Pastore: "Banzai"


Por: Juanjo Frontera.

Un patrón de batería que no oculta en absoluto su homenaje a “Be my baby”, de las Ronettes, es el pistoletazo de salida del nuevo disco del valenciano Sergio Pastor, alias Pastore. Un segundo largo que llega nada menos que ocho años después de "Reverdecer" (2016), su nada desdeñable debut en solitario, que dejó con ganas de más, pero esto es lo que pasa cuando uno tiene una vida adulta a la que responder y no puede dedicarse en cuerpo y alma al arte. Que los días, los meses, los años, pasan y las canciones llegan, pero terminarlas de forma satisfactoria es algo que depende de muchos factores. Demasiados. 

Quizás por eso el proceso de elaboración de este disco ha sido lento y laborioso. Pero asumido, se nota, con todo el mimo del mundo. Para ello Pastore ha contado con una persona fundamental, que ya estuvo presente en su primer disco, Carles Chiner, que como muchos sabrán, o deberían, es un compositor, músico, vocalista y productor que militaba en la extraordinaria banda Gener. Con él, totalmente a pachas en cuanto a composición y en sus manos en cuanto a producción, tuvo lugar la gestación de este disco. 

Esos golpes de batería a lo Phil Spector que mencionábamos al principio tienen mucho que ver con el espíritu del disco. Un álbum que rezuma personalidad, pero no desoye en absoluto las influencias vintage que rondan a la idea de las canciones. Según ha dicho Pastore, el disco está, en cierto modo, dedicado a Gainsbourg. Ya saben, el “vieille canaille”, genio entre los genios, que cantaba enfundado en humo de gitanes aquello de “Je suis venu te dire que je m’en vais”. 

Y es que aquél romanticismo canalla, caballeresco, a tope de power, que desprendía de una forma cínica y despreocupada el francés, es un poco el espíritu que sobrevuela un trabajo que ironiza mucho con personajes, digamos, arquetípicos de la sociedad actual. Tenemos al arquetípico caballerete machirulo, paternalista y baboso de la inicial (y muy hit) “Centro de interpretación del romanticismo”, al que Pastore sabe retratar muy bien a base de frases como “y me propuse alcanzar el zen de la nueva masculinidad, rompiendo hábitos y vicios, tremendo sacrificio”. 

Terreno resbaladizo, sin duda, que en manos de cualquier otro resultaría poco menos que un cataclismo, pero que Sergio aquí asume de una manera natural, sin histrionismos, ni acritud innecesaria. Es un retrato poliédrico, de hecho, que nos da muestra de lo mucho que nos lo tenemos que hacer mirar todos, incluido él, que no parece situarse en ningún momento fuera de la broma. Como tampoco lo hace en “El último dragón”, retratando a una especie de samurai moderno, o “modernete”, nuevamente empecinado en mostrar algo de sí mismo que no es realmente, para ser un donjuán. Al final, otro caballo de troya social, pero desde otro punto de vista. 

También, por supuesto, aparece nuestro querido amigo francés, dos veces nada menos. “Gainsbourg” y “Gainsbourg reprise” son dos homenajes de un fan a un ídolo que traen a colación una figura tan compleja como digna de retratarse a conciencia. De hecho, ya ha habido libros (enorme ese “Elefantes rosas” de Felipe Cabrerizo), películas, cómics, que lo han retratado muy bien. Faltaban las canciones y aquí Pastore las trae a pares, llenas de cariño y de un talento compositivo que no desmerece en absoluto a su protagonista. 

No obstante todos esos personajes, homenajeados o retratados con sorna, a mí lo que más me gusta del disco son las canciones en las que Pastore, simplemente, “se deja ser”. Hablo del fantástico bolero-bossa de “Vapor de jacuzzi”, toda una deliciosa oda al amor; o del afilado dub, que pareciera producido por Lee Scratch Perry, de “Je t’adore”, con su refrescante sensualidad; o incluso de “Lo mejor de mí”, una pequeña joya pop de nuevo confesional y enamorada, cuya sinceridad resulta encantadora. 

Son, en mi opinión, la punta de un iceberg que tiene, además, la enorme virtud de, en un mundo como el del pop, digamos, alternativo, tan tendente a seguir modas -ahora post-punk, ahora indie, ahora shoegaze, ahora cumbia-, organiza una combinación de géneros totalmente carente de tapujos y tonterías. Mezcla el pop yeyé con el reggae, con la disco music, con el bolero, con la Fania, con la habanera, con lo que le sale del pirri, vamos. Y lo hace fenomenal. Con unos arreglos extremadamente inteligentes y una producción que resulta en una obra de lo más estimulante. Un sonido que mira en todas direcciones, pero a la vez logra unirlas todas en una única mirada pop. Un disco rotundo que pone a su autor al margen de modas, ondas, escenas o corralillos y eso, que es precisamente tan difícil de encontrar hoy día, es un valor que no podemos pasar por alto. Ni dejar de tararear ad eternum la práctica totalidad de estas excelentes diez canciones. Así que, griten conmigo: ¡¡¡BANZAI!!!!