Por: Guillermo García Domingo
Quién lo iba a decir, que un jueves que había transcurrido sin pena ni gloria iba a cambiar tanto. Deberíamos haber sospechado algo al ver la luna llena detrás del antiguo Hospicio de San Fernando. Aunque lo que nos tendría que haber puesto sobre aviso en realidad era que esa noche Ariel Rot actuaba en Madrid para otros “gatos” como él en la sala La Paqui, situada entre Tribunal y el barrio de Malasaña, que porfía por mantener sus señas de identidad con la misma rebeldía que caracterizó a la valiente mujer que le ha prestado su nombre a este barrio musical por antonomasia. El músico afincado en Madrid desde el año 1976 (su familia, como tantas otras, se exilió de su país, acechados por los milicos argentinos) acudió a la cita con la intención de recrear nada menos que el disco “Hablando solo”, publicado al finalizar la década gloriosa de los noventa. Hay que ver cómo ha cambiado esta ciudad desde aquella lejana época en la que en Madrid estaba pariendo con mucho esfuerzo y no sin dolor la transición democrática.
No soy el único que considera que el disco citado no ha sido valorado como se merece. Al parecer, muchos otros de los presentes en La Paqui opinaban lo mismo y concurrieron para hacer justicia a este disco como afirmaría poco después el propio Ariel Rot. El respetable que llenaba la pista en forma de concha de un sótano tan venerable, antes fue la sala But, era ciertamente entendido, no eran turistas despistados o “afterworkers” de Cayetania haciendo una incursión en un territorio exótico. Y este hecho no le pasó inadvertido al protagonista del concierto desde el escenario. La sala oscura y cerrada propicia una concentración de la energía que en otros eventos se disgrega. La atención se focaliza intensamente en lo que está en el escenario, y quien lo ocupa se siente tan concernido que no hay lugar para la displicencia.
Con los tres temas iniciales, “Vals de los recuerdos”, “Hasta perder la cuenta” y “Hoja de ruta”, Ariel y compañía pusieron las cosas en su sitio, con el rocanrol no se especula. Que estuvieran incluidas en el álbum que celebraba su 25 cumpleaños, escuchamos a continuación, el himno felino “Al amanecer” y su comienzo memorable, “Mi…amor se fue”, ¿a quién no le vuelve loco? “Te busqué”, “Colgado de la luna”, muy a propósito para rendir tributo a los ausentes y a la luna, “La última cena”, y la instrumental “Confesiones de un comedor de pizza” en la que el músico argentino hizo las veces de Django Reinhardt. A “Baile de ilusiones” la dejó con buen criterio para el final. De entre todas ellas merece una mención especial una de las mejores composiciones del final de siglo, “Vicios caros”. Hicimos el coro y maullamos todo lo que dio de sí nuestra voz, “¡Estoy desesperado, y necesito un trago!”, pese a que, en realidad, estábamos eufóricos en la pista.
Como buen madrileño, no exento de cierto orgullo, Ariel Rot no pudo evitar tirar de su apabullante repertorio, “Me estás atrapando otra vez”, “La milonga del marinero y del capitán” y “Dulce condena”, porque siempre estaremos en deuda con Los Rodríguez. El último bis, en el que Ariel Rot cedió protagonismo a Ricardo Marín, resultó ser una versión plenamente groove de “Quiero besarte”, porque tenemos la misma deuda pendiente con “Tequila”. Poco antes de la medianoche, devolvimos los besos, expresión del amor y la admiración que profesamos por este músico.
El secreto de la emoción que suscitó este concierto en todos nosotros es que el guitarrista se ha librado desde hace tiempo de las obligaciones que impone el éxito comercial. Cuando un artista se sacude ese brillo falso, que deslumbra sin iluminar, lo que permanece es la auténtica devoción por la música. Una fiebre por tocar y vivir. Estamos convencidos de que Ariel Rot no puede concebir una experiencia sin la otra. El jueves fuimos testigos de ello.