Páginas

The Tallest Man on Earth: Licor del bueno y folk alrededor del fuego


Sala La Riviera, Madrid. Jueves, 5 de septiembre del 2024.

Texto y fotografías: Guillermo García Domingo

Un poco más tarde de las 9 de la noche se subió al escenario de La RIviera el apuesto cantautor sueco Kristian Matsson. Había pasado mucho tiempo desde la última vez, como él mismo reconoció después del saludo inicial. La sala no estaba llena, aunque había una buena entrada. Iba vestido de negro salvo por unos calcetines blancos, propios de bailarín de swing, calzados en unos zapatos de color granate, pero lo más sorprendente es que detrás de él no apareció nadie más. Salió a la tarima solo. Este hecho definió (para bien) el destino posterior del concierto. Y no es porque no pueda o no quiera arroparse de músicos, en Países Bajos realizó varios conciertos acompañado por la orquesta de cuerda Amsterdam Sinfonietta. 

Detrás de él había una tela pintada en la que aparecía una golondrina enorme sobre un campo sembrado de girasoles. ¡Hay tantos pájaros invitados que entran y salen de las canciones de este genio! No hay modo de contarlos, aunque para esta ocasión él mismo se disfrazó de golondrina y desplegó el vuelo y el dinamismo de estas aves a lo largo del show. Al lado de la golondrina dibujada aparecía una ventana a través de la cual podíamos ver el carguero cuya fotografía está en la portada del disco que ha publicado en primavera “Henry St.” en el que el músico ha vuelto por sus fueros. 

A este disco reciente pertenecen la mayor parte de las canciones que interpretó después de abordar “Moonshiner”, una antigua canción folk, mil veces versionada, y “King of Spain”, obligado a ello por estar donde estaba. No faltaron ni “Every Little Heart”, ni “Looking For Love”, “Foothills”, ni “Major League”, para la que requirió la presencia de un banjo muy bello. Antes de proceder a interpretarla nos confesó cómo se quedó prendado de este instrumento en su infancia con la ayuda de una emocionante y divertida historia personal. Hay que ver la capacidad comunicativa que tiene este hombre que realmente se hace alto, enorme, no sé si el más grande como denota su nombre artístico, sobre las tablas. 

Cuando había transcurrido muy poco del concierto mi acompañante, Juan Cordero, que fue quien hace unos cuantos años, me prestó los compactos de los primeros discos de The Tallest Man on Earth y exigió que los escuchara sin dilación, hizo un comentario verdaderamente revelador acerca de la actitud opuesta de este artista respecto al hieratismo de Bob Dylan. Al comienzo de la trayectoria de The Tallest Man on Earth se juzgó, por el carácter de su guitarra y de su voz, que era una figura evocadora del bardo norteamericano. Mientras Dylan no deja de ocultarse en sus comparecencias en directo, últimamente, ni siquiera quiere que los focos se fijen en él, y se mantiene en la sombra, The Tallest, al contrario que aquel, se comporta como una genuina bestia escénica. Arriba era capaz de todo, hasta de llamar la atención del público para que nos mantuviéramos “superquiet”, aunque que no se había colado ningún despistado, todos sabíamos a lo que veníamos. El cantante está dotado para echar el lazo sobre el público y mantenerlo de su parte, emocionalmente atado a lo ocurre en el escenario. En lo que sí que se parece a Dylan es en su capacidad para modificar el aspecto de las canciones en directo, fuimos testigos de ello cuando abordó las que se han ganado, con razón, el favor del público. Ya fuera, por orden de aparición, “Thrown Right at Me”, “Where Do My Bluebird Fly”, “Burden of Tomorrow”, “Rivers”, “I Won´t Be Found”, “The Gardener”, o la penúltima del concierto: 1904, que dio lugar a uno de los episodios más hermosos del concierto, cuando el cantante se tomó un tiempo para empezar este extraordinario tema, lo que aprovechó uno de los asistentes para proclamar en alto los primeros versos de la canción.

El espectáculo también sirvió para mostrar su repertorio de guitarras. Ninguna de ellas tiene secretos para él. No obstante, lo más sorprendente, aparte de los acordes que obtiene de ellas, es que en una misma canción ejerce al mismo tiempo como varios guitarristas, alternando técnicas diversas. Solamente dejó las guitarras para tocar al piano “Henry St.”, sobre su segunda vida estadounidense, y el último bis, “The Dreamer” (hubiera preferido la versión más bluesera). Ambas excepciones hicieron posible que apreciáramos todavía más el poder de su voz. Kristian es un grandísimo vocalista, lo que da a entender que hay una evolución muy positiva en su carrera musical desde su etapa más descarnadamente folk, en contra de aquellos que defienden de manera irritante que “cualquier tiempo pasado siempre fue mejor”. 

En definitiva, el concierto fue una velada folk, lejos de donde nos encontrábamos realmente, en el “countryside” sueco o norteamericano, da lo mismo, alrededor del fuego que este “rambler”, un buscavidas encantador, encendió en Madrid, mientras corría de mano en mano el licor embriagador al que alude “Moonshiner”. El fuego tardó mucho en apagarse, a cada uno de los asistentes nos costó conciliar el sueño después de semejante encuentro en la noche.