The Lemon Twigs: “A Dream Is All We Know”


Por: Kepa Arbizu. 

Cuando el modisto francés Yves Saint Laurent, en una de sus más celebres frases, sentenciaba que las tendencias desaparecen pero el estilo es eterno, lo que en verdad estaba haciendo era señalar la clara distinción -en cuanto a perdurabilidad y trascendencia- existente entre el carácter coyuntural y el esencial que puede contener toda manifestación artística. Por eso no es de extrañar que haya bandas a las que, si nos basamos únicamente en su sonoridad, resulte complicado ubicar con certeza en un segmento cronológico concreto, ya que ser hijos de un tiempo determinado no necesariamente significa estar definido por formas coetáneas, porque con toda seguridad nunca van a dejar de existir avezados rastreadores de melodías que les conduzcan hasta esa arcadia que significa la canción de pop perfecta. Una quimera que en el caso de The Lemon Twigs se convierte en una realidad tangible en forma de diversas composiciones que decoran su trayectoria, varias de ellas contenidas en su extraordinario disco actual, “A Dream Is All We Know”.

Aunque este nuevo repertorio apela a pulsiones rítmicas y eléctricas, rompiendo así el ambiente más recogido y de mayor inspiración folk de su predecesor, sin embargo dichas aptitudes representan el embriagador y esbelto decorado para un verbo alimentado por un fuerte desarraigo existencial, ese  sentimiento que parece heredero directo del "desasosegado" Fernando Pessoa. Porque cuando los hermanos -Brian y Michael- D'Addario enuncianentre sutiles armonías, con rotunda congoja, “¿Por qué estás aquí? En vano gritas y nadie parece oír”, la condición de sus versos no están lejos  del tormento que empujaba a definirse al portugués, escondido tras el heterónimo de Bernardo Soares, como una "cosa arrojada a un lado, trapo caído en el camino". Una de las múltiples heridas anímicas que se deslizan entre una suntuosa y talentosa recolección de influencias, nacidas medio siglo antes de que lo hiciera este dúo, que en su ejemplar traslación las convierten en su hogar musical.

La inaugural "My Golden Years" sirve para introducirnos en ese afligido escenario, donde ya se sienten impulsados a suspirar, aún estando todavía todavía lejos de la treintena, contra la difuminación de los años dorados alrededor  de arpegios luminosos que remiten a Big Star mientras que su alta decoración y melosa interpretación les sitúan en espacios conquistados por bandas como 10cc, formación a la que también se la puede señalar como responsable del tema titular. Líneas cantadas, y sus consiguientes endulzados y empastados coros, que en su despliegue más lírico toman posición en una "Sweet Vibration" especialmente dotada para el lucimiento en ese terreno y donde asistimos a un centelleante juego de voces. 

Una evocación melódica, convertida por supuesto en  denominador común del repertorio y por extensión de la idiosincrasia de esta formación, que obtiene sus cotas de mayor emotividad de la mano de "Ember Days", preciosista y susurrante pieza que podría ejercer de paliativo contra todo mal si su bucólica escritura no estuviera atrapada por esa negación de paraísos a quienes viven entre la condena cotidiana, o en el el melancólico romanticismo de "In The Eyes Of The Girl", convertida en esa vía de escape que otorga sentirse agraciado por la mirada de quien se quiere. Una de esas melodías que habrían firmado con orgullo los Beach Boys, una rúbrica que se podría estampar igualmente en una "How Can I Love Her More?", insuflada de un impetuoso y luminoso inicio que simbólicamente podría obedecer a la figura de una lámpara de luz repentinamente encendida en plena oscuridad. Pero si de caminos que buscan la excelencia en ese colorido país del (power) pop se trata, entre sus habitantes no pueden fallar The Beatles, quienes merodean, junto a otros camaradas -llegados desde el otro lado del océano- de genialidades armónicas llamados Lovin' Spoonful, para convertir "Church Bells", con sus ademanes por momentos casi juglarescos, en una cartografía destinada a regatear los malos augurios en la búsqueda de reunir a dos corazones.

Referirse en un contexto como el que propone este disco, donde la máxima ley es buscar la piedra filosofal que desvele la melodía que mejor prenda en nuestras almas, a ciertas piezas con el adjetivo de ásperas es todo una osadía, pero las guitarras que guían "They Don't Know How To Fall In Place"  aparecen lo suficientemente afiladas como para pasar desapercibidas. Unas seis cuerdas que se harán notar de nuevo en "If You And I Are Not Wise", aunque en esta ocasión su aspiración, ampliamente consolidada, es poder lucir en una supuesta fotografía junto a The Byrds. En esa dinámica eléctrica, el escalafón más elevado lo acaba ocupando precisamente un tema final -paradójicamente, o no, antecedido por el reposado entorno a sonoridades folk "I Should've Known Right From The Start"- que se acerca para confesarnos que tantas divagaciones y penas solo pueden tener un antídoto válido, y en este caso está expedido en una cápsula, de nombre "Rock On (Over and Over)", que contiene una perfecta mezcla entre los "fab four" de Liverpool y el glam-rock. 

The Lemon Twigs hacen canciones; excelentes canciones, y lo que expresado bajo las limitaciones lógicas que ofrece la escritura puede parecer algo inocuo, alcanza toda su trascendencia si uno hace el ejercicio de acercarse a este esplendoroso disco. Su logro, al margen de disquisiciones sobre su manera natural y sin ínfulas artísticas mal entendidas de arrojarse sin miramientos a sus sonidos preferidos, es por encima de todo hacer que cada composición se convierta en un ente que consigue contener, en esa escasa y limitada existencia temporal que le define, toda la inabarcable y misteriosa naturaleza que ostentan los sentimientos humanos.