La Fiancée Solitaire: Pop lejos de las masas


Bar Amapola, Córdoba. Sábado, 15 de junio del 2024.

Texto y fotografías: J.J. Caballero.

A conciertos pequeños como éste se va con la lección aprendida. Con la asunción de que las cosas que se hacen por voluntad propia y los medios adecuados no pueden ni deben salir mal. A las dificultades previas para equilibrar el sonido en el mínimo escenario del bar Amapola, engalanado de nuevo con cortinajes granate y luces de verbena interior, se sobrepone con holgura quien sabe que ese día, a esa hora y en esas circunstancias, tiene que dar todo de lo que dispone. Y así fue. María, humilde antes y después, titubeante al principio y exultante al final, muta en La Fiancée Solitaire para subir escalones artísticos tema a tema. 

Con dos EPs publicados, de apreciables diferencias sino en concepto sí en resultados, sigue intentando que sus objetivos sean al menos alcanzables y que los pasos que dé hacia ellos no acaben haciéndola desistir por el camino. De momento la regularidad con la que graba y publica canciones –ya tiene en mente agrupar las últimas y unas cuantas más en un trabajo más consistente- la mantiene ocupada y presentándose en sets acústicos a caballo entre Madrid, su centro laboral, y Córdoba, su punto de partida y origen de todo lo que gira por su cabeza. 

Más allá de las afiliaciones francófonas de su pseudónimo, a ella lo que le gusta es hacer música sin arrinconamientos ni descartes. Y se basa en el pop, sí, pero en su concepción más amplia, incluso tendente al lado oscuro como se puede adivinar en los rasgueos de guitarra de “Diamante y polvo” o “El rey”, en contraste con la relativa luminosidad de “Sábado otra vez”, “Catedrales” “Camiseta preferida” o “Los veraneantes”, esta última su tema con más visos de haberse convertido en himno, y seguramente el que más la acerca a las hordas indies más asimilables por el mainstream, sin ser ella nada de eso. 

Sola con su instrumento pero sin que este sea su única compañía, divide el set en dos partes, la primera de ellas introducida por “Tríptico astral”, en la que repasa algunos de sus primeros temas como ese radiante “Low cost” y en la que intercala alguna que otra novedad del pelaje de “Puerta estelar”, otra pieza del mismo corte, pero también una sorprendente y diríase estremecedora versión del “Cristo de Scala Coeli”, un romance que hizo popular el folclorista local Ramón Medina, personalidad de escaso reconocimiento post mortem a la que María reconoce como una de las piedras de toque del patrimonio literaria y, por ende, cultural de una ciudad que no suele mirar demasiado hacia adentro en lo que a dichas cuestiones se refiere.

El último tramo del concierto la traslada al teclado, programaciones y bases incluidas, para bailar y cambiar las tornas hasta el final. Aquí es cuando se explaya en la faceta que parece querer explotar en su reciente etapa creativa, con el swing sintético de temas con presente y futuro: “Bestia miel”, “Cha cha moon”, “Espuma y ruido”, “Amor templario” y “Reinos de nadie”, algunos de ellos sin testimonio aún en estudio, le sirven para experimentar y jugar con el sonido que la hace sentir más cómoda en la actualidad. No sé si a estas canciones les queda aún mucho por trabajar ni si con otros o más variados arreglos podrían volar hacia espacios más compartidos, pero sin duda es una brecha abierta al viento de libertad tan necesario en cualquier oído inquieto. 

Desde luego, una bonita manera de hacer que una veintena de personas saliéramos al bochorno reinante de una prometida noche blanca vestidos de colores y más música con la que llenar el zurrón. Una bonita manera de decirnos que quien quiere, puede. Es más, yo diría que debe. Por eso debemos, queremos y podemos asistir a estos pequeños conciertos con el mismo talante con el que empezó esta crónica: Aprendiendo bien las lecciones.