Por: Juanjo Ordás.
Vamos a decirlo desde el principio: La tercera formación de Deep Purple mola tanto como cualquier otra… O más. Depende de gustos, por supuesto, pero la valía de los dos álbumes que grabaron debería estar fuera de toda duda. De igual manera, hay que se objetivo y aceptar que la formación que ha quedado para el recuerdo no es esta, sino la segunda, con Roger Glover al bajo y -más importante- Ian Gillan a la voz. La de “Smoke on the water” y "Made in Japan", la canción que todo el mundo se sabe y el disco que todo el mundo tiene. Y no vamos a restarles méritos, faltaría más. La trilogía formada por "In rock", "Fireball" y "Machine Head" es legendaria por mil y una razones, y quizá por eso la formación tercera necesita más amor de vez en cuando (y la cuarta también, pero no vamos a liar más el texto para evitar mareos a los que no sean súper fans).
Y precisamente ellos, los fans, ya saben cómo empieza esto. Gillan y Glover salen del grupo y entran David Coverdale para sustituir al cantante y Glenn Hughes para sustituir al bajista. Pero resulta que, aunque Coverdale no canta mejor que Gillan, Hughes toca el bajo mejor que Glover, encima canta mejor que Gillan y que el novato Coverdale, al cual supera en carisma. ¿Que por qué necesitaban Deep Purple entonces a Coverdale? Pues porque Coverdale, pese a todo, evidentemente sabe cantar, es cool, tiene mucha personalidad pese a ser un rookie y su voz empastada con la de Hughes hace maravillas cuando cantan juntos. La cosa se pone más divertida porque Coverdale y Hughes, en lugar de competir, son conscientes de que juntos hacen magia y se llevan de maravilla. Además, les gusta el soul y el funk. ¿Qué ocurre? Que a Ritchie Blackmore, el hiper legendario guitarrista del grupo le gustan Abba, el heavy metal antes de que sea heavy metal (él es uno de los inventores), la música clásica y la medieval. Imposible combinación que aún así funciona, aunque de forma insostenible. Por eso, la formación tercera solo graba dos álbumes: "Burn" y "Stormbringer", que cumple ahora cincuenta años, ni más ni menos.
Solo con la portada, "Stormbringer" ya nos indica que ahí va a haber épica para parar un tren. Pero no. O no del todo. En realidad en el disco es muy variado y todo funciona como la maquinaria de un reloj suizo. En las canciones metaleras, Hughes y Coverdale se dejan la piel, en las más funkies, Blackmore vibra como no lo había hecho en la vida. A lo mejor el tipo no quería estar ahí ni tocar eso, pero no cabe ninguna duda de que lo hace a las mil maravillas.
El disco empieza con la propia “Stormbringer”, que yo creo, en el fondo, nadie sabe de qué habla, pero impone mucho. Porque al margen de todo, que me fastidien si esta canción no es capaz de evocar la inminente tormenta que se viene encima. Cuando cantan eso de "ride the rainbow / crack the sky" se le pone a uno la piel de gallina. ¿Y después? ¿Más tralla? ¡No! En absoluto. Una carambola imprevista. Llega “Love don’t mean a thing”, negra, a medio tiempo, con Coverdale en plan seductor. Y qué bien se le da. Pero la cosa se pone aún más excitante cuando le cede el micrófono a Hughes para que se coma él solo el estribillo. Memorable. Y Jon Lord e Ian Paice siguiéndoles el rollo como si hubieran nacido en Harlem. Increíble.
Con estas dos ya es fácil hacerse a la idea de que nada va a ser lo esperado y la estrategia se revela: Combinar los dos estilos. ¿En qué faceta destacan más? Pues la verdad es que en ambas. Cuando hacen rock setentero estricto como en “High ball shooter” lo clavan pero suben de nivel cuando sobre esa base aportan colores nuevos, como en “Lady double dealer”, con Coverdale y Hughes una vez más llevándose a la banda hacia las estrellas con armonías vocales inigualables. Curiosamente, quizá sea “The gypsy” la canción en la que ambos mundos se encuentran, aunque quede claro que estos Deep Purple pegan las canciones entre sí con bastante facilidad y "Stormbringer" fluye continuamente.
Posiblemente, la canción más conocida del disco es la que lo titula y las demás hayan quedado casi tan relegadas al olvido como la misma formación que las toca, pero usemos este hecho como una palanca para hacer fuerza y desencallar un álbum magistral. ¿Qué podemos decir de un disco en el que barbaridades como “Holy man” (un poco Zeppelin, ¿verdad?) y “You can’t do it right (With the one you love)” (primer single que… ¡incomprensiblemente no tuvo éxito!) son canciones olvidadas? La respuesta es simple. Obra maestra...