Por: Kepa Arbizu.
Hay discos en los que todas las piezas que lo componen, además de sostenerse individualmente por sus propias cualidades, funcionan como breves escenas de una historia global, como si de un puzzle, que para descifrar la imagen que arroja fuera necesario ser observado con cierta distancia, se tratase. Dicha naturaleza es aplicable al nuevo trabaje de Hurray for the Riff Raff, vehículo expresivo de Alynda Segarra, estadounidense de origen puertorriqueño que acumula el suficiente bagaje creativo como para ser considerada una de esas voces imprescindibles en la actualidad en cuanto a la virtud de aunar en su música la capacidad de cantar y contar; conceptos muchas veces condenados a no ejercer un matrimonio artístico fértil.
Pese a lo explícito que pueda resultar el título de su actual grabación, “The Past Is Still Alive”, y aceptando que su hilo conductor conceptual circula (verbo en absoluto usado de manera aleatoria) en ese espacio donde se entretejen el pasado y el presente, su desarrollo señala hacia un entramado mucho más florido y simbólico. Porque si musicalmente su escenario se retrotrae a una primera época expresada bajo la ortodoxia de la tradición musical estadounidense, lindes que derribó el rock mestizo y cosmopolita de “The Navigator” y sobre todo con el transgresor “Life on Earth”, imbuido de un espíritu entre el punk y la electrónica, dicho aposento estilístico heredado de sus iniciáticas formulaciones aparece inevitablemente articulado bajo el lógico aprendizaje absorbido durante este tiempo. Una cohabitación cronológica visibilizada, si se desea poner nombres y apellidos, en la figura de su productor, Brad Cook, ligado especialmente a esas texturas clásicas, como le avala la idiosincrasia de su su grupo, Megafaun, pero que ejerció de rector también en su experimental predecesor. Una paradoja sonora a la que perfectamente se la podría atribuir como definición el nombre con que ha sido bautizado este disco.
Pero no son los artísticos los únicos elementos que circulan libremente por las hojas del calendario, ya que el imaginario que traslada la portada, posando con sombrero tejano y en una bañera típica del "Far West", dista mucho, obviamente, de ser contemporáneo a la intérprete, pese a lo cual no le impide referirse a lo largo de este repertorio a ciertas connotaciones de ese paisaje casi mitológico del las grandes llanuras pobladas de horizontes por conquistar que desaparecieron del mapa al mismo tiempo que sus legítimos moradores, convertidos en enemigos de un “American Way of Life” en ciernes. Final de una época marcada, entre otras cosas, por la llegada de ese “caballo de hierro” llamado tren y que fue, durante la adolescencia de Alynda Segarra, paradójicamente, metáfora de una nueva vida, lejos del hogar familiar, dictada por los viajes clandestinos en sus vagones y convirtiéndose en, como aquellos ya olvidados líderes apaches, enemigos de un “orden” social inhumano y depredador.
En ese sentido, “The Past Is Still Alive”, sirve como álbum fotográfico de toda aquella época, llena de excesos y relaciones bordeando el abismo con las que riega este itinerario hecho de raíles donde se descubría la vida a grandes y reiterados sorbos. Heridas, propias y ajenas, que todavía supuran con más vehemencia al conocer, poco antes de entrar al estudio de grabación, el fallecimiento de su padre, muro de carga afectivo e inspiracional que protagoniza con su voz la pista final, “Kiko Forever”, y que encarnaba la figura de tantos combatientes en Vietnam que pese a no desaparecer en el campo de batalla funerariamente sí lo hicieron anímicamente. Condicionantes que todavía hacen aflorar más la melancólica entonación de una inaugural “Alibi”, que afronta la necesidad, propia y colectiva, de buscar el camino de la salvación, una travesía empedrada musicada con robusta pero elegante instrumentación a ritmo de ese country-rock que también contagia a intérpretes como Eilen Jewell.
En la continua alternancia que recoge el disco entre piezas más acústicas o desnudas y aquellas soportadas por una estructura de mayor flujo eléctrico, pertenecen a esa segunda categoría instantáneas que no necesitan recurrir a paisajes imaginados o vivencias ficcionadas, porque las agitadas escenas que decoran la melódica “Snakeplant (The Past Is Still Alive)” o la doliente “Vetiver”, que entabla compañerismo afligido con Lucinda Williams, contienen la suficiente potencia visual como para transportarnos a aquellos años de espinosos deseos y húmedos paraísos. Una introspección que también fija su mirada en un contexto global de violentas conductas instigadas por el odio al diferente, tomando como punto de partida el tiroteo en el Club Q, de Colorado, para abrazar con su memoria a la primera persona transexual que conoció durante su juventud, a la que dedica “Ogallala”, una oda en clave de sobrecogedora entonación épica.
Son los pasajes que recogen el metafórico recuerdo emanado de esa América más salvaje pero de mayor naturaleza comunitaria los que se encomiendan, en una lógica retroalimentación entre el tipo de sonido y entorno, a un tratamiento más sobrio y onírico, encuadrándose en propuestas como las de Bonny Light Horseman o Waxahatchee. Intimismo de interpretación narrativa, lo que no deja de ser también un homenaje a esos trovadores como Woody Guthrie o Ramblin' Jack Elliott, que desfila bajo conmovedor dinamismo en "Buffalo" y que en “Colossus of Roads” plantea un conflicto, simbolizado como tóxica relación afectiva y aupado por un sonido más polvoriento, tendiendo lazos con Gillian Welch, entre esas dos formas de entender su país que están llamadas a enfrentarse en una pugna eterna de la que suele salir victoriosa su manifestación cainita. De vuelta a su espacio más personal, la voz de Conor Oberst le acompaña en “The World Is Dangerous”, un country de carácter afectado que desvela las heridas que produce mantener en pie los sueños, mientras que la desnudez de “Hourglass” interpela al frágil equilibrio en el que se sostiene la memoria.
Por suerte o por desgracia, todo lo que fuimos es parte de aquello en lo que nos hemos convertido, y Alynda Segarra no escatima en detalles a la hora de exponer una existencia al borde del precipicio que conoció y saboreó, a veces con el gusto plácido de la libertad y otras con la hiel de la precariedad y el dolor. Pero resistirse o luchar contra aquello que no se puede cambiar es tan inútil como cobarde, y en este caso sus atribuladas experiencias han servido como alimento de un excepcional disco que, pese a su delicadeza musical, resulta, quizás inconscientemente, un visceral alegato -alejado de la autocomplaciente nostalgia y por supuesto del flagelador arrepentimiento- en favor de moldear nuestro propio destino, aunque se desvíe del plácido hogar de las masas y esté llamado a quedar hecho jirones emocionales. Porque como cerraba la imperecedera obra -apelativo que desde ahora se le puede aplicar a este “The Past Is Still Alive”- de “El gran Gatsby": así avanzamos, como botes que reman contra la corriente incesantemente arrastrados hacia el pasado.