Nada Surf: "Moon Mirror"


Por: J.J. Caballero.

La vida sería un poco más gris sin la existencia de bandas como Nada Surf. Porque son ya como de la familia, porque sus discos nos han acompañado sobre todo en momentos de replanteamiento y tránsito vital hacia pasajes más oscuros, justo cuando sus canciones llenaban de sol y cielos abiertos a la esperanza salones, habitaciones o bares en los que las penas pugnaban por no acabar de ahogarse. En esa fina línea entre delicadeza y potencia, intensidad y recogimiento, y sin agotar nunca los recursos que los llevaron a ser probablemente el grupo más reconocido de la escena power pop en los últimos lustros, componen y graban “Moon mirror”, un disco que ya desde el título advierte de que igual el fulgor del astro rey fácilmente identificable en su ADN sonoro empieza a difuminarse en aras de una mirada más adulta y nostálgica. Consecuencias ineludibles de la edad y de ser supervivientes en un tiempo en que músicos como ellos empiezan a correr serio riesgo de extinción.

La inmediatez de aquellos himnos con los que los noventa finiquitaron una etapa clave de nuestras vidas se reproduce, revitalizada si cabe, en los primeros cortes “Second skin” e “In front of me now”, donde Matthew Caws vuelve a demostrar sobradas capacidades para fabricar incontestables himnos de pop potente y sin etiquetas, con otros ejemplos palmarios de eficacia en la enérgica “X is you”, articulada por el maravilloso piano de Louie Lino, y la habitual base rítmica de Daniel Lorca e Ira Elliot. Temas en los que la sensación de continuidad no va en perjuicio del disfrute, sino que hasta acentúa el tono melancólico de “The one you want”, dentro del pequeño lote acústico que acostumbran a incluir en sus trabajos. Tono al que también pertenecen el tema titular, arreglado en tono indie-folk para lucirse en los matices, y unas fallidas “Open seas” y “Losing”, que se ahogan en una previsibilidad que pese a todo nunca les fue esquiva. La salvan con la distorsión noventera de “Intel and dreams” y la rabia intrínseca de “New propeller”, un alegato explícito contra la xenofobia y la normalización de las jerarquías en un país en claro retroceso ideológico y social. Y si reproducen por enésima vez una de las marcas de fábrica, la de las segundas voces entrelazadas y las melodías prístinas, les podríamos perdonar cualquier cosa. Lo siguen haciendo, sí, pero igual de bonito o incluso más en la preciosa “Give me the sun” o con el subterfugio de melodías elegantísimas como la de “Floater”. El paso del tiempo no parece preocuparles, y a nosotros aún menos.

Pese a que ya nada es como antes (y en algunos casos, puede que ni falta que hace) y que a estos veteranos neoyorquinos sería injusto pedirles otra cosa a estas alturas de la película, tener la oportunidad de escuchar una nueva colección de himnos “made in Nada Surf” cada cuatro años sigue siendo un regalo divino, otra oportunidad de ocultar nuestro lado más salvaje y enmascarar cuitas e indisposiciones durante unos minutos de pop glorioso. Eso sí, cada vez más inofensivo, pero ¿quién quiere combatir cuando sabe que va a perder la guerra irremisiblemente?