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“Algo que sirva como luz”, el otro legado de Supersubmarina


Por: Javier González. 

Mucho se ha hablado de Supersubmarina durante estos días, la publicación del libro que recoge su historia, “Algo que Sirva como Luz”, escrito por el periodista Fernando Navarro, y de “La Maqueta”, donde han remasterizado los temas primigenios que en su día hicieron llegar a la discográfica Sony, ha demostrado que el nombre de la banda de Baeza sigue estando intacto en el imaginario colectivo de una generación que vivió el ascenso y la tragedia que les aconteció casi como si de algo propio se tratase. 

Aunque realmente de Supersubmarina se ha hablado mucho siempre, al menos desde que muchos tuvimos constancia de su existencia. Fue allá por el año 2008, cuando gracias a la gran labor promocional que llevó a cabo Octubre, la independiente que les dio cobijo dentro de Sony, nos enteramos de su capacidad para facturar un pop-rock fresco, dotado de gancho, que unido a una personalidad cercana, desenfada y alejada de los tópicos asociadas a las estrellas del género de la que hacían virtud en las distancias cortas, hizo que tanto prensa especializada, radios comerciales y oyentes en general, giráramos la atención ante lo que proponían aquellos cuatro chavales de Baeza. Cuatro amigos, que al ser entrevistados te hacían pensar que estabas tratando con conocidos de toda la vida, pues la franqueza de aquellas sonrisas tan atrayentes como reales desarmaban sin remisión, más si cabe al ser comparadas con las poses y frialdad que predominaban en muchos aspirantes a estrellas de cartón piedra del momento, donde las ínfulas de grandeza eran inversamente proporcionales al talento que atesoraban. 

Su ascenso fue meteórico, parecían no tener techo, cada paso era más firme que el anterior, el público les amaba y nadie atisbaba perdida de presión en su intensidad, hasta aquel fatídico día donde todo saltó por los aires. De pronto la nada. Hasta hoy, hasta esta semana. Donde el universo Supersubmarina, aquel que nunca se fue, ha vuelto ante nosotros para contarnos su historia, desde la noche de los tiempos hasta el presente, pasando por aquel amanecer truncado donde todo quedó varado en un pitido que dejó sus amplificadores en estado de standby. 

El camino hasta aquí ha sido duro. Muchas tentativas, muchos noes. Silencio, soledad y dolor. Ilusiones cercenadas por la realidad. Fantasmas. Culpabilidad carcomiendo el alma. Preguntas sin respuesta. Cabezas que echan humo. Un “queremos intentarlo”. Horas y horas de charla. Cientos de entrevistas. Trabajo y más trabajo. Viajes a Baeza y más viajes. Y el resultado final. Un relato emocionante y vital. Una enseñanza de vida, dolor y lucha. Un relato de AMISTAD.

Mucho se podría contar de este libro que nos muestra la infancia de José, Pope, Jaime y Juanca. Del nacimiento de su amistad y el surgimiento de la banda. Los sueños que lograron convertir en realidad. El camino del éxito. El viento fresco rozando la cara mientras surcaban la más dulce de las olas. El golpe, el maldito golpe. Y el posterior tránsito por el purgatorio. Los sudores fríos, las noches de pesadilla y las ideas suicidas. Las preguntas sin respuesta. El triunfo de la vida. El valor de la camaradería. Y el presente, aquel que casi les deniegan, como forma de afrontar un futuro que nadie sabe qué puede deparar. Algo que poco importa, pues la victoria es este aquí y ahora. 

Conviene loar la labor de Fernando Navarro, no solo por la buena prosa que aporta a lo largo de toda la duración de “Algo que Sirva como Luz”, sino por su preciso equilibrio. Hay dolor, belleza y empatía, sabiamente repartidas. Prepárense queridos lectores, el nudo en la garganta y la lágrima en la mejilla asomarán varias veces en cada capítulo. Dejarán de leer, para mirar al techo y coger aire en más de una ocasión. Lo necesitarán. Y conviene también decir lo siguiente, no hallarán ni un mísero amago de amarillismo. Ni una pregunta fuera de lugar. Respeto máximo. El que merecen, se ganaron y se siguen ganando en el duro día a día los chicos.

Es reconfortante volver a verles juntos, departiendo y sonriendo, era lo mismo que hacían en las rondas de promoción: ser ellos mismos, cuatro hermanos, humildes y trabajadores de un pequeño y precioso pueblo, dotados de un talento maravilloso. Ahí están, más mayores, doloridos, superando las trabas que la vida les ha puesto, sin renunciar a ser ellos ni en el éxito ni en la tragedia. Esa es la gran enseñanza de Supersubmarina. Su otro legado.