Por: Guillermo García Domingo.
Un fantasma recorre el panorama musical español. Es el fantasma de Biznaga. El espectro de la banda ahuyenta a aquellos que consideran que la música es una mera evasión y a los que de tanto esforzarse en ponerse límites y autocensurarse, se han vuelto “limitados”, como advierte Eskorbuto. Biznaga nunca ha evitado la confrontación dialéctica con la realidad. “¡Ahora!” es un manifiesto político urgente, sin dejar de ser un relato contemporáneo de la no existencia juvenil, dividido en once canciones. Aquel manifiesto, firmado por Marx y Engels, se caracterizaba tanto por su análisis lúcido del trabajo decimonónico como por la extraña poesía de sus palabras. Este disco recién publicado por Biznaga posee las mismas cualidades. En el funeral de Marx, Engels proclamó que aquel había descubierto algo decisivo: “el hecho, tan sencillo, pero oculto, hasta que llegó él, bajo la maleza ideológica, de que el ser humano necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.” Las condiciones materiales de nuestra vida definen nuestro destino, ahora como entonces. La mayor parte de los jóvenes españoles saben bien a lo que se refieren Marx y Biznaga.
La banda afincada en Madrid se ha liado a golpes con la realidad. Con la misma saña con que hicieron añicos la “Gran pantalla” (2020), cuyas canciones giraban en torno a un mismo asunto, el espejo negro de las “pequeñas pantallas” y su siniestra virtualidad. La llegada de “¡Ahora!” nos permite reevaluar su anterior obra, “Bremen no existe” (2022). Deberíamos haber presentido que la banda estaba dispuesta no solamente a desempeñar el papel de ser la voz más convincente de su propia generación, la de “los hijos perdidos de la globalización”, para los que “no queda pan, no quedan rosas” (como dice “Lorazepam y plataformas”), sino que también estaba preparada para elevar su apuesta sociopolítica. No hay jugador más temerario y peligroso que aquel al que no le importa ganar ni tampoco perder. Para los miembros de Biznaga, Jorge Navarro, responsable de las letras y del bajo, Álvaro García, al frente, con su voz y con la guitarra, Álvaro Torete, el más joven de todos, otro “camarada” guitarrista ganado para la causa, y Jorge Milky, sosteniendo con pulso firme las baquetas, todo parece resumirse en una cuestión de actitud.
La cruda realidad, la rueda de ratón en la que se encuentra atrapada la generación joven, somnolienta y cansada, mientras no se resuelva la antinomia de los sueldos bajos y las viviendas caras, solamente podía ser enunciada a través del punk. Es inútil perder el tiempo buscando la etiqueta que mejor se avenga a la propuesta de Biznaga, cuando lo que merece ser destacado es que propone una música “irreductible”, tal y como dijo Greil Marcus en “Rastros de carmín”, a propósito de esos discos publicados a finales de la década de los setenta y los primeros años de la década siguiente, “lo que sigue siendo irreductible de esta música es su deseo de cambiar el mundo”. El periodista musical incluye en esta categoría a “Anarchy in the UK”, el disco de Elvis Costello, “This Year´s Model”, la canción “Complete Control” de The Clash y “Unknown Pleasures” de Joy Division, entre otros.
“Habitar con dignidad” se ha convertido en un bien de lujo, y la juventud no puede pagarse el capricho de vivir por cuenta propia. En España hay 4 millones de personas que malviven acuciados por la pobreza extrema, ¿cuántos jóvenes (desempleados o con empleos precarios) habría que sumar a esa insoportable cifra si no fuera por la red familiar que les protege? No hay otra opción, solo queda gritar. No es que Biznaga haya enchufado los amplificadores a una central eléctrica, es la rabia, la que cualquiera siente al cerciorarse de que “no hay futuro”, el anti lema adoptado por Johnny Rotten y Sex Pistols. “No hay futuro…en el sueño (y el suelo) de España”. Sin embargo, el punk, con permiso de Gabriel Celaya, es un arma cargada de futuro. Los Biznaga han encontrado grietas en el muro invisible que se interpone entre la juventud y su derecho al futuro. Mediante los contundentes golpes de la batería y rompiendo un buen puñado de cuerdas de guitarra se han abierto sitio, acaudillando a su generación mientras convocan al “entusiasmo”, a hacer uso de la “imaginación política”, y a ocupar el “¡Ahora!”.
En cada uno de los temas, gritar es lo que nos pide el cuerpo, y dar alcance a la voz visceral de Álvaro, siempre y cuando no perdamos de vista lo que dicen las canciones, que en esta ocasión, son menos ambiguas, incluyen muchos coloquialismos y jerga juvenil bien traída, “bro”. Su retórica política es arrolladora, el talento de Jorge Martín economiza los versos, son cortos además de certeros, pues una canción no puede ser diletante, dispone de poco tiempo para convencer, y hay que apuntar bien el tiro. El mismo procedimiento le sirvió para decantar las ideas contenidas en los ensayos dedicados a la vida contemporánea de los filósofos Byung-Chul Han o Zygmunt Bauman en las canciones de “Gran pantalla”; y también para componer la oda noctívaga y suburbial, “La escuela nocturna”, la mejor expresión de “Bremen”. Cada canción está habitada por una fiera asilvestrada encerrada en un saco que aúlla sirviéndose de la voz animal de Álvaro García y que, de improviso, lanza sus zarpazos de poesía que rasgan, hieren la piel. Hay que estar alertar, si no quieres que te cojan desprevenido: “Es el mercado, bebé/ terror a fin de mes/ la vieja mano invisible, ahora con uñas de gel”, “el entusiasmo nos atraviesa con su cuchillo de primavera”, o el filo de “De la frustración se rompen cosas/Como espejos de caos frente a la calma/ Con la que les mira su animal”.
