Biznaga + Nakar. Banda sonora anticapitalista


Kafe Antzokia, Bilbao. Viernes, 6 de diciembre del 2024. 

Texto: Kepa Arbizu.
Fotografías: Lore Mentxaka.

La mayoría de los caminos que conducen al Kafe Antzokia de Bilbao, por estas fechas, muestran una fotografía decorada con luces que recuerdan, o casi sería más preciso decir que promocionan, la celebración de la Navidad. Fauna y flora decorativa que constituye el reflejo de unos días que, desprovista ya casi definitivamente de cualquier connotación religiosa, se convierten exclusivamente en uno de los tentáculos más poderosos con los que cuenta el, por otra parte nada escuálido, carácter consumista. Una pulsión acumuladora que pasa por ser uno de los ejes vertebrados más afianzados, y ajenos a cualquier enmienda, en el entramado ideológico que sustenta al capitalismo. Paradójicamente, porque las fechas así lo han considerado, esa llamada luminiscente al servicio de una naturaleza hipermercantilizada coincidía con la celebración del día de la Constitución, onomástica con propósito de bendecir un "espíritu de la transición" manifestado en muchas ocasiones como un fantasma de perturbador pasado. Dos realidades, más complementarias de lo que pudiera parecer a priori, que iban a ser vapuleadas en el interior del local. Los instigadores de dicha afrenta: Nakar y Biznaga

Con las entradas agotadas hace muchas fechas, condición extensible a las tres capitales vascas, la alianza formada por la banda donostiarra y la madrileña, aunque de origen malagueña, no solo tiene en común el más frugal hecho de presentar sendos discos editados recientemente, sino uno mucho más transcendental: la connivencia entorno a un agitador discurso político llamado a alentar la existencia de un pensamiento con aspiraciones de transformar la realidad. Puntos en común globales, a los que se podría unir una herencia compartida en cuanto a varios refrentes musicales, pese a la muy diferente expresividad de ambos, que incluso si aplicamos un zoom sobre ellos nos pueden arrojar algunos de mayor concreción, como la admiración por las palabras esgrimidas por el filósofo y crítico cultural Mark Fisher, presente en el alimento insurreccional de sendos trabajos. 

Aunque encapsular bajo una etiqueta la apuesta desplegada por Nakar significa el camino más recto para errar, dada su absoluta heterogeneidad, se podría decir que sus maneras responden a una suerte de punk electrónico, tal y como refrenda una configuración de la banda donde solo existe una guitarra eléctrica entre su aparataje instrumental. Acompañados de una bandera palestina como mascarón de popa, dicha presencia resaltaba el carácter militante del combo que inauguró su actuación como lo hacen en el último trabajo, "Epelkeriaren Kontra", bajo un manifiesto hablado ("Manifestu Antiepelista") que sirvió como puerta de entrada a un hipotético punto de encuentro entre New Order, El Columpio Asesino, The Cure o Atari Teenage Riot. Entre sincopados y enérgicos movimientos, su abanico de escenografías sonoras, siempre delineadas por su carácter político, discurrió entre paisajes de noctámbulo frenesí ("Maitatzen Ikasi") o la más vaporosa "Xamurtasun Erradikala". Raíz melódica alojada por igual con la elegancia de "Lore Ta Laban" o predispuesta a enarbolar soflamas inflamables a través de "MGGDP", canalizando por su parte a través del lenguaje del hiphop uno de sus envites más contundentes, encarnado en el tema que asigna título a su actual álbum. La banda guipuzcoana demostró dominar con talento tanto la pulsión más armónica con el arrebato indignado, convirtiendo la pista de baile en un territorio perfecto  para desatar una guerra de guerrillas musical.  

