Ryan Adams: “En busca de la redención”


Sala Bataclan, París. Jueves, 3 de octubre del 2024.

Texto y fotografías: Álex Fraile 

Situada en pleno Distrito XI de París, la sala Bataclan sobrecoge nada más acercarse. Este templo cultural en forma de pagoda china – otrora testigo de vodeviles, espectáculos populares, del éxito de artistas franceses como Maurice Chevalier o Édith Piaf – siempre estará ligado a lo que ocurrió aquella fatídica noche de noviembre de 2015. La capital francesa sufrió una serie de atentados, siendo este lugar el epicentro de la barbarie. El concierto de Eagles of Death Metal se convirtió en un campo de tiro muriendo 90 personas. 

Al entrar, resulta imposible no sentir un escalofrío. Un torrente de tristeza y rabia se apodera de nosotros, pero esa noche de principios de octubre se presentaba como una oportunidad para la redención. Dentro nos esperaba Ryan Adams. Un ser inescrutable. El prolífico músico americano lleva años subido a una montaña rusa. Desde su época con los añorados Whiskeytown, sus inicios en solitario con el imprescindible "Heartbreaker" o el posterior "Gold" pasando por la etapa junto a The Cardinals y su fiel escudero Neal Casal, el cantautor de Jacksonville abrazó el éxito. Sin embargo, las adicciones y sobre todo acusaciones de acoso, maltrato y abuso de poder le llevaron a los infiernos. Denostado y cancelado por la industria musical desapareció por completo. De un tiempo a esta parte parece dispuesto a redimirse. Buscó ayuda, dejó las adicciones y siguió componiendo literalmente sin respiro. A principios de este año publicó nada más y nada menos que cuatro discos de estudio y un recopilatorio por no hablar de su obsesión por reconstruir discos ya de por sí excelsos como el "Nebraska" de Springsteen o el "Blood On The Tracks" de Dylan

Llegó a París en plena recta final del Solo 2024. Una gira en solitario que le ha llevado por Reino Unido y unas pocas ciudades europeas. Un tour concebido como celebración del vigésimo y décimo aniversario respectivamente de "Love Is Hell" y el homónimo "Ryan Adams", donde también tendrían cabida clásicos y favoritos de toda una carrera. Las instrucciones anunciadas con antelación en las redes sociales quedaban claras. «Tómate un respiro de tu teléfono, tus preocupaciones, tu trabajo, tus dudas... déjame cantarte un puñado de canciones y hacerte reír entre medias y recordarte lo maravilloso, triste, hermoso y lo condenadamente valioso que es todo esto... Tú y yo». 

Apareció en escena bajo la penumbra, iluminado por unas tenues lámparas, rodeado únicamente de unas cuantas guitarras y de un piano. Tras los primeros acordes de la melancólica "Oh My Sweet Carolina" daba la sensación de que Ryan interactuaba directamente con cada uno de los asistentes que llenaban la sala. No estaba Emmylou Harris, poco importaba. El efecto hipnótico se apoderó de una Bataclan en escrupuloso silencio mientras siguió desempolvando joyas del baúl de nuestros recuerdos. Ashes & Fire dio paso a dos cortes del infravalorado "Easy Tiger": "Everybody Knows" y "Two". "New York, New York" sonó especialmente emotiva con Adams sentado al piano, dando la espalda al público, inmerso en sus pensamientos. Resultaba inevitable no pensar en los paralelismos entre la Gran Manzana y la capital francesa.

Parecía sentirse a gusto. Bromeando; ofreciendo amablemente agua a una señora que luchaba por mitigar su toz; contando su amor por París. Una ciudad en la que llegó a vivir, dónde compuso algunas de sus canciones más conocidas y vinculada a dos de las bandas a las que rindió tributo durante esa noche. The Doors y la Velvet adquirieron especial protagonismo. "Car Hiss By My Window" sonó con hermosa crudeza mientras Adams se recreaba a la harmónica y "Pale Blue Eyes" consiguió estremecernos al evocar a la Nico más sensual. Entre medias fue repasando éxitos suyos como "Firecracker", nos regaló una vibrante "My Winding Wheel" que arrancó de nuevo los vítores, sin olvidar un homenaje a Dylan en forma de "Love Sick". 

La interacción con el público iba en aumento. Simulaba atrapar con su mano a su Musa o impartía un sentido alegato contra las plataformas de streaming. La noche transcurría y Ryan no daba muestras de fatiga. Una entusiasta recreación de "Dear Chicago" dio paso a dos nuevas canciones de "Love Is Hell": "English Girl Approximately" y "This House Is Not For Sale".

Adams no necesita de la aprobación de la audiencia pero explicó que el setlist era especial, dando mayor relevancia a los covers que en previos conciertos. La sorpresa de la noche llegó de la mano de una preciosista versión de una de las joyas del soul: "The Tracks Of My Tears", de The Miracles. Acto seguido se empeñó en hacernos llorar con otro guiño a The Velvet Underground y se abrió nuevamente en canal, en esta ocasión con "Please Do Not Let Me Go". Una gema con reminiscencias folkies. Al terminar la canción se dirigió con gracia a los responsables del bar. Hace tiempo que abandonó la bebida, aunque necesitaba un poco de aceite. La puerta del fondo no cesaba de chirriar, poniendo a prueba su concentración cada vez que tocaba un acorde a la guitarra. 

Estando en París no iba a perder la oportunidad de rendir tributo a Morrison, rescatando su mayor éxito. "The End" sobrecogió al más pintado. Bueno, a toda la Bataclan menos a un osado «espectador» que al abandonar la sala quiso provocar al músico norteamericano. En otro tiempo hubiera entrado al trapo, pero haciendo de tripas corazón indicó que tenía previsto un buen final para el show. Nadie lo iba a estropear. "Answering Bell" impregnó de magia la sala. Rebosante de energía, con ese estribillo que se cuela en nuestros corazones como un mantra y esa última frase que pronunciada con vigorosa energía no parecía indicar el final de una noche redentora. «But I’m saying hi». No fue un saludo. Fue un adiós. Tras casi tres horas de magisterio abandonó el recinto con todo París aplaudiendo sin cesar, aunque con la extraña sensación de que ese energúmeno nos privó de algunas gotas más de eternidad. Sin embargo, este no es el fin. Ya de madrugada, camino de Londres, Ryan Adams nos mandaba un mensaje. «Adiós a París. Siempre es una despedida agridulce. La noche hace lo que hace y nos separamos. Cuidad de Jim por mí, por favor».