El Profeta predica la buena noticia del rock sin fronteras en Madrid. Chuck Prophet en la sala El Sol


Sala El Sol, Madrid. Viernes, 22 de noviembre del 2024.

Texto y fotografías: Guillermo García Domingo

La noche del pasado viernes había muchas citas musicales en Madrid que coincidían prácticamente a la misma hora. Es indiscutible que estamos disfrutando de una edad dorada de las actuaciones musicales. Una poderosa e irresistible atracción me condujo hasta el umbral de la sala El Sol, abriéndome paso entre los numerosos turistas que abarrotaban el entorno de la Gran Vía, una de las avenidas más bellas de Europa, sobre todo, cuando anochece y se encienden las luces nocturnas.

En el interior de esa bendita cueva subterránea estaba prevista la epifanía del Profeta californiano. En los baños tuve que disipar alguna duda que se había introducido perniciosa entre las filas de los veteranos seguidores de Chuck Prophet: “No sé si me convence este disco repleto de cumbias”. No fue necesario entonar un sermón en un sitio tan inapropiado, un par de sentencias bastaron para que los acólitos abandonaran sus dudas. Sin embargo, lo que más propició que los dubitativos recuperaran su fe provisionalmente puesta a prueba fue el concierto posterior que el músico nos ofreció  en las siguientes dos horas, en el que por cierto, incluyó todas y cada una de las vibrantes cumbias incluidas en “Wake The Dead”, y alguna más, de carácter instrumental (“La danza de los pajaritos”).

El Sol tuvo mucho que ver en el desempeño tan eficaz como persuasivo que nos obsequiaron Prophet y su banda, los “zapatitos de la cumbia”, o “Cumbia Shoes”, formada por cinco músicos extraordinarios. Uno de ellos, el joven Flaco el Jandro, hizo de digno telonero del show principal. Fue de menos a más. Durante el concierto de su jefe, se mostró muy convincente al órgano y en los coros. El Sol es una sala geométricamente imposible, tiene forma de ele, sin embargo, la visión es buena desde todos los lados, y el sonido todavía mejor. El sonido conseguido para tan importante ocasión, de hecho, resultó un sueño hecho realidad para los músicos y para el público que abarrotaba esta sala madrileña. 

El patrón principal del concierto fue el disco más reciente de Prophet, que solamente lleva un mes en las tiendas. Es notorio que el músico confía ciegamente en él. No obstante, el concierto empezó y se dio por finalizado con sendos clásicos del rocanrol, a saber, “C´mon everybody” del inmortal Eddie Cochran y “Wooly Bully”, en modo catártico. Las canciones más novedosas fueron “salpimentadas” por el de California, para que el ambiente no decayera, con temas más populares que la audiencia conocía de sobra. Me refiero a “Wish Me Luck”, “The Left Hand and the Right Hand”, “Jesus Was a Social Drinker”, deliciosamente divertida, “Killing Machine”, y la rugiente “Ford Econoline”, que volvió locos a los asistentes, que recibimos unos guitarrazos tremendos a cargo de la Fender llena de cicatrices que maneja a su antojo Prophet. Por cierto, la vieja Fender, tiene achaques naturalmente, le dio un susto por culpa de la entrada del cable. Menos mal que el profeta tiene a Dios de su parte y la guitarra volvió a rugir como antes. 

El concierto cogió velocidad gracias a “You Did (Bomp Shooby Dooby Bomp)”. Hizo bien el sabio Chuck en bajar las revoluciones del motor con la preciosa recreación de “It's a Good Day to Be Alive”, perteneciente a “Wake The Dead”, con la ayuda de la guitarra acústica y el acompañamiento de James DePrato extrayendo unas notas bellísimas de su lap steel guitar. Esta celebración de la vida no podía ser más oportuna después de la enfermedad que aquejó a Prophet en 2022. Habida cuenta del concierto que ofreció en Madrid parece que, por fortuna, ha dado esquinazo al cáncer. Prophet lleva mucho tiempo dedicado a la música, prueba de ello fue el penúltimo bis, “Time Ain't Nothing”, una canción del 85, cuando el guitarrista formaba parte de Green on Red. Es un profeta veterotestamentario, entonces, aunque nadie lo diría a tenor de la energía que derrochó en el escenario madrileño.  

Lo que había hecho a lo largo del concierto, interactuar con nosotros, como un predicador del rocanrol, acercándonos su guitarra a un palmo de distancia, haciendo muecas teatrales, pidiéndonos que abucheáramos a Elon Musk (lo hicimos caso con gusto),  gesticulando y riendo con franqueza, siguió haciéndolo cuando se apagaron las luces. Descorrió la cortina situada detrás del escenario, y ya sin vestir la chaquetilla mexicana que había llevado durante el show, recogió sus pertenencias de la tarima, como un esforzado trabajador del rocanrol, y, a continuación, se confundió entre los amigos y asistentes, quienes aprovechamos emocionados para estrecharle la mano y agradecerle que sea como es desde siempre. La noche todavía me deparó un encuentro muy grato con un viejo amigo con el que comparto la misma admiración indeclinable por Rafael Berrio, que esté en la gloria. 

Al salir de El Sol, descendí por el callejón de los Jardines. Giré a la derecha por la calle de la Virgen de los Peligros, aunque me sentía invencible por los efectos benéficos de la música que acababa de escuchar. Cuando enfilé la calle de Alcalá, con la fuente de la diosa Cibeles al fondo, enmarcada delante del Palacio de Comunicaciones, apreté el paso, qué digo, corrí empujado por una alegría invencible, alentada por el mensaje que el Profeta nos confió.