Actitud, sudor y vatios… Biznaga en la Casa de la Música de Fuenlabrada


Casa de la Música, Fuenlabrada. Viernes, 8 de noviembre del 2024.

Texto: Guillermo García Domingo.
Fotografías: Isaac Montero Martínez.
Fotografía 3: Félix Rodríguez Ruiz.

De camino a la sala de la Casa de la Música de Fuenlabrada uno se cruza con la España real, trabajadores que vuelven a casa desde la estación de cercanías después de una larga jornada, baretos de barrio, pequeños comercios y personas de todas las nacionalidades, aunque pertenecientes a la misma clase social. En definitiva, es el país que tiene que empezar de nuevo cada mañana, por eso estoy convencido de que las localidades del sur de Valencia se levantarán después de las inundaciones inéditas que han sufrido, pues es lo que han hecho toda la vida. Biznaga es la mejor expresión de esta clase social que es mayoritaria.

El cuarteto acudió a la llamada de su gente, al “cinturón rojo” de Madrid, el que todavía resiste, donde sus himnos de amor y acción son mejor recibidos. La Casa de la Música es un formidable escenario aún por descubrir. De hecho dispone de dos escenarios; en uno de ellos, Gran Azul, una joven banda de la ciudad formada por batería, bajo y guitarra, hizo mucho más que amenizar la espera antes de que se presentara Biznaga. Su propuesta instrumental no pasó inadvertida e interrumpió esas conversaciones previas al concierto que sirven para templar los nervios cuando el que va a salir a escena es uno de los grupos más excitantes del momento. 

Álvaro, vocalista de Biznaga, empezó el show al grito de “¡Dios! ¡La pantalla es Dios!”, la tremenda constatación del tema “2k20”, incluido en “Gran pantalla” (2020). Al contrario que el imperio virtual, que, según parece, también va camino de ser el poder en la sombra en USA, Biznaga es sudor de verdad. Nada más comenzar, el público intercambió miradas de sobresalto, no eran disparos, se trataba de los golpes secos de la batería de Milky. Mantuvo el mismo pulso firme a lo largo de los 18 temas. De que la dinamo no decayera se ocuparon las guitarras del jovencísimo Torete y el vocalista malagueño. Jorge Navarro en su sitio, comprometido con el bajo, consciente de que las letras que ha compuesto son infalibles. El público las devolvía cantadas generosamente, no solo los 5 temas de “Bremen no existe”, sino todas las que forman parte de “¡Ahora!“, el reciente álbum del que recrearon íntegramente salvo dos canciones. “Lorazepam y plataformas” no la habían incluido en ninguno de los conciertos anteriores de esta gira. 

Este reparto de papeles de los miembros de Biznaga es una de las razones que explican su éxito: son las “afinidades eléctricas” de las que habla la canción que también escuchamos en la parte final del concierto. La actitud de esta banda es irreprochable y recuerda la de las bandas punk que agitaron la escena británica mucho antes de que la mayoría del público asistente el viernes por la noche hubiera nacido. La corriente subterránea y subversiva del punk ha corrido bajo nuestros pies durante todo este largo período esperando a que llegara su momento. Cuando el concierto se dio por terminado, no es casualidad que resonara en la sala “Tiempos nuevos, tiempos salvajes” de Ilegales (del álbum debut de Ilegales, que incluye un mensaje inequívoco que Biznaga ha adoptado sin dudarlo: “Levántate y lucha/ Esta es tu pelea/ No voy a luchar por ti”.

“Torete” no paraba quieto y contagiaba su pasión a todos los que estaban en el proscenio y en la pista, si no le hacían caso empujaba o daba cabezazos. Siendo así, a nadie le extrañó que muy pronto los pogos se organizaran al calor de “Imaginación política” y “El futuro sobre plano”. En un pogo entras con casi 50 años y sales con veinte años menos, es un viaje en el tiempo. Es “pura vida”, tal y como dicen en Costa Rica, y en estado de ebullición. Vórtices de energía cinética que te atrapan y te liberan transformado. Dentro de ellos el concierto no se suspende, se intensifica. Decía Hölderlin que “donde está el peligro está la salvación”, así que no podíamos rechazar su invitación, a los profesores de Instituto nos va el peligro, a fin de cuentas todas las mañanas nos “desayunamos” 30 adolescentes bien surtidos de dopamina.

A continuación, llegó el turno de “Una ciudad cualquiera”, por qué no Fuenlabrada. Es una de las mejores canciones del repertorio de Biznaga y refleja como ninguna la supervivencia urbana. “La chusma enlatada en vagones/ Arrastra su cruz al amanecer/Borrachos llorando entre coches/ Empuñan armas al revés/ Predadores de noche, ejecutivos de día/ Y la policía perdonándote la vida”;  la autenticidad de esta letra se abría paso entre tantísimos vatios. Estos se atenuaron a la hora de recrear una de las canciones por la que siento más debilidad: “Benzodiazepinas”, que Álvaro se tragó y vomitó después. Esta canción representó ese momento especial que hay que atrapar al vuelo en cualquier concierto, la ola que tienes que surfear decididamente, porque tal vez no vuelva a suceder, y posteriormente guardarlo a buen recaudo para siempre. “Espejos de caos” causó estragos, un desastre como el de la pareja protagonista de la canción, víctima de la precariedad.

En la segunda parte del concierto el solenoide de Biznaga nos mantuvo levitando y girando a varios pies del suelo gracias a “Agenda 2030”, “Espíritu del 92”, “Domingo especialmente triste”, la novedad de “Lorazepam y plataformas”, “Máquinas blandas” y  “La gran renuncia”. En estas dos últimas Álvaro García se transmutó en una versión más mordaz de sí mismo con el fin de interpretar estos dos demoledores retratos de la vida contemporánea. El esfuerzo vocal extremo que estaba llevando a cabo empezaba a pasarle factura, el público y “Torete” se dieron cuenta y acudieron prestos a ayudarle en los estribillos cuando se acercaba el cénit de “Líneas de sombra”, “Madrid nos pertenece” y “El entusiasmo”. La rabia con la que cantamos “Madrid nos pertenece” no se nos va a olvidar nunca. A la misma hora en Barcelona, una cantante recibía un dudoso reconocimiento por “Madrid City”. Nada que ver con nuestra vida y con Biznaga. Mientras unos músicos robotizados al servicio del comercio reciben premios con tal de que no digan nada en sus canciones enlatadas, en un cenáculo de Fuenlabrada sucedió algo más importante de lo que parece, apenas una fluctuación imperceptible, un espectro que pasa por delante de ti helándote el cuerpo, como aquel fantasma que evocan la canción “Una historia de fantasmas” y el “Manifiesto comunista” de Marx y Engels.

Si Biznaga pretendía “ver arder Madrid” tal y como Álvaro enunció con el último aliento que le quedaba, de veras cumplieron su objetivo. No hicieron falta bises, la banda estaba exhausta después de no haberse guardado nada. Tienen tres días para recuperarse, ya que el lunes estarán de nuevo junto a otros grupos en la sala El Sol (Madrid) para echar una mano a los afectados de las inundaciones en el Levante. Se trata de la iniciativa Som València. Las bandas y los artistas no disponen de rastrillos, pero pueden contribuir mucho a sacar del barro a muchos músicos damnificados. Como diría Biznaga, “están pasando cosas en las calle”.