No debió ser fácil para un artista vanidoso hasta el extremo como Morrissey, sentir rondar de cerca la idea de que quizás su tiempo ya hubiera pasado. Durante los ochenta se había convertido al frente de The Smiths en voz autorizada para toda una generación a la que hizo sentir reflejada en la belleza lírica de unos textos repletos de melancolía, soledad e incomprensión; los mismos le permitieron ser uno de los grandes iconos reconocibles de una década única que le tuvo por gran azote del “thatcherismo” para orgullo propio de un tipo criado en los industriales suburbios de Mánchester... sin embargo, los noventa, sobre todo su segunda mitad, serían un periodo duro para el artista británico.
Llevaba sin editar nuevo material desde 1997, cuando viera la luz el desigual “Maladjusted”, maltratado por la crítica y con unas cifras de ventas bajas para lo que había sido habitual a lo largo de su carrera. Poco antes, concretamente a finales del año 1996, también había tenido que ver como la justicia fallaba a favor de su excompañero en The Smiths, Mike Joyce, condenándole a pagar un millón de Libras y ceder el 25% de las regalías de los discos vendidos por la banda; todo ello en un momento donde una nueva generación de músicos británicos, que en muchos casos había reivindicado su figura, andaba sacando los mejores trabajos de sus carreras, mientras Morrissey, exiliado voluntariamente a California desde 1998, cruzaba la barrera de los cuarenta años volviendo a girar en el año 2002, pero sin la certeza para sus fans de cuándo podrían escuchar nuevas composiciones, pues por aquel entonces se encontraba sin contrato discográfico vigente.
Finalmente, todas las piezas encajaron, Sanctuary Records le ofreció editar en Attack Records su nuevo material, producido por Jerry Finn, grabado entre Los Ángeles y Berkshire, en cuya portada se podía leer: “Morrissey, you are the Quarry”. Una enigmática coma que parece incluir su nombre en la ecuación, otra muestra de la capacidad que atesora el artista para no dar puntada sin hilo, que sirvió para enmarcar un trabajo en el que ningún detalle quedó al azar.
Algo palpable desde la misma portada, pues si las que acompañaron las ediciones de The Smiths marcaron tendencia, ya que muchas bandas siguieron descaradamente su estela, tal es el caso de los fenomenales Belle and Sebastian, encerrando todavía a día de hoy una sublime belleza repleta de clasicismo, no siempre había ocurrido lo mismo en su carrera solista. En esta ocasión observamos a un Morrissey perfectamente engalanado posando en un primer plano, enfundado en un traje de rayas hecho a medida al estilo “gánster”, mientras sujeta una ametralladora Thompson, enmarcado en un fondo de tonos coral que invitaba a esperar un grandísimo disco en su interior, como así ocurrió.
Morrissey entregó una colección imbatible de cortes perfectamente acompañado en las labores compositivas por Alain Whyte y del que fuera miembro fundador de la banda de revival rockabilly The Polecats, Boz Boorer, donde al pop marca de la casa, aderezado por una acertada mezcla de arreglos, arropados por enérgicas guitarras y unas letras donde rayaba a gran altura, mostrándose crítico y certero en los fraseos; derrochando energía y actitud, dejando claro porqué le consideramos uno de los últimos iconos reales del rock, pues su porte, maneras y actitud, retrotraen a épocas pasadas alejadas en ideales a lo que es hoy día la música.
