“Canciones de alta graduación”. “De púas y cuchillas” de Nacho Vegas


Por: Guillermo García Domingo.

La sidra que prepara Nacho Vegas tiene una graduación más alta cada día que pasa, es más dañina, y por lo tanto cuesta reponerse de ella si has tenido la osadía de apurar el vaso. La resaca que produce perdura más tiempo. Habrá quien diga con razón que podría haber sido menos obvio a la hora de valorar el último EP del cantante, ¡pero es que el “guaje” canta una nana, hermosísima, por cierto, en asturianu! Mientras discutimos la pertinencia o no de la analogía, que alguien me ponga otro trago más de esta sidra adictiva que Vegas embotella entre largo y largo. 

El denominador común de esta reunión es la calidad de todas las composiciones que ha ido suministrando mientras se “derrumba un mundo” y levanta el siguiente. Nacho Vegas no puede negar que es de Asturias, pero como buen izquierdista, es, al mismo tiempo, internacionalista. Cádiz y Paco el Loco están más cerca de Asturias de lo que cabría imaginar. De esta afinidad se benefician las canciones cuyas descarnadas letras contrastan con la riqueza del sonido que las arropa. Joseba Irazoki y su virtuosa guitarra tampoco andan muy lejos. 

Nacho Vegas cada vez recuerda más a Leonard Cohen en su etapa final, aunque, al contrario que el canadiense, sin ninguna señal de estar languideciendo. La “mala hostia” le mantiene vivo y despierto como puede comprobar cualquiera que escuche “Abnegación” o “Opulencia y amén”, donde arremete sin piedad contra la supuesta absolución religiosa de la riqueza, a través de una canción en la que el de Gijón refuta la frase definitiva que el millonario protagonista de “Fortuna” pronuncia en la tremenda novela de Hernán Díaz: “la prosperidad es prueba de nuestra virtud”.

“El ángel Simón” parece estar en deuda con “Ramon In” (del anterior disco), aunque, en realidad, sucede al revés porque “Simón” es una canción (dedicada a su padre fallecido en 1994) que grabó Nacho Vegas hace casi 25 años. La más reciente versión es todavía mejor, si cabe. El exceso de azúcar del que adolecen la mayoría de los homenajes dedicados a las personas que nos han dejado impronta lo convierte el cantautor en alcohol de alta toxicidad después de fermentarla a lo largo de dos décadas.   

De entre todas las composiciones, la más afilada, haciendo honor al título del EP es “Crimen y condena”. Quien se acerque a ella desprevenido corre el riesgo de cortarse. Sus frases suenan a sentencias inapelables. Ninguna canción que propone Nacho Vegas es banal, todas ellas son obras de arte incómodas. No está dispuesto a concedernos nada excepto el desasosiego, y por raro que parezca, se lo agradecemos con toda el alma.