Nick Drake puede ser lo que cada uno quiere que sea. Cincuenta años después de la prematura muerte del bardo inglés (1948 – 1974) su figura y su música siguen más vivas que nunca, reticentes al paso del tiempo. Pocos lograron tanto con tan poco. Su exigua obra – solo llegó a publicar en vida tres álbumes, apenas treinta y una canciones – permite escapar del mundo de los mortales y buscar refugio allá donde cada cual desee. Ahí radica una de las virtudes de su música, atraer a todo tipo de público. Ya lo dijo el propio Michael Gira – líder de Swans – con su propio estilo. «Conozco gente tan diversa como industriales siderúrgicos o coleccionistas de arte clásico que pronuncian su nombre con el respeto reservado a muy pocos cantautores o compositores».
Su obra es una puerta a lo eterno. Cada vez que se abre, el tiempo se detiene de manera misteriosa mientras se escuchan armonías atemporales. Las canciones de Drake parecen piezas de orfebrerías: personales, repletas de detalles. Su inconfundible voz, con ese timbre grave, cercano y sostenido, emociona hasta al menos sensible, entremezclándose en perfecto equilibrio con esa forma tan clásica y personal de tocar la guitarra.
La vida de Drake comenzó lejos de la campiña inglesa, ese paisaje tan ligado a su música. Apenas seis meses después de que Birmania lograse la ansiada independencia, nacía en Rangún Nicholas Rodney Drake. Eran tiempos convulsos por lo que pronto sus padres tuvieron que abandonar el país y, tras una breve estancia en Bombay, regresar a Inglaterra. Los Drake se instalaron en Tanworth-in-Arden, en pleno condado de Warwickshire. En ese ambiente tan inglés, tan propio de las familias tradicionales y acomodadas, se crioNick.
A temprana edad sus padres le enviaron a un colegio privado, el primer paso para lograr el ansiado acceso a la universidad. Ya con trece años se adentró en Marlborough, otra institución clásica de gran prestigio sinónimo de disciplina y normas estúpidas, aunque Nick resultó ser alguien especial tal como le definió Dennis Silk, uno de sus profesores. «Es, en esencia, un chico ensoñador y de espíritu artístico, tranquilo, tan callado que bordea la timidez. Le encanta la Lengua Inglesa». Fuese como fuese, durante esos años descubrió otras pasiones. Sus compañeros le recuerdan como un virtuoso al piano, tocaba el clarinete bastante bien y se fue aficionando al saxo. La obsesión por la guitarra llegaría más tarde. Mientras, su padre logró que se le concediese una plaza en Fitzwilliam y preparar así el salto a Cambridge. El sueño de su familia seguía en pie, pero para matricularse era necesario hablar francés. De pronto, a Nick se le brindó la oportunidad de empezar a ser libre. Debía pasar seis meses en la universidad de Aix-en-Provence. En el sur de Francia encontró nuevos estímulos: entró en contacto con la poesía de Baudelaire, pasó los días enteros tocando la guitarra, se fue aficionando a las drogas, e incluso tuvo la oportunidad de viajar a Marruecos donde, animado a por sus amigos y venciendo su timidez, llegó a conocer y tocar delante de los mismísimos Stones.
De vuelta a Inglaterra algo pareció cambiar. Estando en Cambridge su mente estaba bien lejos de lo que se estudiaba entre esas solemnes paredes. Solo había espacio para la música. Viajó a Londres y logró una cita con Chris Blackwell, fundador de Island Records. «Las canciones tenían una fragilidad y vulnerabilidad que te atraían sin remedio». A pesar de esa excelente primera impresión y de la convicción de que sería uno de los grandes no pudo ofrecerle un contrato, sin embargo las puertas estaban abiertas. Semanas después, durante las Navidades de 1967, acabó tocando en un acto benéfico en el londinense Roundhouse. Ashley Hutchings – bajista de Fairport Convention – se vio arrastrado hacia el escenario por ese sonido hipnótico y al día llamó a su agente para que escuchase al chaval. Las palabras de Joe Boyd resumen a la perfección la música de Drake. «Uno de sus atractivos consistía en que no intentaba llegar a los demás, sino que tocaba para sí mismo… Su otro punto fuerte era como tocaba la guitarra. Era muy potente, y a la vez muy engañoso. No era ostentoso, no pretendía exhibirse».
Drake empezó a llevar una doble vida, a caballo entre Cambridge y Londres, entre los estudios de inglés y su apuesta irrevocable por la música. En 1969 todo eclosionó. De la mano de Island Records, con Boyd como agente, lanzó su primer disco y un mes más tarde comunicó oficialmente que dejaba los estudios. Su padre, aún lamentando ese gran error, llegó a reconocer que la «música lo es todo para él».
