Hay una anécdota narrada por Robert Santelli que da cuenta de lo que supuso este disco en la carrera del músico norteamericano. Estando una noche en Lyon, durante la gira europea de “Born in the USA”, Danny Federici, el organista de la E Street Band ya fallecido, oyó un ruido a través de la ventana de su habitación de hotel que provenía de la escalera de incendios, cuál fue su sorpresa al ver que por ella se asomaba el mismísimo Bruce, quien sonriendo le dijo algo así como, “guau, colega, hasta dónde ha llegado la cosa”, aludiendo al asedio de los admiradores y la prensa. Después de compartir una breve charla, el músico reemprendió su huida por la escalera de incendios en busca del anonimato que le brindaba la noche francesa.
Debido a episodios como éste, es natural que Magela Ronda defienda que este álbum no es el mejor disco de Springsteen, pero sí el más determinante. Nada que objetar a esto, siempre y cuando no caigamos en la tentación de subestimar esta sobresaliente colección de canciones. Un aniversario como el que cumple este trabajo deberíamos aprovecharse para desactivar algunos prejuicios que han enturbiado su recepción. Uno de ellos es la “maldición del disco posterior a “Nebraska”. La grandiosa sencillez de “Nebraska” (y su epítome “Atlantic City”) no tiene por qué que ir en detrimento del siguiente trabajo de Bruce Springsteen. Un artista puede ofrecer varios discos consecutivos formidables. Otro prejuicio que impide la aceptación adecuada de este disco conduce a desacreditarlo achacándole…su “éxito comercial”. Es una falacia muy curiosa, porque si el éxito de ventas no es una razón para apreciar un disco tampoco puede servir para lo contrario, y desestimarlo únicamente por su popularidad.
Así es, este álbum obtuvo un éxito descomunal, seguido de una gira salvaje (modificó incluso la condición física del propio cantante). Quién lo diría, a tenor de la tortuosa grabación que lo precedió, llena de tribulaciones, que se prolongó a lo largo de dos años, en dos fases, una sin el concurso de la E Street Band, que estaba distanciada de su líder, que se mudó a Los Angeles, y otra fase, en compañía del grupo, incluido Steven Van Zandt, quien poco después se apartó del proyecto (en la gira le sustituyó brillantemente Nils Lofgren). No estaba ocurriendo una crisis creativa, ni mucho menos. Por lo visto había canciones de sobra, pero el distanciamiento mencionado desconcertó a la banda. La mediación de Landau y la calidad de las canciones seleccionadas los reunió de nuevo. No hay nada que fomente más la cohesión en un equipo sobrado de talento como este y, por lo tanto, de convivencia difícil, que un buen puñado de temas prometedores. La lista de este disco es irreprochable, pese a que la recreación posterior en vivo de las canciones fue tan decisiva que llegó a enmascarar el valor genuino de lo que sucedió en el estudio de grabación.
Pese a los caracteres opuestos de “Nebraska” y “Born in The USA”, uno introvertido y el segundo extrovertido, ambos largos coinciden en el desencanto respecto al modo en que su país trata a la gente corriente, que es una inusual manifestación de patriotismo. La indeleble portada de Leibovitz lo refleja de un modo menos ambiguo de lo que se ha dado a entender. La temática del perdedor y su singular ética, sobre la que se asienta “Nebraska”, persiste en “Born In The USA”, aunque el brío que demuestran las canciones de este disco aparentemente insinúe lo contrario. Puede servir de ejemplo de lo anterior el protagonista que expresa su rabia en “Born in the USA”. Alguien que recibe la orden de reclutamiento (para ir a matar en “tierras lejanas” al “hombre amarillo”) mucho antes de recibir una oportunidad para vivir de acuerdo a su dignidad en la sociedad que le vio nacer. En nombre de “the old Lie”, la “vieja mentira” a la que se refiere el poeta británico Wilfred Owen, la que proclamó hace mucho Horacio, “dulce et decorum est pro patria mori”, demasiados jóvenes estadounidenses fueron enviados al sudeste asiático a una guerra absurda. En 1984 la herida emocional provocada por esa decisión política seguía abierta.
La furia que traslada este tema inaugural se va atemperando, aunque la firmeza de la batería de Max Weinberg no decae, decidido a sostener el sonido a lo largo de los 50 minutos. La energía inicial se va encauzando a través de “Cover Me”, “Darlington County”, “Working on the Highway”, “Downbound Train” hasta la contención perfecta de “I´m on Fire”. “No Surrender” recuerda que a Bruce no se le puede domar durante mucho tiempo. El ritmo sincopado de “I´m Going Down” y de “Bobby Jean” (dedicada al amigo que escoge otro camino, ¿tal vez Steven van Zandt?) resulta irresistible cuarenta años después.
Todos los instrumentos están en estado de gracia, pero dignas de mención son las matizaciones que, en todas y cada una de las canciones, no solamente en “Dancing in The Dark”, “No Surrender”, “Bobby Jean” “Glory Days” realizaron los teclados, ya sea el órgano del malogrado Daniel Federici o el magisterio que el “profesor” Roy Bittan demuestra al piano o al sintetizador. La última canción “My Hometown” adopta un tono que señala el túnel al fondo, al final del cual le esperaba el siguiente LP: “Tunnel of Love”
Es inútil recuperar el fervor adolescente con que recibimos mi querido primo y yo “Born in the USA”. Él se puso a las órdenes del “Jefe” antes que yo, y me reclutó para la causa. Ahora bien, cuando escucho los acordes iniciales de cualquiera de sus canciones reconozco una fuerza indefinible que se despierta en mí, lo que significa que el fuego sagrado que encendió en su día este disco no se ha extinguido todavía. Si no fuera así no tendría razón de ser que tantísima gente esté pendiente de la consulta del otorrino de Bruce Springsteen, de la cual dependen los conciertos que el músico estadounidense tiene previsto celebrar en España la semana que viene. Doctor, concédale el alta, por favor.