Coldplay. "Moon Music"

 
Por: Javier Capapé

¿Cómo empezar a hablar de "Moon Music"? Después de empaparme a conciencia del décimo disco de estudio de Coldplay, después de dejar que sus canciones reposen y pueda analizarlas con cierta objetividad, me doy cuenta de que este disco ya forma parte de mí, que sus canciones me parecen familiares, que sus melodías resuenan de forma permanente en mi cabeza y que su mensaje optimista (tan necesario en estos tiempos) es mi nuevo mantra. La segunda parte del colorido "Music of the Spheres" es el contrapunto perfecto a aquel disco lanzado hace tres años y que ha servido de excusa para la gira más importante de la historia del cuarteto (que tendrá su continuidad hasta finales del año que viene). Si en "Music of the Spheres" nos inundaba el color y una tendencia al pop acelerado, en este "Moon Music" es la introspección la que se impone. Sin llegar a las cotas de "Everyday Life", pero consiguiendo un tono mucho más sosegado, buscando profundidad y conexión emocional con el oyente. 

Lo que es una constante en este disco es que los ambientes, proporcionados principalmente por los arreglos de cuerda, y lo orgánico, resaltando de nuevo los pianos y las guitarras acústicas en muchos momentos destacados, se imponen a lo programado. Coldplay han querido dar la vuelta a su enérgico, pero más enlatado, "Music of the Spheres" y presentar un inspirado disco en forma de reflexión sobre el poder del amor bien entendido, utilizando una música mucho más visceral y sentida como envoltorio. Mucho más serena y quizá trascendental. 

"Moon Music" se abre con música ambiental de la mano de Jon Hopkins junto a una orquesta dirigida por John Metcalfe, hasta que entra un piano en el que oímos incluso su pedal mecido por las cuerdas y un Chris Martin, tan contenido como conmovedor, que nos deja con esa pregunta en el aire: "if there's anyone out there?", junto a su siguiente afirmación en la que asegura que está cerca el final y necesita un amigo. ¿Demasiado básico o predecible? Podría ser, pero es la música, que evoca los momentos más inspirados al piano de la banda, la que manda ("Everglow", "Fly on" o "The Scientist" pueden venirnos a la cabeza). Ese piano final, hermanado también con "Coloratura", nos lleva hasta "feelslikeimfallinginlove", el que fuera el primer adelanto del álbum y que cerró los conciertos de su gira de este verano con su tono optimista (no hace falta recordar que es el amor como bandera el que dirige el álbum), tardando algo en arrancar en sus estrofas pero explotando en un estribillo que tiene mucho que ver con su época de "Mylo Xyloto" o incluso "Viva la Vida". Coldplay demuestran aquí que manejan a la perfección la emoción llena-estadios en una redonda canción pop donde escuchamos limpias las guitarras y la percusión electrónica desaparece. Hemos retrocedido casi quince años en lo que a la sonoridad de este grupo se refiere, y esa es una agradable sorpresa y para nada un paso atrás, más bien lo contrario. Algo que ya quisieron mostrar en "Everyday Life", con inspirados temas como "Orphans" o "Champion of the World", y que constata el manejo de la emoción en los temas directos del cuarteto inglés, que no debería preocuparse por la búsqueda de la novedad constante sino más bien apostar más a menudo por la esencia y el pop rock que les puso en el mercado. 

La más urbana "We Pray" consigue atraparnos (parte de la culpa la tienen de nuevo las cuerdas, esta vez arregladas por Davide Rossi, y ese intento de rapear por parte de Martin que no le sienta nada mal). Su estribillo es toda una plegaria para cantar al unísono decorada por las voces de Burna Boy y los coros de Elyanna y Tini, aunque la que más destaca es Little Simz, que se encarga de la segunda estrofa con gran solvencia. Tras su fuerza arrolladora llega "Jupiter", con un aroma mucho más cercano gracias a la acústica que lo conduce, con la voz de Chris Martin en primer plano. Una canción aparentemente simple que va creciendo con los coros de puente y estribillo (en los que participan Victoria Canal, H.E.R. o Jacob Collier, entre otros) y ese contrabajo que refuerza su carácter acústico. Las cuerdas vuelven a entrar en su segunda parte dando color a un tema con un aura mágica. Su coda nos lleva hasta la ochentera "Good feelings", con la colaboración de Ayra Starr y una sección rítmica exquisita. El bajo bien marcado de Guy Berryman y esos redobles de Will Champion nos entregan una muy mejorada versión de lo que quizá quisieron lograr con la más banal "My Universe". Aquí todo suena más compacto, con una producción de lujo en la que intervienen The Chainsmokers y que remarca una vez más los coros, tan importantes en el conjunto global del álbum. Unos coros que se vuelven juguetones y bailables bajo el riff de Jonny Buckland, que encaja perfectamente en ese espíritu de los ochenta. 