"Five Leaves Left" no logró el reconocimiento merecido a pesar de contener canciones falsamente sencillas como "Time Has Told Me", odas perfectas como "Cello Song" con esa guitarra que se mezcla a la perfección con el contrabajo y las congas o la sobrecogedora "Fruit Tree" que suena a profecía. «La fama es un árbol frutal / Tan poco firme / que nunca podrá florecer / Hasta que el tronco esté en la tierra». El disco fue un fracaso. Visto con perspectiva todo falló. La promoción fue prácticamente nula; los críticos no supieron reconocer la profundidad de sus canciones; y para colmo el público parecía no estar preparado para ese músico introvertido que cada vez mostraba más reticencias a actuar en directo. Apenas ofreció conciertos durante su carrera. Aquellos que tocaron con él señalaron que «Cantaba a distancia del micrófono, farfullaba y susurraba, y todo transmitía una sensación de precariedad, una sensación apocalíptica. Era como estar en el lecho de muerte de alguien que te quiere confesar un secreto, pero que hasta el último momento no se decide a hacerlo».
El primer disco apenas vendió, pero la estrategia era clara. Boyd quería sacar uno nuevo álbum cuanto antes, al tiempo que Drake pretendía dar un paso adelante y buscar un disco más feliz. Bryter Layter parece evocar a su antecesor con esa bucólica melodía que es "Introduction", pero pronto suena la anfetamínica "Hazey Jane II" y surge un Drake distinto, contemporáneo, más orquestado y en compañía de músicos como Richard Thompson, John Cale o Robert Kirby. El disco contaba con joyas como Poor Boy, "Northern Sky" o "Fly" – donde Nick suplica apasionadamente una nueva oportunidad – pero de nuevo no cubrió las expectativas y, lo que resultó mucho peor, le atrapó la depresión.
Las cosas empeoraron. Drake empezó a abandonarse. La grabación de "Pink Moon" – a la postre su último disco – estuvo envuelta en misterio. Nick llamó sin previo aviso al técnico de sonido de Sound Techniques y en apenas dos sesiones nocturnas dieron forma a un disco que, aunque pueda resultar sombrío, redime y emociona como pocos.
Drake no logró huir de sus propios fantasmas, recluido en su propio mundo, luchando por lo que llamaba un «lugar para estar». Tal como le dijo en alguna ocasión a su madre «no me gusta estar en casa, pero no puedo soportar ningún otro sitio». Visto así, Nick murió en lugar seguro. Era un veinticinco de noviembre, allá por 1974, cuando su madre abrió la puerta de la habitación de su hijo y se lo encontró muerto, tendido en la cama. La causa del fallecimiento se atribuyó oficialmente a una intoxicación aguda por amitriptilina, un antidepresivo. Poco importa si se suicidó o no. Drake se fue a los veintiséis años dejando atrás una huella imposible de borrar. Lo desease o no – nunca lo sabremos – se convertiría en leyenda y su fama alcanzaría cuotas que ni tan siquiera él hubiera podido imaginar.
Caprichos del destino, tuvieron que ser otros los que revindicasen su figura. El propio Robert Smith llegó a decir que el nombre de su banda proviene de un verso de Time Has Told Me «El tiempo me lo ha dicho / Eres un hallazgo raro, raro / Una cura problemática / Para una mente problemática». La pléyade de admiradores no tiene fin e incluye nombres tan ilustres como Paul Weller, Robyn Hitchcock o Kate Bush, y hasta estrellas de hoy en día como los irlandeses Fontaines D.C se atreven a versionar al músico inglés. Prueba de ello es "The Endless Coloured Ways. The Songs of Nick Drake". Desde su eclosión a mediados de los ochenta, la figura de Drake no ha cesado de estar presente: discos recopilatorios; conciertos de homenaje; anuncios publicitarios; documentales como el hipnótico A "Skin Too Few"; libros para coleccionistas; o la reciente biografía "Nick Drake: The Life". España no es ninguna excepción. Artistas como Nacho Vegas y bandas como Los Planetas jamás han ocultado su admiración por Drake, un personaje a caballo entre la realidad y la ficción que incluso se cuela en "Perro negro", la última novela de Miguel Ángel Oeste.
Cincuenta años después de su muerte el embrujo de Nick sigue vigente. Su música reconforta y emociona, camino de la eternidad. Mientras solo resta darle las gracias por su presencia.
«El tiempo pasa año tras año / Y nadie me pregunta por qué sigo aquí / Pero yo tengo mi respuesta mientras miro al cielo / Es la hora de no contestar». "Time of No Reply".