Desde “America is Not the World”, donde mostraba por igual su amor hacia Estados Unidos mezclado con un palo a la situación de algunas minorías como negros, mujeres y el colectivo gay, pasando por “Irish Blood, Englis Heart”, el que fuera primer single del álbum que supuraba rabia, encerrando el enésimo ataque contra la familia real británica, apelando al mismísimo Oliver Cromwell, en el que canta a una realidad bien conocida para muchos descendientes de irlandeses criados en Inglaterra, sin ir más lejos se nos viene a la cabeza la figura del fenomenal Shane MacGowan; la conversación que mantiene con el altísimo en “I Have Forgiven Jesus” es sobrecogedora pues se nos muestra totalmente desnudo abrazado a una fe que no acaba de soltar, la soledad palpable en “Come Back to Camden” y “The World is Full of Crashing Bore”, los versos dedicados a la incomprensión “How Can Anybody Possibly Know How I Feel?”o la sexualidad soterrada de “I´m not Sorry”, “All The Lazy Dykes” y “Let me Kiss You”, una de las mejores de la colección, hasta cerrar con la pueril “I Like You” y el toque emotivo de “You Know I Couldn´t Last”, con el reflejo de aquella estrella del rock venida a menos sobrevolando, dando como resultado un álbum notable con momentos sublimes.
Mención aparte merece el homenaje a los pandilleros y gánster que incluyó en este trabajo. Recordemos que ya hizo algo similar en el disco “Bona Drag”, donde se incluyó “The Last of the Famous International Playboys”, en cuya letra aparece mencionada la figura de Reggie Kray, quien junto a su hermano Ronnie, dominó con mano dura el este de Londres en la década de los sesenta, en una relación que según cuentan las malas lenguas era de pura amistad, ya que se rumorea que Morrissey llegó a enviar coronas de flores a sus entierros. En este caso el bombazo tenía por título “The First of Gang to Die”, se abría con riff arrebatador que servía para enmarcar una historia que idealizaba el romanticismo de los pandilleros y un estribillo sublime que aspiraba a ser coreado una y otra vez: “Where Hector was… first of the gang with a gun in his hand, and the first to do time, the first of the gang to die, oh my”; un temazo que en el directo “Who put de M in Manchester” venía precedido por una introducción a capella de algunos versos del “My Way” de su admirado Frank Sinatra. Canela fina en rama.
Con “You Are The Quarry”, Morrissey demostró que aún le quedaban ases en la manga. Volvió a copar las portadas de revistas, las reseñas fueron elogiosas y logró reverdecer viejos laureles, tanto para sus acólitos más fieles, orgullosos por el excelente estado de forma de su ídolo, como ante una nueva generación de jóvenes amantes del pop-rock que pudieron sentir en primera persona la emoción de ver a un grande en pleno estado de forma.
La gira de presentación fue un éxito, no exenta de las habituales anécdotas que siempre han rodeado al genio de Mánchester; sin ir más lejos el cartel del FIB de aquel 2004 contaba con su presencia el 7 de agosto, sin embargo, para desgracia de muchos que nos acercamos casi en exclusiva por su presencia hasta Benicassim, minutos antes de la supuesta actuación un escueto comunicado aparecido en las pantallas nos informaba de las suspensión de la actuación, un hechp acerca del cual corrió todo tipo de rumorología, dejando un amargo sabor de boca en una jornada donde bandas como Primal Scream y solistas de la talla de Lou Reed, nos ayudaron a hacer más dulce el mal trago.
Desde entonces hasta hoy, Morrissey ha seguido entregando trabajos, más cercanos a lo irregular que a la genialidad de este “You Are The Quarry”; cultivando su fama de bocazas narcisista maltratado por la industria y de genio egocéntrico de complicado trato, capaz de irritar a todo el mundo en algún punto de sus declaraciones.
A pesar de los pesares y haciendo valer sobre todo lo bueno de su enorme talento, nos quedaremos siempre al lado de Morrissey, un artista mayúsculo que seguimos adorando; cultivado y leído, dotado de un imaginario cultural y personal excelso que ha volcado durante décadas en sus canciones. Y por si esto fuera poco, su tupé y poses excesivas nos regalan paisajes que hacen pensar en un imaginario rock propio más que cercano a la época dorada del género. Porque en definitiva, ¿qué es el rock sino un ejercicio de pura arrogancia? Morrissey, captó el mensaje llevándolo hasta cotas repletas de puro romanticismo exacerbado, por eso, quizás solo por eso, sea el último grande de verdad del género.