Para ser un gran músico hace falta talento, canciones, determinación y valentía. Más tarde, las noches de conciertos dictarán dura sentencia sobre la rentabilidad o no del asunto, pero sin esas cuatro premisas escritas más arriba no hay futuro que se precie para un proyecto musical en los tiempos que vivimos.
Arranco esta reseña con dicha reflexión tras pensar mucho en los pasos dados hasta la fecha por el malagueño Nacho Sarria en su carrera como solista. Sabía que atesoraba calidad y había demostrado en su autoeditado debut, “Sarria”, tener buenas composiciones; lo que no esperaba era encontrarme con un tipo absolutamente convencido de la línea a seguir, sin dejarse embaucar por cantos de sirena y proponiendo una rotunda continuación a su disco matriz, rescatando matices de este, pero ampliando miras para volver a mostrar su personal visión de la música sin variar ni un ápice de convicciones. Seamos claros, donde muchos dudan, perdiendo tino hasta descarrilar, él ha decidido pisar firme y redoblar la apuesta, algo que le honra no solo como músico sino en la búsqueda del hecho artístico.
Vuelve con toda una declaración de intenciones, “El Mundo es Cruel” (Pero Creo en él), un conjunto de canciones donde amplia la paleta sonora que recogía en el álbum inaugural, marcado por el rock, la psicodelia y el folk con las miras puestas en los años sesenta y setenta, introduciendo ahora sorprendentes querencias negroides, aromas a soul, funk, casi reggae y ramalazos disco que pasean palmito en un trabajo donde siguen predominando casi exclusivamente los medios tiempos, perfecto sustento de unas letras, en las que vuelve a sobrevolar un claro espíritu hippie, escritas en primera persona, pero capaces de hermanar al oyente con un tipo que aboga por disfrutar de cada segundo en la vida sin que las circunstancias, por adversas que sean, puedan condicionarle.
Abre fuego con reposada valentía en “El Cálido Paso del Tiempo”, despidiéndose de infancia y juventud con la incertidumbre que supone la responsabilidad del mundo adulto, entre reminiscencias a Beatles y Syd Barret, y “Mala Racha”, otra mirada interior donde flota la luminosidad de la costa oeste americana y la magia de los Fab Four; gratificante es encontrarse con “Flor”, una composición que ya aparecía en el set de los primeros conciertos de presentación del proyecto, allá por 2021, que ahora se muestra más saltarina y juguetona, dotada de una progresión que la hace crecer y crecer, sabiamente elaborada para que sea la canción en su conjunto lo que predomine sin renunciar a pasajes donde cada instrumento cobra un notable protagonismo; tras ella arranca la mezcla imposible de “Mi Amor no se Vende” (se regala), donde Nacho canta entre provocativo y sensual al amor como única cosa importante, en el marco de lo que parece ser un soul de alto octanaje antes de introducir una guitarras que son puramente reggae, recordando por momentos en el tratamiento del tema al David Bowie de “Low” y a su fenomenal guitarrista, Carlos Alomar.
No menos sorprendente resulta “Rosas Negras”, cuyo título trae resonancias románticas, casi copleras, una tonada rotunda, de las que deja heridas en el alma, con enorme folclórica cuya letra y actitud se asemeja a lo que sería oír a José Alfredo Jiménez interpretar solo con guitarra y voz “El Jinete”, sin por ello renunciar a otras referencias como la de los Led Zeppelin de cortes como “Babe I´m gonna Leave You”, con un final experimental donde a buen seguro habrá metido mano Paco Loco, productor del álbum; a continuación vuelven las hechuras de rock clásicas con “El Agujero”, la historia de un desamor convertida en un caramelito musical, donde destaca el buen hacer tras las teclas de Eduardo Díaz Miguel trayendo a la memoria al mejor Ray Manzanarek posible.
La recta final se abre con “Algo Bueno va a Venir”, quizás de las más planas de toda la colección, los aires bailables “Química Inestable”, puro groove funk y mucho wah-wah en uno de los bombazos del minutaje sonando casi a Grand Funk Railroad y a música disco, recuperando la habitual senda con las sonoridades acústicas para “Di lo que Piensas”, en un corte que se va tornando más ruidoso a medida que avanza, y cerrando con el epílogo marcado en la profunda reflexión de la titular “El Mundo es Cruel” (Pero Creo en él), entre sonoridades acústicas que recuerdan al más delicado Marc Bolan de temas como “Cosmic Dancer” , hermosa, bella y dolorosa, un precioso alegato de vida en un cierre que encoje el alma sustentado en unos melancólicos vientos como perfecto punto final a un disco mayúsculo.
Antes de atacar la reflexión final, es de recibo alabar la calidad de la banda que colabora con Sarria en sus grabaciones y directo, puesto que aunque se trata de un proyecto personal del músico del Rincón de la Victoria, hay en el buen hacer de Alfonso López, bajos y coros, Alejandro Hidalgo, guitarra eléctrica y coros, Eduardo Díaz Miguel, teclado y coros, Roberto García, batería y percusiones, y la inestimable ayuda de la sección de vientos encarga de ayudar en este segundo álbum, David Guillén, trompeta y pícolo, y Miguel Barrones, trombón, una especie de santa hermandad muy patente en estas composiciones, donde se nota que hay una intención de hacer crecer las canciones desde dentro, renunciando a estridencias y personalismos innecesarios.
Tras “El Mundo es Cruel” (Pero Creo en él) hay más de dos años de concienzudo trabajo. No estamos ante un disco de primeras escuchas, ni ante singles de pretendida sonoridad indie que busquen enganchar al oyente en los 15 segundos que marca el algoritmo. Aquí hay poso, reflexión y horas de escucha, algo muy necesario para facturar un rock abierto y heterogéneo que suena de lo más personal y fresco.
Nacho Sarria presenta su revalida pleno de convicción, la realidad es que su nuevo disco merece mucho la pena, básicamente porque es una pasada. Es el único artista joven de su generación con hechuras de rockero clásico, planta, actitud y pose de chamán le sobran. Y de pisar las tablas con fueza sabe un rato. Si se cruzan con un tipo bien parecido de tez morena, dotado de larga melena ensortijada, mirada sincera, franca sonrisa y unos vaqueros acampanados no duden en fotografiarse junto a él, quizás estemos a cinco minutos exactos de su despegue definitivo hacia el estrellato, siempre y cuando el respetable, el bueno, aquel que sabe que no le están dando gato por liebre, así lo desee. Puede que nuestra gran esperanza blanca sepa que el mundo es cruel, pero nosotros creemos en él, en Nacho Sarria.