Dicen todavía que aquello de que la unión hace la fuerza aún es un leit motiv válido para no desfallecer en ciertas batallas de cuya lucha uno puede salir altamente perjudicado. Aplicado al proceloso mundo de la industria discográfica actual, reducido a solar por las mínimas prestaciones y aún más por los escasos apoyos, el dicho sólo puede revertir en otro de mayor calado y similares pretensiones: Uno para todos y todos para uno. A cuento viene todo esto del quinteto de sellos independientes –por pura necesidad y auténtica vocación- que han aunado esfuerzos para publicar el nuevo EP, y ya van varios, de los madrileños Black Toska. Hablamos de la asociación de Belamarh, probablemente el sello más arriesgado -por su amateurismo vocacional- del país en la actualidad, Delia Records, Sweet Mary Records, Ghost Highway Recordings y WRACK & Roll con una banda de perfiles bien marcados que se mueve en los límites del blues, aunque más bien habría que señalar las lindes del rock pantanoso de lírica arrastrada y penumbra constante como el hábitat natural de un sonido aupado por el esfuerzo de unos cuantos músicos en constante estado de efervescencia. Resuena el eco de la garganta larga de Nick Cave, en este caso secundado por unos Bad Seeds menos pasados de rabia; de la atemporalidad de un Mark Lanegan eternamente atormentado por el pesar y el pasar de los años; o de unos Swans aquejados de una euforia latente nunca bien expresada. Límites y fantasmas sonoros unidos por una causa común, que no es otra que la de arrastrar guitarras y melodías, que también las hay, aunque bien ocultas, a lo largo y ancho de estos seis surcos que escuecen como piedras en el fondo de un pozo.
Desde la pintura Diego Vasallo que sirve como portada, el cómplice perfecto en estos menesteres oscuros que ya desde la portada nos sitúa al borde de un abismo que en realidad no existe, el viaje se arrastra y entumece en la penumbra de “A gloomy dawn”, continúa desvelando entidades enquistadas en el aislamiento emocional de “Grey shadows”, una pieza de poderosa contención, confluye entre las astillas rotas de “Splinters” y “Splintered broken bones”, explícitamente conmovedoras, y desemboca en la falsa aspiración a hit de “Love of mine”, explorando el lado más americano de una banda que huye de cualquier paisaje a riesgo de contaminarse de luminosidad. La rugosidad en la asociación de bajo y guitarra de la hermandad formada por Jorge y Diego Fernández, cohesionada por la pegada sigilosa de la batería de Miguel Ángel Santos encuentran la vía de expresión justa en la voz de Víctor García, siempre en un tono lo-fi que alcanza dimensiones menos grasientas en el corte que cierra el breve trayecto, “Dandelions”, marcando distancia con el pasado inmediato de estos Black Toska y adelantándose a un futuro que los sitúa mucho más allá de la línea marcada por bandas como Guadalupe Plata y todas sus connotaciones. Lo suyo, por ahora, es mucho más esperanzador e infinitamente provocativo