Afortunadamente, aún existen tipos, en esto de la música, que mantienen intacto el respeto hacia ellos mismos en este devenir de "tengo el derecho a opinar y esto es una basura" que inunda desde hace mucho tiempo los espacios que una vez, cuando eran reales, fueron lugares de encuentros y discrepancias, pero nunca de confrontación. Lo espacios, digo. Nick Lowe es uno de esos tipos, quizás porque nunca ha sido un tipo demasiado expuesto al éxito, que se ha ganado ese estatus en el que el calificativo "de culto" cobra protagonismo real, eliminando cualquier tipo de acento peyorativo al calificativo. Nick Lowe se ha ganado el respeto de los incondicionales, y de los demás, a base de canciones diseñadas desde el corazón, con estribillos, a veces gloriosos, a veces etéreos, pero siempre emotivos. Desde luego no conozco a nadie que haya pergeñado una sola palabra o gesto de desconsideración hacia él. Quizás porque los malandrines capaces de semejante "hazaña", parapetados detrás de un teclado sin ojos, desconocen absolutamente su trayectoria y su trabajo a lo largo de más de cincuenta años elaborando acordes capaces de sentirse cómodos en diversos géneros y subgéneros, o sea, pub rock, power pop, new wave, punk, country; modelos musicales de bandas sonoras tipo American Grafitti, y hasta coqueteos con los crooners estándares, tanto en sus facetas como músico o productor. Nick Lowe es un tipo respetado por músicos y por aficionados, es un tipo humilde en sus planteamientos y maneras, un tipo que avanza por la vida sin alharacas ni desfases, un tipo que envejece bien. Nick Lowe sigue sin ocupar el sitio que merece en el Rock'n`Roll Hall Of Fame (a modo de ejemplo) pero al creador de canciones como "Cruel To Be Kind" y de discos tan excelsos como "Jesus Of Cool", "Labour Of Lust" o "The Convincer" no creo que le importe demasiado, si es que le importa algo.
El caso es que Nick Lowe regresa a los espacios grabados con su primer larga duración en una década, lo que no quiere decir que no hubiera publicado algunas canciones en formato sencillo o EP's pero es como si lo hubiera hecho por aquello de sentirse activo en un estudio de grabación más allá de considerarlos un paso previo a lo que se pudiera considerar una grabación estándar: "eran como souvenirs para que la gente supiera que la tienda seguía abierta". Descriptivo al máximo. Y todo ello mientras compartía actuaciones giras y espectáculos con una banda que en principio chocaba incluso visualmente con su agradable aspecto de músico veterano. Toda una década con Los Straitjackets, esa banda de tipos corpulentos ocultos tras unas máscaras de lucha libre mejicana y muy habilidosos en cualquier estilo que se emparente instrumentalmente con el rock´n´roll con aromas de surf, tex mex y rockabilly, en un particular y fidedigno viaje a través de la banda sonora producida en la Nashville de mediados de los sesenta. Una unión enfocada primordialmente a pasar, y a hacer pasar, buenos ratos subidos a un escenario. Pero, como en todo, la convivencia y la camaradería acaban produciendo acercamientos y sinergias que se han desarrollado de una forma natural, sin tener que dar ninguna vuelta de tuerca innecesaria. Eso y la confluencia en ciertos instintos genéticos, de esos que son difíciles de ignorar, los intrínsecos, resultado de la experiencia personal y los que se adquieren de la convivencia encima de un escenario hasta generar una entidad propia. El resultado es que Nick Lowe, junto con la banda que le lleva respaldando, sin perder su identidad, desde hace más de diez años, ha facturado un disco que viene a reanudar un proceso creativo interrumpido desde aquel "Quality Street" del 2013 y que aparentaba ser un disco de "villancicos" navideños.
El disco denominado "Indoor Safari", registrado a nombre de Nick Lowe con la leyenda añadida de "impulsado" por Los Straitjackets, alberga hasta doce canciones de las cuales solo dos admitirían el calificativo de nuevas. Quizás alguien podría pensar que el calificativo de nuevo disco no le hace justicia porque en realidad seria como una recopilación, desde luego no un grandes éxitos, pero si se analiza el proceso de realización no dejaría de ser una opinión no demasiado trascendente porque todas las canciones, esas que se inventaron tocándolas en directo, y de las que dejaron unos tempranos testimonios en formato digital, se han vuelto a regrabar sin alterar apenas nada, ni en arreglos ni en melodías, pero dotándolas de la madurez propia de aquellas canciones que no se tocan, se sueñan, y además configuran un disco con un sonido muy coherente en su variedad estilística; un disco grabado en el momento justo en que la simbiosis entre el autor y la banda que le arropa se consolida definitivamente.
La sensación de sencillez emocional se despliega en canciones como "Love Starvation", "Criying Inside" o "Blue On Blue" y su innegable aroma de nostalgia por el rock surgido a finales de los cincuenta, o las consideraciones acerca del amor de 'Trombone’ y la habilidad para asociarlas a los sonidos profundos del instrumento. El irresistible comienzo country de "Tokio Bay", el paseo al amanecer, de regreso a casa, de la conmovedora de "Different Kind Of Blue", un descarte de aquel "The Convincer" que nos mostró a un elegante Nick Lowe coqueteando con faceta de crooner, tienen su justa reivindicación en esta nueva grabación en un disco que, por si no estaba claro, es ante todo una demostración de elegancia fuera de toda duda, como la luminosa "Lay It On Me Baby" se encarga de certificar.
En un disco donde la mayoría de las canciones han mostrado su evolución en el tiempo, desde sus tempranas grabaciones, también tienen cabida un par de versiones acordes con el espíritu del disco, así el soul cercano de "A Quiet Place", de Garnet Mimms & The Enchanters, y esa reencarnación tan cinematográfica de "Raincoat In The River", más cercana al original de Sammy Turner que a la más conocida recreación de Ricky Nelson, parece que se encuentran en su hábitat adecuado.
Las dos canciones realmente nuevas certifican la idoneidad del momento de lanzamiento de disco. La reflexiva, ante situaciones que se convierten en compromisos sociales, "Went To A Party", coescrita con Los Straitjackets, que aportan el ánimo instrumental para que el protagonista resuelva una situación en la que no está cómodo, y "Jet Pac Boomerang", el ejemplo más clásico de la forma en que Nick lowe imagina sus canciones, desde la intro pasando por los coros y finalizando con la primera frase del "Please, Please Me" de los Beatles, se convierten por derecho propio en los momentos álgidos de esta nueva entrega de Nick Lowe que, como no podía ser menos, contiene un puñado de canciones sencillas y coherentes con el momento vital de su autor, capaz de seguir narrando historias atemporales sobre el amor, la vida, los contratiempos y las pequeñas satisfacciones desde la perspectiva sosegada de la experiencia acumulada a lo largo de toda una vida por un tipo absolutamente fiable. Un tipo que, sin duda, ha ayudado a decorar los interiores de la música hecha desde el corazón y que continúa manteniendo activos los principios con los que creció, los mismos que hacen que un nuevo disco suyo siga proporcionando momentos de magia contenida. Principios que justifican toda una vida llena de talento y dedicación, hasta para visualizar el momento exacto y los porqués de la necesidad de sacar un nuevo disco: "También tienen (Los Straitjackets) una especie de espíritu punk rock, que, por desgracia, yo también tengo. He intentado ignorarlo tantas veces, pero no puedo deshacerme de él”. Para el productor de la considerada primera grabación del punk, aquel "New Rose" de Damned, ese momento se llama "Indoor Safarí".