarán de vibrar en este "Baile existencialista" que incita, provoca, golpea y rebota en nuestra mente. La mejor de las drogas sónicas. Y lo mejor de todo es que esta "aventura" acaba de arrancar. No se la pierdan por nada del mundo. ¡Menudo viaje!