Rock, soul and Bruce. Springsteen en el Metropolitano


Estadio Metropolitano, Madrid.  Miércoles, 12 de junio del 2024.

Texto y fotografía: Guillermo García Domingo

Al final el otorrino, que nos tenía en vilo, le dio el alta, y Bruce llegó puntual a su cita en Madrid, anhelada durante 8 años, y de paso, hizo saltar por los aires todas las crónicas que habíamos preparado de antemano. El norteamericano había quedado con 56.000 espectadores. Alguna vez deberíamos hablar de los seguidores del músico, se lo merecen. Me cuento entre ellos, así que me prepare para una cita tan importante, a saber, me acicalé, no escatimé con la colonia, incluso embadurné mi flequillo con una gota de gomina antes de coger la chupa vaquera y dirigirme al Metropolitano en el popular barrio de Canillejas. No todos los días uno puede encontrarse con alguien tan especial. Volvimos a comprobar que el cantante mira a los ojos de sus seguidores sin dejarse tentar por la condescendencia. El vínculo con Springsteen no es únicamente musical, se trata de una afinidad moral con alguien que representa el vivo testimonio de las encrucijadas sociales y políticas de los últimos cincuenta años de la historia de su país. La actitud, y el rostro franco, recién salido de la barbería, de Bruce, ampliado en las grandiosas pantallas, me recordó a los de esos veteranos, a punto de cumplir 100 años, que vinieron a las playas de Normandía la semana pasada, a ser homenajeados por su participación en el decisivo desembarco, y que, al ser entrevistados, se quitaban importancia con una sonrisa, tenían mucho miedo, por supuesto, pero aún así cumplieron con su obligación.  

Que estén previstas cinco noches en nuestro país es una señal inequívoca del aprecio que Bruce y la E Street Band sienten por el público español. Al ingresar en el estadio del Atleti, observé que dos banderas ondeaban a ambos lados del gigantesco, aunque sobrio, escenario. Una era la de nuestro país y otra era la bandera de barras y estrellas de los EE.UU. La radio, y algún programa de televisión, varias bandas pioneras, y los soldados de las bases norteamericanas, no se nos olvide, hicieron lo posible por que el rock ´n´ roll llegara hasta nuestro territorio en el Tardofranquismo. Sin embargo, hay un personaje decisivo sin el cual es imposible concebir las consecuencias que esta experiencia musical oriunda de EE.UU. desencadenó en nuestro país. En muchos sentidos, es nuestro Bruce Springsteen patrio. Me refiero a Miguel Ríos, que hace unos días ofreció un concierto en su tierra natal para celebrar sus ochenta años vida y rocanrol, arropado por las mejores bandas granadinas, Los Ángeles, 091, Lagartija Nick y Niños Mutantes.  

En una reciente entrevista, Miguel Ríos, declaró que su mayor logro era tener la sensación de no haberse “dado por finiquitado”. La gira de “Rock and Ríos” resultó un punto de inflexión, de la misma forma que la gira posterior a la publicación de “Born in the USA” (hace 40 años), transformó la relación del cantante de New Yersey con su público, una conexión que resurgió el pasado miércoles a la hora del atardecer. La segunda canción del concierto, de hecho, fue “No Surrender”, ratificando lo que había dicho Miguel Ríos. Springsteen la interpretó airadamente, con una credibilidad irrebatible. La suspensión de algunas fechas previas por una afección en la voz había provocado seguramente algún juicio precipitado sobre el estado de Bruce. 

No tendría sentido añadir algo más a lo que personas más sabias que yo han afirmado acerca de los clásicos que sonaron la noche del miércoles como si estuviéramos en un esperado ritual. En cambio, ¿por qué no señalar las novedades que cambiaron el paso de los insufribles asistentes, no todos los seguidores van a ser intachables, que situados en la fila para enseñar la entrada se las dan de enterados? 

El hecho más decisivo de la noche fue la aparición sobre el escenario de una nutrida banda de músicos que parecía más bien una orquesta: la “E Street Orchestra”. Este derroche de instrumentos y talento convirtió el concierto en una celebración de la diversidad humana y musical de Norteamérica, expresada a través de las raíces de los músicos que estaban en el escenario: italoamericanos, mestizos, descendientes de irlandeses y otras naciones europeas, afroamericanos, la constatación de que USA es un país de inmigrantes, un “tierra de esperanzas y sueños”, tal y como dice la canción homónima que escuchamos en los bises. Esta increíble reunión de músicos, le ofreció a su líder poderes adicionales. El músculo de la E Street Band, especialmente los antebrazos firmes de Max Weinberg, es el sostén para interpretar su papel de frontman del rock. Las locomotoras de “Backstreets” y “Wrecking Ball” nos arrollaron.  

Una guitarra y una armónica le bastan a Bruce para transmutarse en un predicador, el atuendo prestado por Johnny Cash contribuía a ello, camisa blanca impoluta, chaleco negro y corbata bien anudada. Sus prédicas sobrecogieron en “The River”, ¿era el Río Jordán?, “My Hometown” y sobre todo, “Last Man Standing” (que tuvieron el acierto de subtitular). Gracias a la orquesta, el “Jefe” actuó como una suerte de “soulman” muy convincente, arropado por tres exquisitos cantantes coristas y una sección de viento muy potente, liderada por Jake Clemons, sobrino de Clarence Clemons, y el trompetista Barry Danielian, que consiguieron que no echáramos en falta a los Commodores, durante la interpretación de “Nightshift”. Más adelante, en algún momento, identificamos los versos inconfundibles de otro conjunto vocal, The Impressions: “People Get Ready”. A ese “tren”, el de la libertad, sí que pudimos subirnos, no pasó por encima de nosotros. ¿Cuál era su destino? Llevarnos a casa.  

hay que reconocer que no queríamos irnos del Metropolitano. Cuando Bruce, formando dúo cómico con Steve van Zandt, actor consumado, nos lo preguntó si queríamos marcharnos, gritamos al unísono un rotundo no, a sabiendas de que era imposible. Como despedida Bruce nos deleitó con “I'll See You in My Dreams”, poblando el estadio de fantasmas, músicos ausentes, que aprovecharon el hechizo que Bruce propició para venirse a casa con nosotros. Por esta razón permanecí despierto buena parte de la noche, o, mejor dicho, soñé despierto con lo que habíamos experimentado los que nos citamos con Springsteen.