La canción del arcoiris, o deberíamos llamarla "Neon Forest / Alien Hits, Alien Radio / Angel's Song", es otro tema casi ambiental o de transición, pero se extiende a lo largo de varias partes (tantas como subtítulos) y tiene un sentido global, no como ocurría con las transiciones más nimias de su predecesor. La programación de Jon Hopkins destaca al principio para dar paso a una guitarra clásica sobre un colchón de distorsiones que nos lleva a otro pasaje dominado por el piano y la las voces en falsete de Martin y Champion mientras la banda suena contenida y frágil, dejando un pasaje casi instrumental de una belleza abrumadora. A continuación, una nueva melodía pop poderosa, aunque montada sobre piano y guitarra acústica, domina "iAAM", invitándonos a sentirnos únicos y renovados, y a sabernos capaces de escalar esa "montaña" con la fuerza necesaria. Escuchar además un solo de guitarra con esa fuerza, nuevamente de un inspirado Buckland, nos reconcilia plenamente con él (si es que alguna vez habíamos dudado de sus capacidades). 

"Aeterna" se torna discotequera. En algunos de sus conciertos de los dos últimos años ya la pudimos escuchar en su versión instrumental en la divertida parte del "Lightclub". Entonces nos pareció mucho más vacía, pero aquí llega a ser adictiva gracias al trabajo de Daniel Green en las programaciones y la producción adicional de BabeTruth. Cuenta además con un muy inspirado Berryman al bajo y un falsete de Martin mucho más interesante que el fallido experimento del puppet Angel Moon. Una nueva coda pone fin a la canción remitiendo al coro de "feelslikeimfallinginlove" pero esta vez de corte góspel africano, llegando hasta "All my love", que representa su típica balada al piano imbuida por el espíritu de los Beatles con una producción que podría haber firmado el mismísimo George Martin, con esas cuerdas en su explosión final y la guitarra rematando los fraseos. Un dardo directo al corazón. Una canción sencilla, pero pura y plenamente efectiva, con Chris llegando casi tan lejos en su interpretación como hiciera antes con el tema titular. 

Finalmente, "One World" se convierte en un experimento new age (con inspiración en el propio Brian Eno) que funciona como mantra comunitario para terminar la experiencia lunar. También consta de dos partes y, tras las voces de medio mundo unidas bajo la genialidad de su ingeniero Randy Merrill, comienza un verdadero pulso final con esa frase de cierre que es tan buenrollista como directa e infalible. Todo se resume en ese "in the end it's just love", pero cuando el envoltorio acompaña, como es el caso, encaja y no se siente impostado. Un cierre de disco casi tan impactante como el inicio, en una especie de bucle que da sentido al conjunto que casi podríamos decir que está a la altura de sus obras más inspiradas. 

Y para los que aún quieran más, Coldplay nos regalan una edición especial con diez temas extra llamada "Blue Moons", que más allá de tomas edit y un par extraídas en directo durante este verano ("All my love" concretamente del último concierto en Dublin donde se estrenó mundialmente), ofrecen hasta tres canciones que podrían haber formado parte del disco original por su gran calidad, especialmente "The Karate Kid", que podría haberla alumbrado un Elton John en su etapa más inspirada y que aporta el mejor registro de Chris Martin al piano de entre todas estas canciones. También aparece la ambiental "A wave" para cerrar los extras, la canción con la que despiden sus conciertos mientras aparecen los créditos de todos los implicados en la gira en las pantallas mientras se despiden Chris, Jonny, Guy y Will. Ya nos llamó la atención cuando la escuchamos de fondo bajo los aplausos, recompensándonos aquí con su presencia. 

Desde Tarifa, que fue su cuartel de operaciones para el grueso de la grabación a finales de julio del pasado verano, un buen número de productores han dado forma a estas canciones. De Daniel Green a Max Martin o Michael Ilbert, aunque todos comandados por Bill Rahko, que está presente en todas ellas. Rahko se ha salido de una línea puramente continuista con respecto al volumen I de este tándem que completa a "Music of the Spheres". Aquel álbum fue comandado por Max Martin, pero ahora se exploran más matices desde el carácter acústico y con mayor protagonismo de las cuerdas de esta música lunar, como queriendo sugerir que la luna invita a la confesión y al recogimiento, consiguiendo llegar a esos toques más intimistas con suma perfección. Puede que este disco sea más plano o menos variado que el anterior, pero en él se respira más coherencia y logra mejores resultados su intención temática.  

Definitivamente este segundo volumen de la música espacial de Coldplay es mucho más orgánico, cercano y creíble que el primero. Su mensaje universal del amor como centro de todo no nos cansa, nos conmueve y nos permite volver a creer. Y todo desde la mirada del yo con minúsculas. Porque donde siempre aparece el yo ("I" en inglés) en mayúsculas, como el centro de todo, Coldplay lo convierten en menor para engrandecer la comunidad, lo global. El yo se hace pequeño y crece el nosotros, y así todos los "I" del disco se convierten en "i", un inteligente detalle que hace más especial el sentimiento comunitario del amor que brota del disco. No hay un yo, hay un nosotros, porque al final todo debe de ser amor. Muy por encima de aquellos que se dedican a contar los "la la la's" que aparecen en el disco. Lo que importa en realidad son los sentimientos, los que inundan este álbum de principio a fin haciendo que nos acerquemos con nuestros propios dedos a tocar la magia de la luna. Con Coldplay es posible.