Gillian Welch & David Rawlings: "Woodland"


Por: Juanjo Frontera.

¿Qué haces cuando tu vida salta por los aires? O no tu vida, pero sí aquello a lo que has dedicado la mayor parte de tus esfuerzos vitales. Tu gran proyecto, tu alma invertida en algo. Eso podría pasarle a cualquiera. Son situaciones que están, cada vez más hoy en día, a la vuelta de la esquina. Y es muy difícil reunir los pedazos y volver a empezar. No está al alcance de cualquiera. 

Gillian Welch y Dave Rawlings no son cualquiera. Se conocieron en el prestigioso Berklee College Of Music de Boston allá por los 1990  y desde entonces han formado una de las parejas musicales más celebradas de eso que suele denominarse como americana, término éste que prácticamente se inventó para ellos, cuando alumbraron su primer disco juntos, "Revival" (1996). Desde entonces, han actuado y publicado discos tanto bajo el nombre de ella, como el de Dave Rawlings Machine, o como es el caso, bajo el nombre de los dos. 

Y "Woodland" no es sólo el título de este su último álbum, el segundo que hacen con sus dos nombres en la portada, es además el nombre de su gran proyecto vital, eso de lo que hablábamos al principio de estas líneas. Un estudio de grabación ubicado al este de Nashville, donde viven, en el que invirtieron su amor, su dinero y su esfuerzo y donde han estado haciendo música a través de los años hasta que en marzo de 2020, por si fuera poco una pandemia mundial, el tornado de dimensiones bíblicas que asoló Tennessee, arrancó el tejado del estudio, inundándose y malogrando instrumentos, consolas, materiales varios y, sobre todo, cintas y cintas maestras con grabaciones de todas las épocas del dúo. Lo dicho, el trabajo de una vida a la mierda. 

La lenta reconstrucción les ha hecho reflexionar mucho. Todas estas canciones van de eso. De pérdida, resiliencia, de reconstrucción. Han reflexionado sobre todo eso y también, sobre su relación de tantos años haciendo música juntos. El resultado son once canciones como sólo dos músicos tan espirituales y versados como ellos podrían hacer. Once canciones cristalinas, con el alma en cada nota, que se posicionan inmediatamente donde el corazón del oyente busca abrigo. Es absolutamente imposible no estremecerse con ellas. No enamorarse de ellas. 

El disco tiene un  comienzo que parece auspiciado por el mismísimo -y muy añorado- JJ Cale, puesto que “Empty trainload of sky” tiene ese halo cristalino y perezoso que tenían todas las canciones del de Oklahoma. Las ganas de quedarse a escuchar lo que sea que tengan que decir Gillian y Dave a partir de ahí están aseguradas. Y no en vano, puesto que “What we had”, la melancólica, liviana y profundamente hermosa composición que continúa el listado del álbum es otra jodida maravilla. Estamos ante algo realmente grande.

Es un viaje de redención que no contiene nada que no deba ser contado, ni anecdótico. Algo que siempre ha sido constante en el trabajo de estos dos, pero se nota que aquí el hecho de haber estado a punto de perderlo todo, les ha hecho verter en estas canciones el significado de muchas cosas que han aprendido a lo largo del camino que han recorrido juntos. 

El álbum transcurre plácido, sin acritud ni angustia, sin malos rollos. “The bells and the birds”, “North country”, “Here stands a woman”... todas piezas sublimes, de guitarras mercuriales, ensamble vocal perfecto, emoción en cada nota, toda la carne en el asador para lograr algo de una belleza aplastante. Un álbum que, o mucho me equivoco, o es lo mejor que os podéis llevar a los oídos si queréis escuchar música tradicional hecha este año. Y si no queréis, también.