Ninguna canción es inocua. Todas y cada una de ellas son incisivas. Es estimulante escuchar un disco que no incluye ni una sola canción de “ascensor”. Pálidos temas de fondo, cada vez más frecuentes, que se oyen mientras uno realiza una tarea más importante.
La primera establece la hoja de ruta del disco: “Futuro sobre plano” alude al “malestar de las ciudades”, la expresión de Jorge Dioni. ¿Será esta la misma idea que tiene en mente Karen Else para la brillante portada hecha de ladrillo de barrio proletario? Está en entredicho el “derecho a la ciudad”. Las guitarras shoegaze se suben a esta canción y ya no se bajan del disco, pero a diferencia de otros grupos, los músicos tocan con la frente y el puño bien alto. “Imaginación política”, y su estribillo extraordinario, “¿Te imaginas que fuera posible vivir de otra manera?”, y “El entusiasmo”, funcionan gracias a un motor interno desbocado. En esta última, son capaces, incluso, de meter una marcha más en la fase final de la canción. ¿De dónde ha salido esa marcha extra? Es el cénit de la actitud de este grupo, y eso es mucho decir. Rock combativo de verdad que pondría en alerta a Joe Strummer.
“La gran renuncia”, también llamada la “gran dimisión”, en la medida de lo posible, hay que escucharla acompañada del videoclip realizado por Grey Trash. La alienación laboral es la causa de las consecuencias a las que se refieren las canciones que vienen a continuación. “Benzodiazepinas ”... “y mañana más”, contiene una obertura que va a dar que hablar, y lo que viene después no desmerece el inicio. “España tiene sueño” (como denuncia una reciente campaña) y España se “coloca” para poder trabajar y producir. El abuso de psicofármacos demuestra que respondemos individualmente ante problemas que deberíamos abordar de forma colectiva. En lugar de acudir al psiquiatra, ¿por qué no te afilias a un sindicato? “Espejos de caos” es una canción que desobedece la pauta del disco, la energía se encauza para contar un terrible drama cotidiano de desamor. Los problemas sociolaborales se filtran en el espacio íntimo corroyendo una relación. El trágico accidente laboral del rider que baja a toda velocidad, “el ruido de las gomas, el brillo de los radios”, por la calle General Ricardos es otra consecuencia indeseable del trabajo precario. La irrupción de Anxela Baltar (del dúo Bala) es el contrapunto que requería esta dura historia en forma de Réquiem.
“Las afinidades eléctricas” honra la camaradería del local de ensayo, “¿quién sabe qué puede pasar cuando os juntáis en el local?, ¿quién sabe qué puede pasar con tanta electricidad?” Biznaga ha llegado a la conclusión de que para activar la energía moral y política que pretende movilizar necesita aportar una energía musical equivalente. Tanto es así que varias canciones terminan abruptamente, como si no encontraran otro recurso que tirar del cable del suministro eléctrico. Es la única manera de detener el impulso que han tomado las canciones, que suben y suben en su tramo final, imprudentemente, a sabiendas de que no habrá forma de descender. Son canciones sin retorno. Sirve de ejemplo la irónica “Agenda 2030”, a la que las guitarras sacan lustre desde su persuasivo inicio: “Cuanto peor es la realidad, mejor son los videojuegos, ¡a jugar!…” “Lorazepam y plataformas” evoca los sucedáneos químicos y virtuales que secuestran la atención de la población juvenil, la coda final de la canción seguro que será coreada próximamente en las ciudades de nuestro territorio en las que va a hacer parada el rock incendiario de Biznaga.
El disco se abre con un grito perentorio, “¡Ahora!”. El círculo se cierra con la invitación a “Okupar el ahora”, el presente. Las reglas de la oratoria se establecieron hace más de dos mil años en el mundo grecolatino. Un discurso político que se precie nunca debe languidecer al final, y tiene que concluir con una llamada a la acción, a realizar algo inaplazable.
Los componentes de Biznaga han volcado una pasión desmesurada en estas canciones de “amor y acción directa” y han abrasado el aire que hace posible la transmisión del sonido. Como proclaman en el último corte, “bastará un chispazo para arder”. Debido a esto, el único reproche que se le puede hacer a este trabajo es que la cooperativa discográfica Montgrí no haya estampado en la cubierta de los discos una pegatina que advierta de que dentro hay un material altamente inflamable. Por si acaso, cuando pinchéis estas canciones inflamables e irreductibles tened a mano un extintor.