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Enrique Bunbury, profeta en su tierra: luces y sombras de su despedida en la Romareda


Estadio de la Romareda, Zaragoza Sábado, 6 de julio de 2024

Texto y fotografías: Javier Capapé.

Una de las mejores cosas de un concierto es la capacidad de sorprendernos, de dejarnos con la boca abierta. En días de redes y advertencias continuas de lo que te vas a encontrar en este tipo de eventos es difícil sorprenderse, por eso mismo intento estar alejado de esas informaciones aunque sea casi imposible y en ocasiones me pueda la curiosidad. Confieso que con Bunbury había seguido algo lo que habían dado de sí estos conciertos únicos, pero esperaba que verlo en mi casa, que es también la suya, haría de este cierre de gira tan especial, y de la última velada en el estadio de la Romareda antes de su demolición, algo diferente, con ciertas concesiones a la galería. No pedía una colaboración estelar, que para eso Bunbury es algo reticente, pero sí un cambio en algunas partes del repertorio, una mayor rienda suelta a los soliloquios con su audiencia... en definitiva, un valor añadido que hiciera de su concierto en Zaragoza un verdadero "Show único", pero lamentablemente no fue así. El guion no viró en ningún momento y sus seguidores congregados en la capital aragonesa no podremos presumir de un factor diferenciador de este show con respecto a los que ya ha paseado por Foro Sol en México, Madison Square Garden en New York o Wizink center en Madrid. Este era su plan y así lo ofreció. Perfectamente estudiado, medido y ejecutado. Sin fisuras, pero sin sorpresas.  

Todo esto no quita para que el espectáculo en la Romareda fuera de los mejores vistos en ese estadio. Con una cuidada iluminación, una perfecta sonorización donde hasta el más exigente podía detenerse en los detalles y un repertorio magnífico. Enrique Bunbury supo reivindicar su cancionero más reciente, ya que la mitad del repertorio se basó en sus cuatro últimos discos y no se ciñó estrictamente a los clásicos, algo muy a destacar en un músico que podría ofrecer un concierto enteramente basado en sus mayores éxitos, que de eso está bien nutrido, y dejarse de ciertos riesgos. Pero él nunca ha concebido así el espectáculo, siempre ha primado el espacio que merecía su obra más reciente y el del pasado sábado no era precisamente un concierto de aniversario o un mero repaso a sus grandes éxitos. Éste era un concierto para presentar "Greta Garbo" y de paso detenerse también en los discos a los que pretendía dar protagonismo en su anterior gira truncada. Junto a estos, uno de sus más recientes y mejores álbumes de su carrera no se podía quedar atrás. "Expectativas" tuvo el mismo espacio en el setlist que su última criatura, pero es que el disco lo merece y, además, su acercamiento estilístico actual a éste es algo evidente, lo que hace que emparentar sus últimas canciones con las lanzadas en 2017 case como anillo al dedo. 

Evidentemente no podían faltar los clásicos más esperados donde el público gritó enfervorecido. Desde "El rescate", que sonó muy al principio para bajar algo el pulso tras un acelerado comienzo con la instantánea "Nuestros mundos no obedecen a tus mapas", la agresiva "Cuna de Caín", la mesiánica "Despierta" y la compulsiva "Hombre de acción", hasta "Que tengas suertecita" o "El extranjero", que engrosaron la parte central del concierto. "Invulnerables" se acogió como un verdadero hito en la carrera del aragonés a pesar de su escaso recorrido, pero es que la canción y su gran poder adictivo bien lo merecen. Algo similar ocurrió con "Desaparecer", que bajó el tono hacia el intimismo consiguiendo estremecer a más de treinta mil personas a la vez, aunque para esto la que se llevó la palma fue la confesional "De todo el mundo", con Bunbury recorriendo las vallas pegadas a las primeras filas mientras entonaba una de sus letras más personales. 

