¿No habéis tenido a veces la tentación de hacer algo fuera de lugar, imprevisto o excéntrico a plena luz del día, que a buen seguro provocará la incomprensión de los demás? Pues a mí me ocurrió ayer. Después de que “Romance”, el nuevo LP de Fontaines D.C., decidiera quedarse a residir en mi mente sin pedirme permiso, salí a no sé dónde con mi mujer, me crucé con un joven que llevaba unos auriculares de un tamaño considerable y tuve que refrenarme para no arrancarle los auriculares, hurgar en su mochila, coger su móvil y decirle irritado: “¡Deja ya de escuchar esas “mierdas” y ponte de una vez a escuchar “Romance”! ¿A qué esperas?” En lugar de hacer algo así, afortunadamente, decidí realizar algo mucho más gentil, que, además, contribuirá a mejorar el bienestar espiritual de los lectores de nuestra revista: escribir este artículo.
Escuchar de madrugada los temas de “Romance” (2024) es asomarse a los acantilados vertiginosos de Moher. Desde el promontorio de “Romance” el mar, oscuro y salvaje, amenaza con engullirte. Las olas rompen contra las canciones de Fontaines DC. Este disco majestuoso te eleva por encima de los 200 metros, los que alcanzan estos farallones situados en la costa occidental y atlántica de Irlanda, el país al que pertenecen los componentes de esta banda de Dublín (Grian Chatten (voz), Carlos O'Connell (guitarra), Conor Curley (guitarra), Conor Deegan III (bajo) y Tom Coll (batería)).
En un período de siete años han presentado 4 discos poderosos, esculpidos en la roca. A ningún otro grupo en la actualidad le salen esas cuentas. Estos chavales van en serio y se les caen las canciones de los bolsillos de sus pantalones anchos. En su adolescencia, período de exploración por antonomasia, descubrieron que en su isla germina la música y la literatura con la misma naturalidad con que lo hace el manto de hierba que cubre su tierra. Las mismas inquietudes poéticas y musicales les guiaron a la cueva de los “poetas muertos”. Padres, madres, ¡profesores!, como ya he advertido en artículos previos de El Giradiscos, no subestimemos a los estudiantes artísticos, tal vez antes de lo que esperamos compongan un pequeño milagro como “Jackie Down The Line” o “Favourite”, de la que hablaremos más adelante.
Dos años después han vuelto a encontrar la senda que lleva al manantial del que brotan las canciones que dejan huella, algo que resulta complicado después de un álbum como “Skinty Fia”, que incluía temas monumentales, a saber, “Jackie Down The Line” y “Bloomsday”, o “Roman Holiday”. Antes maldecían en gaélico, y “chuleaban” con razón y gallardía de su origen irlandés, en cambio, ahora, gracias a los viajes y residencias a lo largo del ancho mundo, de L.A. a París, y al buen criterio de James Ford, es seguro que van a retumbar fuera de su querida isla. Este productor ha abierto las ventanas del estudio, de modo que el aire y la luz han beneficiado a las composiciones de este álbum, evitando la siempre temida repetición y el obstinado encasillamiento. El anterior proyecto era un torrente de palabras del que no había escapatoria, embravecido por unas guitarras rasgadas por el brazo del dios Thor. Esta vez, por el contrario, la voz de Chatten ha dado un paso adelante, asumiendo un rol libre de inhibiciones que determina el destino de buena parte de las canciones. Puede comprobarse en “Here´s The Thing”, “Desire” o “Death Kink”.
