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Bunbury: “Radical Sonora”

Por: Javier González.

La reedición por parte de Warner semanas atrás de “Radical Sonora”, el debut en solitario de Enrique Bunbury tras la separación de Héroes del Silencio, supone una excelente oportunidad para dedicar unas líneas a un trabajo que en su momento fue recibido con frialdad y escepticismo tanto a nivel de crítica como por una parte de la siempre particular facción de seguidores de la banda aragonesa, dolidos por aquel entonces por el final de su historia, pero que visto con la perspectiva que proporciona el tiempo se antoja como un trabajo fundamental en la carrera solista del maño, pues permitió a su autor romper con viejos moldes y clichés, para acabar por firmar un álbum de búsqueda y experimentación, culpable de hallazgos que en un futuro no demasiado lejano comenzarían a tornarse en aciertos que asentarían una consistente carrera que ya abarca más de 25 años de duración defendiendo su propio nombre. 

Sabedor que el final de Héroes era un hecho, Enrique comenzó a trabajar en nuevo material con discreción a lo largo de 1996, llegando a maquetar canciones en algunos países de Latinoamérica (Puerto Rico y Guatemala), unas composiciones que tendrían un nuevo rumbo, totalmente distinto a lo que hasta entonces asociábamos a su música; sonoridades imbuidas de electrónica, tan en boga durante aquella década, donde las guitarras serían un complemento más -se dice que antes del final de Héroes hubo una reunión con Joaquín Cardiel, Pedro Andreu y Juan Valdivia, en la que Bunbury anunció que en un hipotético nuevo trabajo de la banda no habría guitarras, con el consiguiente cabreó de Valdivia quien abandonó la misma sin dar opción a terminar la conversación- y en las que la música tradicional árabe tendría cabida en un puzle novedoso, arriesgado y que habría de ser cocinado con sumo cuidado. 

Para llevar a cabo la grabación decidió rodearse de un productor cercano como Phil Manzanera, un amigo, casi un padrino, quien ya había trabajado con él en las producciones de “Senderos de Traición” y “El Espíritu del Vino”, cuyo perfil experimental a lo largo de toda su andadura profesional invitaba a caminar sobre seguro; no sería la única cara conocida en esta nueva etapa, pues de las guitarras se haría cargo Alan Boguslavsky, segundo guitarra de Héroes, completando el grupo de confianza con el círculo zaragozano, Copi Corellano, viejo camarada encargado de los teclados, y Ramón Gacias, ex-batería de Días de Vino y Rosas, mientras que la nota exótica la pondría Del Morán, músico norteamericano nacido en Ohio, que en aquella época ejercía como profesor de guitarra y acudió encantado a la llamada a filas. 

El disco fue grabado y mezclado entre marzo y junio del año 1997 en los Gallery studios, ubicados en Surrey, Inglaterra, en una maravillosa mansión catalogada como joya arquitectónica, siendo masterizado en los Metropoli studios de Londres, dando como resultado una colección de canciones irregular, donde se alternaban buenas composiciones, muchas de las cuales han acompañado a Enrique hasta en sus giras más recientes, junto a cortes menores, todo ello lastrado por una producción que no estuvo exenta de cierto malditismo, pocas semanas antes de tener que entregar el master definitivo algunos arreglos casi definitivos desaparecieron, por lo que hubo que improvisar nuevas mezclas, las cuales no ayudaron a mejorar el resultado final de la obra. 

La apertura a ritmo de samplers, sintetizadores y programaciones con “Big-Bang” anuncia parte de lo que vamos a encontrar, con la sombra electrónica de referentes como Prodigy y U2 en su trilogía noventera. Bunbury invita a “derrumbar muros”, “romper barreras” y “cortar ataduras”, la posterior mirada atrás, a su adolescencia en Zaragoza, en “Negativo”, dos composiciones en las que nos habla casi en primera persona con más nitidez y decisión que nunca las cuales dan paso a la sexualidad down tempo de “Encadenados” y “Contracorriente”, donde las guitarras cobran protagonismo antes de que los aires arábigos se abran paso en un alegato que interpela a oponerse a la norma; más tarde llega “Planeta Sur”, una canto a favor de aquella parte del hemisferio, y la gran canción de este trabajo, “Alicia” (Expulsada al País de las Maravillas), inspirada líricamente en el relato de Lewis Carroll, musicalmente deudora del David Bowie de “Rock and Roll Suicide”, como curiosidad diremos que llegó a ser número dos de los 40 Principales, cuya cúspide sí ocupó “Salomé”, tomando su nombre de la figura bíblica culpable de que rodara la cabeza de San Juan Bautista, en otro tema en el que la electrónica se mezcla con los violines de raíz árabe.

La recta final nos acerca a la crudeza de “Servidor de Nadie”, arrebato contra los tabúes que imponen los mediocres, en una composición excesivamente cañera y sin matices donde se bordea el rock industrial, los humos del hachís son palpables en “Despacio”, levantando el vuelo en otro canto a favor del dulce sabor del elixir del Magreb en la más acertada “Polen” y con la prosaica y amorosa “Nueve”, dedicada a su por entones pareja, Nona Rubio, con aquella fenomenal frase que decía: “Oro es su piel, Nueve es su nombre/ Y pongo a sus pies mis venas, para que mi sangre sirva de limosna”, cerrando con la críptica, casi psicodélica, “Alfa”, donde parece aludir de nuevo a la época en que se fraguó la separación de Héroes

El disco tuvo una acogida tibia, pese a que las cifras de ventas cercanas a las 100.000 copias fueron más que respetables, pero el propio Enrique en entrevistas posteriores achacaba las ventas a poco menos que ser “el nuevo álbum del cantante de Héroes”. Unas sensaciones que se vieron agravadas en las primeras fechas de la gira donde el artista tuvo que enfrentarse a la facción más talibán de fans de Héroes del Silencio, quienes boicoteaban las actuaciones, teniendo que tomar la determinación de retirar canciones de su banda madre del repertorio, algo que con el correr de la gira se solucionó. 

Sin embargo, la sensación que flotaba en el ambiente era la de que Enrique no quedó contento, ni con resultado final del álbum ni con la propia gira, tal y como demostró el golpe de timón que posibilitó la grabación de “Pequeño”, el trabajo con el que se jugó todo a una carta, con el que muchos le tildaron de loco, pero que verdaderamente comenzó a consolidar una carrera solista longeva y exitosa. 

Visto con la perspectiva que da el tiempo, “Radical Sonora”, de preciosa y llamativa portada -obra de Álvaro Villarrubia, engrandecida ahora con su publicación en vinilo, todo sea dicho- es una colección de canciones valiente y arriesgada, relativamente fallida y errática por momentos, pero que debe ser entendida como un grito liberador. Un trabajo de tránsito, con trazos interesantes, explotados y sublimados poco más tarde, inaugurando una forma de trabajar presente todavía hoy en día en la carrera de Enrique Bunbury, donde abundan discos que inician un viaje junto a otros con destinos más redondeados. Un primer paso en el que el maño le canta a la rebelión y a la búsqueda de nuevos caminos, resultando totalmente congruente con lo que ha sido su propuesta durante todos estos años, donde nunca se acomodó, consiguiendo que su figura siga siendo a día de hoy la más señera de nuestro rock, le pese a quien le pese.