Texto y fotografías: Guillermo García Domingo
Un poco más tarde de las 9 de la noche se subió al escenario de La RIviera el apuesto cantautor sueco Kristian Matsson. Había pasado mucho tiempo desde la última vez, como él mismo reconoció después del saludo inicial. La sala no estaba llena, aunque había una buena entrada. Iba vestido de negro salvo por unos calcetines blancos, propios de bailarín de swing, calzados en unos zapatos de color granate, pero lo más sorprendente es que detrás de él no apareció nadie más. Salió a la tarima solo. Este hecho definió (para bien) el destino posterior del concierto. Y no es porque no pueda o no quiera arroparse de músicos, en Países Bajos realizó varios conciertos acompañado por la orquesta de cuerda Amsterdam Sinfonietta.
Detrás de él había una tela pintada en la que aparecía una golondrina enorme sobre un campo sembrado de girasoles. ¡Hay tantos pájaros invitados que entran y salen de las canciones de este genio! No hay modo de contarlos, aunque para esta ocasión él mismo se disfrazó de golondrina y desplegó el vuelo y el dinamismo de estas aves a lo largo del show. Al lado de la golondrina dibujada aparecía una ventana a través de la cual podíamos ver el carguero cuya fotografía está en la portada del disco que ha publicado en primavera “Henry St.” en el que el músico ha vuelto por sus fueros.
A este disco reciente pertenecen la mayor parte de las canciones que interpretó después de abordar “Moonshiner”, una antigua canción folk, mil veces versionada, y “King of Spain”, obligado a ello por estar donde estaba. No faltaron ni “Every Little Heart”, ni “Looking For Love”, “Foothills”, ni “Major League”, para la que requirió la presencia de un banjo muy bello. Antes de proceder a interpretarla nos confesó cómo se quedó prendado de este instrumento en su infancia con la ayuda de una emocionante y divertida historia personal. Hay que ver la capacidad comunicativa que tiene este hombre que realmente se hace alto, enorme, no sé si el más grande como denota su nombre artístico, sobre las tablas.
El espectáculo también sirvió para mostrar su repertorio de guitarras. Ninguna de ellas tiene secretos para él. No obstante, lo más sorprendente, aparte de los acordes que obtiene de ellas, es que en una misma canción ejerce al mismo tiempo como varios guitarristas, alternando técnicas diversas. Solamente dejó las guitarras para tocar al piano “Henry St.”, sobre su segunda vida estadounidense, y el último bis, “The Dreamer” (hubiera preferido la versión más bluesera). Ambas excepciones hicieron posible que apreciáramos todavía más el poder de su voz. Kristian es un grandísimo vocalista, lo que da a entender que hay una evolución muy positiva en su carrera musical desde su etapa más descarnadamente folk, en contra de aquellos que defienden de manera irritante que “cualquier tiempo pasado siempre fue mejor”.
En definitiva, el concierto fue una velada folk, lejos de donde nos encontrábamos realmente, en el “countryside” sueco o norteamericano, da lo mismo, alrededor del fuego que este “rambler”, un buscavidas encantador, encendió en Madrid, mientras corría de mano en mano el licor embriagador al que alude “Moonshiner”. El fuego tardó mucho en apagarse, a cada uno de los asistentes nos costó conciliar el sueño después de semejante encuentro en la noche.