Las que no cambian son las rimas sorprendentes del propio Grian Chatten, poniendo de manifiesto que pertenece a la mejor estirpe poética de Irlanda, esos jóvenes que veían a sus “viejos” cavar la tierra helada desde la ventana, tal y como dice el poema “Cavando” (1966) de Seamus Heaney, pero como “yo no tengo pala para imitar a hombres como ellos/ Entre índice y pulgar la gruesa pluma reposa/ Yo cavaré con ella”. Gracias a esta pluma, el cantante cava hasta lo más profundo de nuestras cabezas, deposita las semillas y las canciones de Fontaines en nuestro cerebro. Los coros de sus compañeros no se resignan a actuar de comparsas. En “In The Modern World”, a modo de ejemplo, conversan con la voz solista, incluso se atreven a apoderarse del control de las canciones, si no te lo crees, escucha “Motorcycle Boy”. Este corte va reclutando instrumentos, como si se tratara de un desfile, hasta que comparece el redoble de tambor de la batería de Tom Coll, que, salvando las distancias, recuerda al redoble de “Sunday Bloody Sunday”, de aquellos primeros U2, con los que estos jóvenes talentos tienen similitudes, como ya ha apuntado Skar P.D, redactor de El Giradiscos.
Los aldabonazos del primer tema, “Romance”, recuerdan la fuerza violenta de las olas. Su intención, nadie lo duda, es echar abajo las puertas de nuestros oídos. Uno de los miembros de la banda lo comparó con los primeros movimientos decisivos en una partida de ajedrez. Este es el “gambito” de apertura de Fontaines. Una inquietud genérica, cuya causa es posible identificar con la angustia contemporánea ante el futuro incierto, se posa sobre todas y cada una de las canciones. La partida sigue por los mismo derroteros, al igual que en aquel célebre enfrentamiento agónico de la película de “El séptimo sello”, en los singles de adelanto de “Starbuster” y “Here´s The Thing”. Son canciones gemelas, una toma aire, y la siguiente lo expulsa. En la primera, Chatten demuestra que rapea como un diablo, y que, además, no rapea cualquier cosa inane, siguiendo el ejemplo de Kae Tempest.
En “Desire” y “Bug” pueden rastrearse ecos de Suede, mientras que “The Horseness Is The Whatness” (la letra es de Carlos O´Connell, a partir de una cita del “Ulises” de Joyce), o “In The Modern World” recuerdan a The Verve. Sus arreglos orquestales nos conducen a pensar así. No hay mejores cartas de recomendación. Es notorio que estos veinteañeros no solo han leído muchas páginas, sino que también han quemado muchos discos. Esta canción reúne todas las características de una perfecta pieza musical breve, y algo todavía más importante, ese algo indefinible que la convertirá en inolvidable. Los que ya disponen de la entrada para presenciar el directo en el Wizink Center están deseando escucharla en vivo. “Sundowner” no es una canción, es una experiencia. Y un monstruo submarino. Es lo más parecido a estar en el interior del Nautilus a muchos metros de profundidad en el océano que rodea la isla irlandesa y escuchar la voz doliente de una ballena perdida.
Ninguna de las canciones comienza de un modo anodino. Los primeros compases auguran que algo fascinante va a ocurrir, te ponen en alerta. La última canción, “Favourite” no es una excepción. El “pie” que lanza como un anzuelo el vocalista, “Did you know?”, probablemente se convertirá en la contraseña de la secta de sus seguidores. Es una canción de basalto. Muchas formaciones rocosas de Irlanda están hechas de basalto. Es un cristal que se conforma cuando la lava se enfría con mucha rapidez. A los pocos segundos de salir del estudio “Favourite” se erigió en un clásico instantáneo de la música irlandesa.
Esta banda está formada por jóvenes de una generación a la que le resulta poco menos que imposible comprender el papel que van a desempeñar en la sociedad contemporánea en un futuro indescifrable. Sin embargo, su trayectoria, y en particular, este disco, ponen de manifiesto que, incluso con los ojos vendados, hay jóvenes dispuestos a buscar y hallar la belleza escondida que habita en el mundo y expresarla a través de la música. No será sencillo sustraerse al influjo de este disco, ni tampoco hace falta intentarlo. Nunca una derrota ha sido tan dulce, rindo mi rey, me rindo ante el jaque definitivo de Fontaines D.C.