Si su particular homenaje a Más Birras en forma de versión de "Apuesta por el Rock and Roll" (más en boga que nunca en este momento tras el estreno de la película que recorre los años decisivos de la carrera de Mauricio Aznar en "La Estrella Azul") despertó la locura, esta sensación se quedó corta al escuchar los primeros rasgueos de guitarra con los que arrancó "Entre dos tierras". El que fuera uno de los temas más queridos y acertados de Héroes del Silencio hizo retumbar a toda la Romareda en un ejercicio de estilo que conservaba parte del carácter de su versión original junto a algunos matices, que la hacían menos agresiva, aportados por los Santos Inocentes, que durante toda la noche se mostraron comedidos en su protagonismo (que recayó casi por entero en Enrique junto con algún efecto de luces realmente acertado y las puntuales proyecciones con las que ilustraron algunas canciones), pero perfectamente atinados en sus interpretaciones. De entre los siete músicos que le acompañaban fue Erin Memento (última de las incorporaciones a la banda además de sobrina del artista) la que atrajo gran parte de la atención, pero el que realmente se comió el escenario junto al autor de "La actitud correcta" fue Álvaro Suite. La presencia de sus guitarras superó incluso a los siempre certeros arreglos de Jordi Mena, y sus coros y actitud ganaron relevancia, muy por delante de un Jorge Rebenaque más comedido o un Ramón Gacías siempre preciso, pero sin mostrar grandes alardes. Es eso precisamente lo que quiere Bunbury, que su banda sea el sustento, el eje, pero que él no pierda su posición central, en la que se detengan todas las miradas, y la verdad es que siempre ha logrado conseguirlo (incluso más en esta ocasión en la que el músico miró directamente a su público durante la mayor parte del espectáculo dejando por una vez sus gafas oscuras a un lado). Los Santos Inocentes son la mejor banda que le ha acompañado sobre un escenario y consiguen que todo suene a la perfección, remando todos a favor de lo que verdaderamente importa, que es elevar las canciones de Enrique Bunbury a lo más alto, aunque como bien reza una de sus canciones "más alto que nosotros sólo el cielo" (otro de los momentos más emotivos de la noche). 

"Lady Blue" cerró el tramo principal del concierto con aires estelares y la vuelta al escenario, que se extendió en total hasta poco más de las dos horas, se produjo con la suave cadencia de "Parecemos tontos" y los aromas más blues que aportaron a "Infinito". "Maldito Duende" volvió a desatar el éxtasis colectivo, demostrando que el público hubiera agradecido alguna concesión más a los Héroes, aunque tras "La constante" y con el rescate de "Y al final" (después de mucho tiempo fuera del setlist) para cerrar la velada, puso el broche de oro a una despedida de los escenarios por parte de nuestro artista más internacional por un largo periodo de tiempo. No sabemos si ahora que ha encontrado solución a sus problemas con el glicol volverán las giras con esperas menos prolongadas, pero si eso no se cumpliera, estamos seguros de que el recuerdo de su último paso por la casa del Real Zaragoza nos dejará las mejores sensaciones posibles para hacer más fácil el tiempo hasta su vuelta. 

Eso sí, tal y como he comentado al inicio de esta crónica, no todo fueron rosas en este concierto, aunque sí fue puro disfrute la parte estrictamente musical. Pero en lo que se refiere a lo que rodeó al evento en sí mismo nos dejó un cierto regusto a elitismo rancio. Una gran zona de gradas quedó reservada para vips, lo que daba una muy mala impresión cuando a media hora del concierto estaba casi totalmente vacía todavía. La pista (dividida por la polémica "front stage") dejó una excesiva zona de barras en el centro y baños portátiles en la parte trasera que, aunque son necesarios, estaban colocados estrategicamente para que la pista pareciese llena cuando realmente el espacio entre asistentes era muy holgado. Y es que no nos olvidemos que Bunbury reunió a treinta mil personas el seis de julio en Zaragoza, pero en este mismo estadio Héroes del Silencio llegaron a cuarenta mil por noche en su gira de reunión, por lo que el lleno con estos treinta mil asistentes es relativo. Lleno si reducimos el espacio disponible del recinto para que conste como agotado cuando en realidad podría haber habido muchas más localidades disponibles, por no decir también muchas menos invitaciones en las zonas nobles. Seguramente en esto tuvo que ver que el concierto de Zaragoza se anunciase mucho después de agotar el de Madrid, para el que sus fans ya habían hecho el esfuerzo de conseguir una entrada. Quizá también el elevado precio de las localidades, que aunque es tendencia en este momento no ayuda a que el espectador medio termine de decidirse, pero no está de más replantearse si no hubiera sido más acertado esperar a la confirmación de la disponibilidad de la Romareda para hacer el anuncio de este concierto junto al resto.

Pero no nos quedemos con lo negativo, aunque tampoco podemos pasarlo por alto. El concierto de Bunbury en Zaragoza fue un gran reencuentro con sus seguidores tras siete años sin pisar los escenarios de su tierra. Un auténtico derroche de talento musical y de actitud, con un Bunbury cantando como nunca (parece mentira que ya se acerque a los cincuenta y siete años y cante mejor que con treinta), una banda engrasada que mostró su mejor versión y un espectáculo de grandes dimensiones (con fuegos artificiales finales incluidos), sin olvidar que lo más importante siempre reside en sus canciones, que fueron el centro de todo, reforzadas por un sonido espectacular y el mejor de los escenarios para que nuestro artista más valorado luciera también como el más grande. Bunbury jugaba en casa, con un público que le quiere de veras, pero eso no resta mérito a que volviera a conseguirlo una vez más. Por encima de cifras y modas, hizo posible que furia y corazón se dieran la mano y que Zaragoza fuera testigo de nuevo de la grandeza del que siempre será nuestro héroe de leyenda.