Vaya por delante que este que suscribe vivió durante una época muy concreta de su vida prendado de la música que facturaba el bueno de JD Mcpherson, quien allá por 2011 sorprendió a propios y extraños con su debut, “Signs & Signifiers”. Hablamos de un trabajo donde se descubría como digno heredero de lo mejor del rock and roll primigenio, siguiendo la estela de artistas de la talla de Little Richard y Fats Domino, que fue recibido de forma bastante calurosa en nuestro país; hasta el punto que en la primera entrevista que tuvimos la oportunidad de realizarle nos reconocía lo especial que era España para él por ser el primer destino extranjero en interesarse verdaderamente por su propuesta. También fue en el marco de aquella charla donde nos hablaba de su apertura de miras y la pasión que sentía por otras propuestas musicalmente distintas que ampliaban el horizonte de las sonoridades más retro.
Quería explicar todo lo anterior con calma, básicamente porque creo que va muy a colación de las sensaciones que me han invadido al enfrentarme a su nueva colección de canciones. Presentadas bajo el título de “Nite Owls”, donde, resumiendo con trazo muy grueso, podríamos hablar de una decena de temas en los que las referencias “old school” se mezclan con inquietantes sonoridades modernas, a ratos arrastrados hasta el marco del siglo XXI, reflejándose en bandas como The Black Keys, cosa que podría tener un pase qué duda cabe, pero que sin embargo saltan por los aires más adelante, cuando resulta de lo más extraño encontrarnos ramalazos cercanos a… ¡Depeche Mode!, tics, repetidos en varias ocasiones más, que van dando forma a una colección desconcertante, donde conviven grandes y bellas canciones junto a temas aceptables de barniz más actual, que sinceramente aparecen amalgamados, dejando la sensación de ser este un disco nacido y criado “de mil leches” distintas, haciendo volar por los aires las emociones que comparecen al sentirnos invadidos por los primeros temas, donde hay una amenaza no conseguida de cerrar un trabajo notable que se acaba disolviendo como un azucarillo excesivamente condimentado, poco homogéneo y al que un tijeretazo en un par de temas habría dado un lustre diferente, pese a que inclusive en dicho supuesto seguiría suponiendo el más flojo de sus hasta ahora cuatro entregas en formato larga duración.
Pienso que JD ha intentado mostrar una evolución, un paso adelante, patente en cortes como “Sunshine Getaway”, un buen tema que hubiera firmado Dan Auerbach, “Nite Owls” y “Don´t Travel Through the Night Alone”, desconcertante con esa atmosferas iniciales que son pura oscuridad, pero que no acabamos de ubicar en su propuesta, pese a todo lo cual no podemos evitar una sonrisa al volver a sentirle en su piel habitual en “I Can´t Go Anywhere with You”, donde se hace acompañar por Bloodshoot Bill, a quien recomiendo bichear un ratito pues su música tiene pintaza, “Shining Like Gold”, un caramelito chiquitito y delicado, arreglada tan sutilmente que te hace flotar, contrapuesta con las joyas de la colección, “The Phantom Lover of New Rochelle”, donde sobresalen las sombras The Ventures o Link Wray, y “The Rock and Roll Girls”, o la callejera “Baby Blues”, con unas guitarras cortantes que suenan sublimes, demostrando que lo suyo está más cerca del fuego primigenio y eterno que de la pirotecnia artificial que revisten las grabaciones modernas, repletas de edulcorante para la fácil digestión del niño y la niña.
Seré conciso: comparar estas canciones con “Signs & Signifiers” es hacerlas palidecer por incomparecencia en algunos casos, no hay mucho más que comentar, la verdad. Es entendible el intento de buscar un paso adelante, el problema es que el amago se queda a medias y sin una coherencia detrás que lo sustente, puesto que es claro que los mejores y más salvables momentos del minutaje retrotraen a su faceta más conocida. Por lo que querido lector, espero que usted no entienda esto solo como un “JD Mcpherson tú antes molabas más”, que lo es, para qué negar la mayor. Simplemente es que este JD ha buscado la fórmula de modernizar su sonido, cuando pensamos que la piedra filosofal de su encanto radicaba precisamente en dicho patrón, arcaico y convincente, tan imbatible en este nuevo disco a ratos como lo fue la primera vez lo que escuchamos, que se lo escuchamos y caímos a sus pies. Vuelve, JD, serás el hijo pródigo, porque aunque hayas errado esta vez, sigues siendo uno di noi y eso no se olvida.