Texto y fotografía: J.J. Caballero.
Sabes que un concierto acústico puede transformarse en una descarga eléctrica más visceral que física cuando músicos de casta y actitud se sientan frente a un público mínimo pero entregado y empiezan a desgranar buena parte de su material con sentimiento y mimo por el detalle. Chencho Fernández eligió a Córdoba y en particular a la intimidad de una sala como Limbo como marco próximo y coherente al nuevo trabajo, que será ya el tercero en su discografía como solista, de publicación inminente y más que buenas sensaciones previas. Lo suyo, ya se sabe, es más intenso en las distancias cortas, alejado de la electricidad que algunas canciones requieren en su versión primitiva y que aquí apenas es intuida por los punteos de Israel Diezma, el que probablemente sea hoy en día el guitarrista más solicitado de la escena sevillana. Un viejo y omnipresente escudero que ya con All La Glory lo secundó en la grabación y arreglos de su primer disco y que ahora, entre bolo y bolo, vuelve a la luz del fuego hogareño para que estas melodías y estas letras tengan un marco más bello del que ya poseen.
A la brillantez de “La estación del prado”, “La canción”, “Un hit” o especialmente “Este matrimonio no casa”, diminutas obras de incalculables dimensiones sentimentales, le salen nuevos escalofríos cuando Chencho narra con voz desganada las idas y venidas de la memoria, los avatares de un corazón en permanente estado de agitación o la añoranza de otras tierras y momentos, sobre todo si son de origen francófono, como queda claro en los versos de “La garçonne” o “Muchacha rural”. Desde el rock de raíces folclóricas de “Calle imagen” hasta la melancolía melódica de “Te quiero sin querer”, el aroma a humo de la chaqueta de Serge Gainsbourg o la maravillosa decadencia de Yves Montand huelen a autenticidad en “Como se odian los amantes”, alcanzando una nueva dimensión en su flujo poético, o dotando de sello personal a temas más propios de songwriters eléctricos de perfiles diversos, con Lou Reed o Jeff Buckley en el epicentro de su inspiración.
Iniciativas como esta, impulsada una vez más por los inquietos miembros de El Colectivo y su cohorte de colaboradores, no son sólo necesarias sino también inmensamente agradecidas. Todos deberían saber que somos pocos pero cada vez más fuertes, y el apoyo de artistas y salas nos da el poder de disfrutarlo y contarlo con mucho orgullo. Gracias, Chencho, por el riesgo y el cariño, y por descubrir dónde está la verdad, aunque incomode.