Toño Martín: “Muerde la Bala”


Por: Javier González.

Hay aromas, sabores y voces que nos devuelven a un pasado indeterminado del que somos protagonistas y al que de pronto asistimos como meros espectadores. En dichas escenas, aparecemos más jóvenes, disfrutando de momentos seminales que forjaron nuestra personalidad, hasta el punto de marcar el desarrollo de nuestras vidas, legando una impronta de lo más duradera, capaz de acompañarnos fielmente, como si de una sombra silenciosa se tratase, a lo largo de décadas hasta el inevitable final del trayecto. 

Algo así sentí durante la escucha de “Muerde la Bala”, el disco que muestra las maquetas que dejara “inacabadas” el bueno de Toño Martín, recuperadas ahora gracias a la labor de su hija, Penélope Martín, y editadas por Subterfuge, toda vez que el vocalista que dio sentido a la forma más chuleta de cantar rock a la madrileña dejara Burning; asqueado de la farándula decidió asentarse primero en Bilbao y posteriormente en Briviesca, ya en compañía de su familia, mediada la década de los ochenta, varios años antes de fallecer el 9 de mayo de 1991, dejando para los restos la forma de atacar los fraseos más autentica de nuestra música, un hito que nadie ha conseguido igualar en el rock and roll español aún hoy en día. 

A este “Muerde la Bala” se le podrían poner muchos peros, desde el aspecto técnico, dado que, como ya se ha comentado, estamos ante un conjunto de maquetas elevadas a disco, por lo que es evidente que el sonido del mismo adolece de la limpieza y calidad que se presupone a un material que ve la luz en el tecnológico siglo XXI; de la misma forma, cabe señalar que lo que encontraremos en su mayoría son temas de sobra conocidos, puesto que a cuentagotas han ido apareciendo en la discografía de Burning en trabajos que fueron editados tras la partida de Toño, durante el período en que Pepe Risi y Johnny Cifuentes quedaron al frente de la banda, empeñada en sobrevivir pese a las progresivas deserciones sufridas en su seno que arrancaron con el adiós del mítico bajista e ideólogo del proyecto, Enrique Pérez, más conocido como Quique Lanstrung, por disputas a la hora de escoger mánager, finalmente los hechos dieron la razón a éste último, dejando patente que las dudas sobre  la moralidad de ciertos personajes externos estaban más que justificadas. 

Pero volvamos a la senda de estas canciones, a las que por suerte dicha falta de perfección no las convierte en un problema, al menos para aquellos que ajenos a la mercadotecnia creemos que la música no es un producto, ni un bien de consumo, sino un ente cultural vivo que apela a la emoción. Y precisamente dicha emoción es la culpable de que nuestra piel se siga erizando al escuchar la voz de Toño, casi como aquella primera vez, a mitad de camino entre la infancia y la adolescencia, en que su acento cheli arañó nuestro corazón, interpelándonos al oído su rock bronca con pinceladas de amor para no soltarnos la mano jamás. 

Vuelve Toño, nos mira a los ojos desde la portada, congelando el tiempo, como si nunca se hubiera ido, buscando nuestra atención. Ahí está, con su inequívoco aire de chuleta legal. Del tipo de canalla que no se pasaba de listo, el que te caía bien. Y al abrir la boca su voz suena aterciopelada y franca; sincera, barrial y sin impostación. Toño sigue sonando directo y rockero. Convincente y coherente, como siempre. 

No engaña cuando arranca con “Nací Perdedor”, un corte de aromas rock con vientos y cadencia glam en el que habla casi en primera persona, sugerente y peligroso, sucio y elegante, un tema que llegó a presentar en vivo con Burning; algo similar ocurre con el aire evocador de “Todos tus Trucos”, mostrando una sensibilidad que se clava por dentro; “Demasiado orgulloso para pedir Perdón”, editada por su banda madre como “No Pares de Gritar” en el álbum “Hazme Gritar”, Stoniana y autobiográfica, tras escucharla en repetidas ocasiones podría afirmarse que fue el germen de otra canción inédita del tándem Martín/Risi, “Quiero Acariciar el Rock and Roll”, finalmente grabada por Loquillo y Trogloditas para su álbum “Cuero Español”, en cuya reedición podemos oír una maqueta estremecedora cantada por Pepe.