Con la llama prendida, y un abarrotado recinto que exhalaba impaciencia por ser zarandeado por el ímpetu de Biznaga, la puesta en escena del cuarteto -con una estética deudora sin ningún complejo de The Clash- iba a conseguir dar forma a una imponente ceremonia de rebeldía. Tanto es así que lejos del simbolismo creativo, y a modo de introducción y exposición de intenciones, el sindicato Etxebizitza se subió a las tablas para reivindicar el derecho a la vivienda. Una temática troncal en el nuevo álbum, "¡Ahora!", del grupo y que fue desplegado con motivo de la presentación ante el público bilbaíno de dicho repertorio. Canciones identificativas sobre todo por un carácter especialmente melódico y que facilitó tejer una conexión directa y explícita con el oyente, que no dudó en dejarse arrastrar por los -perfectamente delineados para el disfrute colectivo- estribillos de "Imaginación política", la envolvente "Benzodiazepinas" o una impulsiva "La gran renuncia" que, trasladada con vehemencia al directo sin perder sin embargo una dicción más contemporánea, desentroniza la pérfida cultura del esfuerzo. Dinámicos dibujos rítmicos capaces de adherirse con la misma facilidad a las conciencias que a las cuerdas vocales.

Como si de un decálogo sobre muchas de las fallas que hacen resquebrajarse el llamado estado del bienestar se tratase, los temas, sobre todos aquellos recogidos en su más reciente grabación por su evidente clarividencia lírica, se sucedían en forma de radiografía sociológica escritas sobre pentagramas de exultante ideario punk. Bajo el desaforado ánimo de su guitarrista más reciente, "Torete", que acabaría navegando entre los brazos del respetable en las postrimerías de la actuación, y con una formación que en cada una de sus visitas se ofrece de manera más liberada y desinhibida sobre el escenario, las premisas situacionistas en busca de la (re)conquista del suelo urbano como espacio emancipador desembocaron en "El futuro sobre plano", mientras que el romanticismo se manifestó como otro daño colateral del sistema capitalista en "Espejos de caos". Un glosario de calamidades apostados en el ámbito diario llamadas a ser revertidas por el ánimo transformador, o cuanto menos esperanzador, que anida en la música y en las sinergias colectivas, razón de ser de una atronadora "Las afinidades eléctricas" que acumula todavía mayor razón de ser cuando es acogida por una sala desbordante de pasión. 

El lógico y esperado repaso de “Ahora!” se mostró intercalado de composiciones provenientes de pasados trabajos, desde la inaugural "2K20", donde arrojaron el legado de Sex Pistols contra la esclavitud informática, hasta algunos himnos ya consolidados en el imaginario que rodea a la banda, como la trágica poética de "Una ciudad cualquiera" o la rotunda enunciación narrativa de "Mediocridad y confort". Ejemplos de ese sonido más desgarrado dictado por una interpretación envalentonada, espacio en el que la banda despunta y es absolutamente imbatible, que alcanza simas vibrantes en la afilada melancolía de "Domingo especialmente triste" o a través de la “ilegal” "Máquinas blandas",  generadora de un pogo que a modo de agujero negro pasó de tener un reducido epicentro a contagiarse a lo largo de casi toda la sala. Espectadores que para ese momento estaban absolutamente embebidos de la energía dispuesta por los protagonistas, que en su ya conocida elección de ofrecer conciertos comprimidos impide descender en ningún momento el nivel de revoluciones, lo que dirigió  su recta final, de la mano de "Madrid nos pertenece" o "El entusiasmo", hacia un cenit de ánimo resiliente y coraje musical. 

Más allá del sobresaliente espectáculo dispuesto por ambas formaciones, las buenas noticias, al margen de las artísticas, residen en la demostración de que, al igual que esas mil caras que puede adoptar el verdugo, la respuesta a su yugo igualmente es capaz de reproducirse bajo formulaciones dispares, haciendo que en este caso todavía resulte más encomiable dicha aptitud al ser exhortada por boca de la juventud. Quienes, bajo argumentos de acomodaticia nostalgia, repiten mantras envueltos en naftalina sobre la defenestración de cualquier actividad musical actual, simplemente delatan su pusilánime postura y su claudicación a ser seducidos por cualquier estímulo. La noche del sábado significó una imponente rectificación a ese final de la historia (musical) que muchos se vanaglorian de alentar, Pero el valor de la música de Biznaga y Nakar no acaba cuando se encienden las luces o el reproductor llega a su fin, sus melodías y verbos obtendrán su íntegra aspiración si somos capaces de materializarlas en nuestro ámbito cotidiano, sólo entonces su esmerado trabajo obtendrá una completa recompensa.