El tiempo se para al oír el riff de entrada de “Fría de un pálido Azul”, se trata de la misma canción que su amigo del alma, llamó “Una Noche Sin Ti”, preciosa melodía y una bonita historia de amor, capaz de engrandecerse cuando uno observa las diferencias entre la pura emoción de Toño al interpretar y a la vez recuerda “al Risi”, menos técnico, más visceral, empapando de elegancia rockera el fraseo, regalando en ambas un punteo antológico del rock nacional; acelerando y mostrando garra en “De Nada te sirve Esperar” y en ese rock and roll de aromas clásicos llamado “No Tengo Nada”, quizás emparentando con tema histórico, “Y No lo Sabrás”.

Encara la recta final con la oscuridad de “Ángel Caído”, hablando de callejones de dudosa moralidad donde se esconden los secretos, hermanada con “Cristina”, incluida en el álbum “Noches de Rock and Roll” de Burning; “Mala Chica/Chica de Mala Reputación”, una letra enérgica y canalla, quizás deberíamos entenderla como una primerísima versión del “Jim Dinamita”, y cerrando con la premonitoria “Cenizas de Rock&Roll”, muy similar en temática a “Corazón Solitario”, aunque con frases memorables como “la gente tiene miedo a salir de noche/ se queda en casa viendo televisión”, anticipando una realidad con la que nos hemos ido topando a lo largo de los años para nuestra desgracia, que sirve como colofón a un disco muy disfrutable. 

No podemos valorar “Muerde la Bala” bajo los parámetros de un trabajo al uso por dos cuestiones principales. La primera porque llevamos a Toño Martín tan dentro de nuestro corazón y cabeza, nos ha marcado tanto, que estamos incapacitados para hacerlo. Y lo segundo, porque esto no es un álbum más sino que es un acto de justicia poética necesario para nuestro rock. Legar para los restos y poner al alcance de cualquiera el material que el vocalista de La Elipa dejó, hubiera sido cuestión de estado para un país medianamente preocupado por su música pop, algo que jamás entendería nuestro ministro de cultura, más preocupado por resaltar en sus redes los conciertos de cantantes prefabricados que por el verdadero legado surgido en los barrios periféricos de Madrid en los oscuros tiempos de la dictadura, cuando algunos osados valientes se dedicaban a coger sus guitarras, travestirse de mujeres con harapos remendados y emular las vivencias y estribillos llenos de tensión a los que hacían referencias Lou Reed, Rolling Stones y New York Dolls, sin temor a incumplir la ley de vagos y maleantes ni a verse convertidos en agentes de la social peligrosidad a la que hacían referencia Cucharada.

Vaya por delante que no recomendaré este trabajo si uno es un sibarita del sonido, a nivel personal no creo que la escasa calidad técnica ni el hecho de que el material sea reconocible reste un ápice de interés a “Muerde la Bala”, puesto que su valor arqueológico pesa infinitamente más que dichas consideraciones. Además, escuchar la voz de Toño de nuevo, lanzando versos “frescos”, repletos de calidez y cercanía sigue tocando el corazón, demostrando que los más grandes jamás se van, pues la suya es una estrella cuya luz permanece intacta. 

El kilómetro cero del rock madrileño con sello chuleta tiene su epicentro en La Elipa y gran parte de la culpa es de Toño, muchos, que jamás le escuchamos cantar en vida, tenemos presentes su estilo y enseñanzas casi a diario, por ello acudir a estas canciones no será nunca algo gratuito y vacío, sino un símbolo de profundo agradecimiento para un tipo culto, sencillo y sensible que al ponerse bajo los focos se convertía en una de nuestras más grandes figuras. Que nadie jamás lo olvide y por supuesto, que nadie jamás le olvide.